EL QUIRQUINCHO QUE QUERIA SER MUSICO
(Cuento popular Boliviano)
(Ilustraciones: Tamara Phillips)
(Fuente: http://culturacolectiva.com/las-ilustraciones-psicodelicas-de-tamara-phillips/ )
Hace
muchísimos años, nació en Bolivia, en los arenales de Oruro, un quirquincho de
duro caparazón.
Se pasaba la vida tumbado junto a un gran peñasco, escuchando
la música de la naturaleza, pues le encantaba oír los silbidos del viento y la
melodía que hacen el río y la lluvia al
acariciar la tierra.
Pero lo que más le
gustaba era escuchar el croar de las ranas después de la tormenta. El quirquincho
se detenía bajo los juncos a oír el canto de las ranas, que croaban bajo el
sol, y algunas veces se emocionaba hasta tal punto que se echaba a llorar.
-
¡Cómo me gustaría cantar así! – suspiraba, y entonces las ranas rompían a reír.
-
¡Menudo tonto! – decían – Nunca aprenderás a cantar como nosotras. ¿No ves que
no eres más que un pobre quirquincho?
Aunque
lo que se proponían las ranas era humillar al quirquincho, el quirquincho no se
molestaba, pues el tono con que las ranas se burlaban de él le parecía tan
armonioso que incluso las palabras más feas le sonaban hermosas.
Un
día, cuando el quirquincho escuchaba el silbido del viento, pasó por su lado un
hombre cargado con una jaula. La jaula estaba llena de canarios que
revoloteaban y trinaban sin parar y su canto era tan hermoso que el quirquincho
tembló de emoción. Nunca en la vida había oído una música tan bella. Los trinos
de aquellos pajaritos eran como resplandecientes rayos de sol. El quirquincho
se habría pasado la vida entera oyéndolos, así que siguió al pajarero por los
arenales.
Al
poco, el hombre pasó junto a la charca de las ranas, que estaban tomando el
sol. Al oír a los canarios, las ranas empezaron a burlarse.
-
Esos pajarracos se pavonean de sus voces – dijo una rana de color amarillento,
que era muy orgullosa – pero no son más que sapos con alas. Nosotras cantamos
mucho mejor…
Entonces,
las ranas volvieron a entonar su monótona cantinela. Pero por una vez, el
quirquincho no las escuchó embobado, y siguió caminando tras los pájaros.
Pensaba con ilusión que tal vez los canarios le enseñarían a cantar…
-¡Vaya
con ese tonto quirquincho! – exclamó la rana de color amarillo - ¿Crees que vas
a cantar como un canario? ¡no tienes pico, y se necesita un pico para cantar
como un pájaro…!
A
pesar de que la arena caliente le lastimaba las patitas, el armadillo siguió
adelante. Tanía tantas ganas de aprender a cantar que ni siquiera notaba el
cansancio. Pero, como era muy lento, al final acabó por quedarse atrás. El
hombre de la jaula se distanciaba, y los trinos de los canarios se perdieron a
lo lejos…
El
quirquincho se puso muy triste. Había perdido su oportunidad de aprender a
cantar. Y, para colmo de males, estaba anocheciendo…El camino de vuelta se le
iba a hacer muy largo. Pero al poco de echar a andar, el quirquincho vio que ,
no muy lejos de allá, se hallaba la casa de Mamani, el hechicero. La luz
brillaba en su choza, lo que quería decir que el brujo estaba despierto. El
quirquincho decidió ir a verlo: a lo mejor él podía ayudarle…
- Mamani
– le dijo al hechicero -, tú que eres tan sabio ¿podrías enseñarme a cantar como
un canario?
Mamani
pensó que era ridículo que un quirquincho quisiera cantar como un canario. Pero
el animal le pareció tan ingenuo que en vez de reírse, sintió cierta ternura.
-
Puedo enseñarte a cantar si quieres, y lo harás mejor que los canarios. Pero, a
cambio, tendrás que pagarme con tu vida.
El
quirquincho se estremeció. La vida era un precio muy alto. Seguramente, no hay
nada más valioso en el mundo, pues, cuando uno pierde la vida, ya no la puede
recuperar. Sin embargo, le apetecía tanto aprender a cantar que aceptó el
trato.
-
Está bien – dijo - . Enséñame a cantar y te pagaré con la vida.
- De
acuerdo. Pero primero tendré que cobrar por mi trabajo – exigió el hechicero.
-¿Cómo
voy a pagarte antes de que me enseñes a cantar? ¡No podré cantar si me quitas
la vida…!
Al
día siguiente, las ranas que están en la charca oyeron una música preciosa.
Todas salieron a ver quién estaba cantando, y descubrieron al hechicero Mamani
a la orilla de la charca. Pero no era él quien cantaba. La música salía de un instrumento
de cuerda que el brujo estaba tañendo con sus manos: era una de esas pequeñas guitarritas
que en Bolivia y Perú llaman “Charango”.
Mamani había fabricado el instrumento
con el duro caparazón del quirquincho. Ahora, el quirquincho estaba muerto,
pero había conseguido lo que tanto deseaba: de su cuerpo salía por fin una
música conmovedora, más hermosa que los trinos de los canarios y el croar de
las ranas.
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