jueves, 14 de junio de 2012


EL GALLO Y EL SULTAN
(Cuento popular de Hungría)
(Ilustración: Nathaly Bonilla - Fuente: Internet)

Érase una vez una mujer muy pobre que no tenía a nadie más en el mundo que a un gallito flaco. Se hallaba cierto día el gallito escarbando la tierra, cuando su pico tropezó con una monedita de oro. En aquel momento pasaba por allí un hombre muy grueso, con la cabeza cubierta con un turbante de color carmesí, muy empenachado, vistiendo unos amplísimos pantalones y calzando unas babuchas rojas de punta alzada y corva. Era nada menos que el Sultán de Turquía, quién al ver brillar en el polvo la monedita que había descubierto el gallito, se detuvo ante él y le dijo con aire autoritario:
- ¡Gallo, dame esa moneda!
- ¡No! – respondió el gallito - ¡Se la daré a mi ama, que es pobre y la necesita más que tú!.
Pero el Sultán, sin hacerle caso, se agachó y le quitó la monedita, alejándose de allí.
El gallito estuvo a punto de echarse a llorar, pero se contuvo, y extendiendo las alas e irguiendo la cresta, apretó el pico y echó a correr tras el Sultán. Cuando vio que éste trasponía la verja del jardín de Palacio, se encaramó a ella de un salto y se puso a chillar hasta casi desgañitarse:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
Fue tanto lo que alborotó el gallito, que el Sultán tuvo que taparse los oídos con las manos y atravesar el jardín a toda prisa, no deteniéndose hasta que llegó a la habitación más escondida de su grandioso y monumental palacio.
Pero el gallito, agitando de nuevo sus alas, voló hasta posarse en el alféizar de la ventana, y siguió chillando:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
El Sultán, sumamente enojado, llamó a sus esclavos y les ordenó:
- ¡Atrapadme a ese maldito gallo y tiradlo al pozo de agua!.
Los esclavos cumplieron diligentemente la orden de su señor.
Pero el gallito, sin perder la serenidad al caer en el agua, sacudió enérgicamente su cresta y pronunció las siguientes palabras mágicas:
“Sorbe el agua, buchecito.
Buchecito, sorbe el agua,
Toda el agua, hasta el final.”
Y, abriendo el pico, ¡Glup!,¡Glup!, ¡Glup!, se sorbió toda el agua del pozo. Luego, agitando las alas con todas sus fuerzas, fue a posarse de nuevo en el alféizar de la ventana del Sultán.
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
El enojo del Sultán se convirtió ahora en cólera, volviendo a llamar a sus esclavos les ordenó:
-¡Atrapadme a ese molesto gallo y tiradlo al fuego!
Los esclavos se apresuraron a cumplir la orden de su señor y arrojaron al gallito a una hoguera; pero él, sin perder la serenidad ni por un momento, mientras iba por el aire de cabeza al fuego recitó su fórmula mágica:
“Saca el agua, buchecito.
Buchecito, saca el agua,
Toda el agua, hasta el final.”
Y al instante derramó sobre la hoguera toda el agua del pozo. Cuando las llamas se apagaron, el gallito agitó las alas y, de un vuelo, volvió al alféizar de la ventana del Sultán para seguir gritando a más no poder:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
Al Sultán le dio un ataque de ira y ordenó a sus esclavos:
-¡Meted a ese maldito gallo en una colmena, para que las abejas lo hagan callar de una vez con sus aguijones!.
Los esclavos se apoderaron del gallo y lo metieron en una gran colmena; pero él, sin asustarse, recitó las palabras mágicas:
“Traga las abejas, buchecito.
Buchecito, traga las abejas
De una en una, hasta el final.”
Cuando se hubo tragado todas las abejas, el gallito batió sus alas de nuevo y volvió a ponerse en el alféizar de la venta del Sultán, para seguir diciendo:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
De la ira que le entró al Sultán se puso tan carmesí como su turbante y estuvo un buen rato sin poder pronunciar una palabra.
Cuando por fin consiguió hablar gritó:
-¡Traedme aquí a ese gallo!
Los esclavos hicieron lo que su señor les ordenaba, y el Sultán no sabiendo ya qué hacer, asó al gallito por el cuello y se lo metió en el bolsillo de sus amplísimos pantalones.
- ¡Ahí te vas a quedar para siempre! – exclamó- ¡Nunca más volverás a salir de tu encierro!
Pero el gallito se puso a cantar desde su escondite:
“Saca las abejitas, buchecito,
Buchecito, saca las abejitas
De una en una hasta el final.”
Una vez dicho esto dejó abierto el pico y las abejas fueron saliendo una tras otra, invadieron los amplísimos pantalones del Sultán y, enfurecidas al no verse al aire libre, empezaron a picarle en las piernas. El Sultán aullaba de dolor y se agitaba como si estuviera atacado por el baile de San Vito. Finalmente, no pudiendo resistir más, ordenó a sus esclavos, con un último alarido.
-¡Devolvedle su monedita a ese maldito gallo, y que se marche de aquí en seguida para que me deje en paz de una buena vez!.
Uno de los esclavos tomó un cuchillo y con él practicó una abertura de los bombachos de su señor. Acto seguido salieron por ella el gallito y el enjambre de abejas. El sultán dio un suspiro de alivio, y los esclavos entregaron su monedita de oro al gallito que, corriendo y volando, se apresuró a llevársela a su dueña. Ésta pudo adquirir con la monedita muchas cosas que necesitaba y siguió viviendo más contenta que nunca en compañía de su querido gallito.