miércoles, 6 de mayo de 2009


LAS DOS VASIJAS
(cuento tradicional de la India)
(Fuente de imagen: Internet)

Había una vez, en un pueblecito muy pequeño de la India, un hombre que trabajaba de aguador. Por aquel entonces el agua no salía de los grifos, sino que estaba en el fondo de profundos pozos o en el caudal de los ríos. Si no había pozos excavados cerca del pueblo, el que no quería ir a buscar el agua personalmente debía comprarla a uno de los aguadores que, con grandes vasijas, iban y volvían al pueblo con el preciado líquido.



El aguador tenía sólo dos grandes vasijas que colgaban de los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros.

Una mañana, una de las vasijas se agrietó y empezó a perder agua por el camino. Al llegar al pueblo, los compradores le pagaron las acostumbradas diez monedas por la vasija de la derecha, pero sólo cinco por el contenido de la izquierda, que apenas llegaba a la mitad.

Comprar una vasija nueva era demasiado costoso para el aguador. Así que decidió que debía apurar el paso para compensar la diferencia de dinero que recibía.



Durante dos años el hombre siguió yendo y viniendo a paso firme, llevando agua al pueblo y recibiendo sus quince monedas como pago por una tinaja y media de agua.



La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines que fué creada, pero en cambio, la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente su cometido. Asi que una noche despertó al aguador:


- Chissst... Chissst...

- ¿Quién anda ahí? -preguntó el hombre.

- Soy yo -dijo una voz que salía de la tinaja agrietada.

- ¿Por qué me despiertas a estas horas?

- Supongo que si te hablara de día y a plena luz, el susto te impediría que me escucharas. Y necesito que me escuches.

- ¿Qué quieres?

- Quiero pedirte que me perdones, porque el agua se escurre por mi grieta y sé lo mucho que esto te perjudica. Cada día, cuando llegas al pueblo cansado y recibes por mi contenido la mitad de lo que recibes por mi hermana, me dan ganas de llorar. Yo sé que debías haberme cambiado por una tinaja nueva y desecharme, y sin embargo me has mantenido a tu lado. Quiero agradecértelo y pedirte una vez más que me disculpes.

- Es gracioso que me pidas disculpas -dijo el aguador-. Mañana, bien temprano, saldremos juntos tú y yo. Quiero enseñarte algo.



El aguador siguió durmiendo hasta el alba. Cuando el sol se asomó por el horizonte, tomó la vasija agrietada y se fue con ella al río.

- Mira -dijo al llegar, señalando la ciudad-. ¿Qué ves?

- La ciudad - dijo la vasija.

- ¿Y qué más? - preguntó el hombre.

- No sé... El camino - contestó la vasija.

- Exacto. Mira los lados del sendero. ¿Qué ves?

- Veo la tierra seca y el ripio del lado derecho del camino y muchas hermosas flores del lado izquierdo - dijo la vasija, que no entendía qué le quería mostrar su dueño.

Entonces el aguador, acariciando a su leal vasija, le dijo:

- Durante muchos años he recorrido este camino triste y solitario llevando el agua hasta el pueblo y recibiendo igual cantidad de monedas por ambas tinajas... Pero un día noté que te habías agrietado y que perdías agua. Yo no podía cambiarte, así que tomé una decisión: compré semillas de flores de todos los colores y las sembré a ambos lados del camino. En cada viaje que hacía, el agua que derramabas regaba el lado izquierdo del sendero y, en estos dos años, conseguiste crear este paisaje.


El aguador hizo una pausa y continuó.

- Si no fueras exactamente como res, con tu capacidad y tus limitaciones, no huebiera sido posible crear esa belleza. Todos somos vasijas agrietadas por alguna parte, pero siermpe existe la posibilidad de aprovechar las grietas para obtener buenos resultados.