LA INVERNADA DE LOS ANIMALES
(Cuento Ruso)
(Del libro Cuentos populares Rusos de Aleksandr
Nikolaevich Afanas’ev)
(Ilustración - Fuente: http://vanesegura.blogspot.com/2010/09/casita-en-la-nieve.html)
Había una vez un toro que pasaba por un
bosque y se encontró con un cordero.
-¿Adónde vas, Cordero? -le
preguntó.
-Busco un refugio para
resguardarme del frío en el invierno que se aproxima -contestó el Cordero.
-Pues vamos juntos a buscar.
Continuaron andando los dos
y se encontraron con un cerdo.
-¿Adónde vas, Cerdo?
-preguntó el Toro.
-Busco un refugio para el
crudo invierno -contestó el Cerdo.
-Pues ven con nosotros.
Siguieron andando los tres y
de pronto se les acercó un ganso.
-¿Adónde vas, Ganso? -le
preguntó el Toro.
-Voy buscando un refugio
para el invierno -contestó el Ganso.
-Pues síguenos.
Y el ganso caminó con
ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.
-¿Adónde vas Gallo? -le
preguntó el Toro.
-Busco un refugio para
invernar -contestó el Gallo.
-Pues todos buscamos lo
mismo. Síguenos -repuso el Toro.
Y juntos los cinco siguieron
el camino, hablando entre sí.
-¿Qué haremos? El invierno
está empezando y ya se sienten los vientos fríos. ¿Dónde encontraremos un
albergue para todos?
Entonces el Toro les
propuso:
- Que les parece si entre todos construimos una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera
noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.
Pero el Cordero repuso:
-Yo tengo un abrigo muy
calentito. ¡Miren qué lana! Podré invernar sin necesidad de una cabaña.
El Cerdo dijo a su vez:
-A mí el frío no me
preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.
El Ganso dijo:
-Pues yo me sentaré entre
las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá
frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.
El Gallo exclamó:
-¿Acaso no tengo yo también
alas para preservarme contra el frío? Podré invernar muy bien al descubierto.
El Toro, viendo que no podía
contar con la ayuda de sus compañeros y que tendría que trabajar solo, les
dijo:
-Pues bien, como quieran; yo
me haré una casita bien caliente que me resguardará; pero ya que la hago yo
solo, no vengan luego a pedirme amparo.
Y poniendo en práctica su
idea, construyó una cabaña y se estableció en ella.
Pronto llegó el invierno, y
cada día que pasaba el frío se hacía más intenso. Entonces el Cordero fue a
pedir albergue al Toro, diciéndole:
-Déjame entrar, amigo Toro,
para calentarme un poquito.
-No, Cordero; tú tienes un
buen abrigo en tu lana y puedes invernar al descubierto. No me supliques más,
porque no te dejaré entrar.
-Pues si no me dejas entrar
-contestó el Cordero- daré un topetazo con toda mi fuerza y derribaré una viga
de tu cabaña y pasarás frío como yo.
El Toro reflexionó un rato y
se dijo: «Lo dejaré entrar, porque si no, será peor para mí».
Y dejó entrar al Cordero. Al
poco rato el Cerdo, que estaba helado de frío, vino a su vez a pedir albergue
al Toro.
-Déjame entrar, amigo, tengo
frío.
-No. Tú puedes esconderte
entre la tierra y de ese modo invernar sin tener frío.
-Pues si no me dejas entrar
hozaré con mi hocico el pie de los postes que sostienen tu cabaña y se caerá.
No hubo más remedio que
dejar entrar al Cerdo. Luego vinieron el Ganso y el Gallo a pedir protección.
-Déjanos entrar, buen Toro;
tenemos mucho frío.
-No, amigos míos; tiene cada uno un par de alas que les sirven de cama y de manta para pasar el invierno
calentitos.
-Si no me dejas entrar -dijo
el Ganso- arrancaré todo el musgo que tapa las rendijas de las paredes y ya
verás el frío que va a hacer en tu cabaña.
-¿No me dejas entrar?
-exclamó el Gallo-. Pues me subiré sobre la cabaña y con las patas echaré abajo
toda la tierra que cubre el techo.
El Toro no pudo hacer otra
cosa sino dar alojamiento al Ganso y al Gallo. Se reunieron, pues, los cinco
compañeros, y el Gallo, cuando se hubo calentado, empezó a cantar sus
canciones.
Una zorra que andaba cerca, al oírlo cantar al gallo,
se le abrió un apetito enorme y sintió deseos de darse un banquete con su carne; pero se quedó pensando en el modo de cazarlo. Entonces fue rápidamente a buscar a sus amigos. Cuando encontró al oso y al lobo les dijo:
-Queridos amigos: he
encontrado una cabaña en la que hay un excelente botín para los tres. Para ti,
Oso, un toro; para ti, Lobo, un cordero, y para mí, un gallo.
-Muy bien, amigo -le
contestaron ambos-. No olvidaremos nunca tus buenos servicios; llévanos pronto
adonde sea para matarlos y comérnoslos.
La Zorra los condujo a la
cabaña y el Oso dijo al Lobo:
-Ve tú delante.
Pero éste repuso:
-No. Tú eres más fuerte que
yo. Ve tú delante.
El Oso se dejó convencer y
se dirigió hacia la entrada de la cabaña; pero apenas había entrado en ella, el
Toro embistió y lo clavó con sus cuernos a la pared; el Cordero le dio un
fuerte topetazo en el vientre que le hizo caer al suelo; el Cerdo empezó a
arrancarle los pelos uno por uno; el Ganso le picoteaba los ojos y no lo dejaba
defenderse, y mientras tanto, el Gallo, sentado en una viga, gritaba a grito
pelado:
-¡Déjamelo a mí! ¡Déjamelo
a mí!
El Lobo y la Zorra, al oír
aquel grito guerrero, se asustaron y echaron a correr. El Oso, con gran
dificultad, se libró de sus enemigos, y alcanzando al Lobo y a la zorra les contó sus
desdichas:
-¡Si supieran lo que me ha
ocurrido! En mi vida he pasado un susto semejante! Apenas entré en la cabaña se
me echó encima una mujer con un gran tenedor y me clavó a la pared; acudió
luego una gran muchedumbre, que empezó a darme golpes, pinchazos y hasta picotazos
en los ojos; pero el más terrible de todos era uno que estaba sentado en lo más
alto y que no dejaba de gritar: «¡Dejádmelo a mí!». Si ése me llega a coger
por su cuenta, seguramente que me ahorca.
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