viernes, 5 de diciembre de 2014

EL PATO BLANCO
(Cuento Ruso del libro Cuentos de Hadas Rusos)
(Ilustraciones - Fuente: Internet)




Había una  vez un príncipe muy rico y poderoso que se caso con una princesa muy hermosa. Pero no tuvo tiempo para contemplarla, ni tiempo para hablarle, ni tiempo para escucharla,  porque se vio obligado a separarse de ella dejándola bajo la custodia de personas extrañas.

Le aconsejó que mientras el no estuviera no abandone sus habitaciones y que no tuviera tratos con gente mala, que no prestara oídos a malas lenguas y que no hiciera caso a mujeres desconocidas. La princesa prometió hacerlo así y cuando el príncipe se alejó, ella se encerró en sus habitaciones. Allí vivía y nunca salía.

Transcurrió un tiempo más o menos largo, cuando un día, la princesa que estaba sentada en la ventana de su habitación llorando, vio pasar a una vieja.
Era una mujer sencilla de aspecto bondadoso que se detuvo en la ventana y le dijo con voz dulce:

- Querida princesa, ¿por qué estas siempre triste y afligida? Sal de tus habitaciones a contemplar un poco el hermoso mundo o baja a tu jardín y observa las lindas flores, de esa manera disiparás tus penas.

Durante largo tiempo la princesa se negó a seguir aquel consejo y no quería escuchar alas palabras de la mujer; pero al fin pensó: “¿Qué inconveniente ha de haber en el jardín de este palacio? Otra cosa sería pasar el arroyo.”

La princesa ignoraba que aquella mujer era una hechicera y quería perderla porque la envidiaba, de modo que un día la princesa salió al jardín y estuvo escúchanos sus palabras. Cruzaba el jardín un arroyo de aguas cristalinas y la mujer dijo a la princesa:

- Hace un día muy caluroso y el sol quema como fuego, pero este arroyo es fresco y delicioso. ¿Por qué no bañarnos en él?

- ¡Ah! ¡No! – exclamó la princesa. Pero luego pensó: ¿por qué no? ¿Qué inconveniente puede haber en tomar un baño?”

Se quitó el vestido y se metió en el agua entonces la hechicera le toco la espalada con su varita y dijo:

- ¡Ahora nada como un pato blanco!

De esa manera la princesa fue convertida en un pato blanco.
La hechicera se puso enseguida los vestidos de la princesa, se ciñó en la cabeza la diadema y se convirtió en la princesa. Entonces fue a la habitación de la princesa a esperar al príncipe.

En cuanto oyó ladrar el perro y tocar la campanilla de la puerta, corrió a recibirlo, se le arrojó al cuello y lo besó en un abrazo. El príncipe estaba tan radiante de gozo, que fue el primero en abrirle los brazos y ni un momento sospechó que no era su mujer si no una malvada bruja a quién abrazaba.  

Y sucedió que el pato, que como es de suponer era hembra, puso tres huevos, de los que nacieron dos robustos polluelos y uno débil, porque se anticipó a romper la cáscara. Sus hijos empezaron a crecer y ella los criaba con esmero.

Los paseaba a lo largo del río, les enseñaba a pescar pececillos de colores, recogía pedacitos de ropa y les cocía botitas y desde la orilla del arroyo les enseñaba los prados y les decía:

-¡No vayan allá hijos míos! Allá vive la malvada bruja que me hechizó a mí y seguro que los hechizará a ustedes también.

Pero los pequeños no hacían caso de su madre y un día jugaban por la hierba, y otro proseguían hormigas y cada día se alejaban más hasta que llegaron al patio de la princesa. La hechicera los conoció por su instinto y rechinó los dientes de rabia; pero se transformó en una belleza y los llamó al palacio y les dio exquisitos majares y excelentes bebidas. Después de haberlos mandado a dormir, ordenó a sus criados que encendieron fuego en el patio y pusieran a hervir una caldera y afilaran sus cuchillos. Los hermanos dormían, pero el nacido débil no dormía, sino que  veía y escuchaba todo. Y aquella noche la hechicera fue al cuarto que ocupaban los hermanos y dijo:

- ¿Están durmiendo pequeñitos?

Y el más pequeño de los hermanos contestó por sus hermanos:

- No estamos durmiendo pero pensamos que nos quieres hacer pedazos. Las ramas arden y las caldera están hirviendo, los cuchillos están afilados.

- No duermen – dijo la hechicera y se alejó de la puerta. Dios unas vueltas por el palacio y se acercó nuevamente a la puerta:

- ¿Están durmiendo hijos míos?

Y el más pequeño sacó la cabeza de debajo de la almohada y contestó:

- No estamos durmiendo pero pensamos que nos quieres hacer pedazos. Las ramas arden y las caldera están hirviendo, los cuchillos están afilados.

- ¿Cómo es que siempre me contesta la misma voz? – pensó la hechicera- Voy a ver.

Abrió la puerta poco a poco y miró y vio que dos de los hermosos estaban profundamente dormidos. Entonces los mató a los tres.

Al día siguiente, el pato blanco empezó a llamar a sus hijos, pero sus queridos hijos no contestaron a su llamado. Enseguida sospechó que lago malo había sucedido. Se estremeció de miedo y voló al patio de la princesa, donde tan blancos como pañuelos blancos, tan fríos como peces escamados yacían uno al lado del otro los tres hermanitos. Voló sobre ellos, agitó desesperadamente sus alas, daba vueltas en torno a sus hijos y gritaba con voz maternal:

“¡Cuá, cuá, cuá, mis queridos hijitos¡
¡Cuá, cuá, cuá, mis tiernos pichoncitos¡
Yo bajo mis alas siempre los protegí
Y el pan de mi boca solícita les di.
Por verlos felices yo nunca dormía
Pensando en ustedes noche y día.

El príncipe oyó aquellos lamentos  y llamó a la hechicera, a la que creía su esposa.

-¿Mujer, has oído eso, eso tan terrible?

- Debe de ser tu imaginación ¡EH, criados! ¡Arrojad ese pato del patio!
Los criados salieron a ahuyentar al pato, pero éste volaba dando vueltas sin parar de gritar:

“¡Cuá, cuá, cuá, mis queridos hijitos!
¡Cuá, cuá, cuá mis tiernos pichoncitos!
Causó su ruina la vieja hechicera,
La astuta serpiente, la gran embustera.
Que bajo la hierba se arrastra cruel.
Ella a su padre, mi marido fiel,
Nos quitó y a un río nos ha condenado
Y en blancos patitos nos ha transformado.
Vistiendo su crimen de falso oropel,
Para que lo ignoren mi amado fiel.”

El príncipe comprendió entonces que en todo aquello había un gran misterio y gritó:

- ¡Tráiganme inmediatamente a ese pato blanco!

Todos se apresuraron a obedecer, pero el pato estaba girando en círculos y nadie lo podía coger. Por fin salió el mismo príncipe a la galería y el ave voló a sus manos y cayó a sus pies. El príncipe la cogió suavemente pro las alas y le dijo:

- ¡Blanca abedul ponte detrás y hermosa dama ponte delante!

Al momento, el pato blanco volvió a tomara la forma de la bellísima princesa, entonces el príncipe dio órdenes para que fueran a buscar  un frasco de agua de vida y del habla al nido de la urraca.  Roció a sus hijos con el agua de vida y se movieron, luego los roció con agua del habla y empezaron a hablar. El príncipe se vio rodeado de sus hijos sanos y salvos y todos vivieron felices, practicando el bien y evitando el mal.

Pero a la bruja, por orden del príncipe, la ataron a la cola de un caballo que la arrastró por la inmensa estepa. Las aves del aire le arrancaron la carne a picotazos y los vientos del cielo esparcieron sus huesos y no quedó de ella ni vestigios ni memoria.

Fin.


martes, 11 de noviembre de 2014


LA INVERNADA DE LOS ANIMALES
(Cuento Ruso)
(Del libro Cuentos populares Rusos de Aleksandr Nikolaevich Afanas’ev)
(Ilustración - Fuente: http://vanesegura.blogspot.com/2010/09/casita-en-la-nieve.html)

Había una vez un toro que pasaba por un bosque y se encontró con un cordero.
-¿Adónde vas, Cordero? -le preguntó.
-Busco un refugio para resguardarme del frío en el invierno que se aproxima -contestó el Cordero.
-Pues vamos juntos a buscar.
Continuaron andando los dos y se encontraron con un cerdo.
-¿Adónde vas, Cerdo? -preguntó el Toro.
-Busco un refugio para el crudo invierno -contestó el Cerdo.
-Pues ven con nosotros.
Siguieron andando los tres y de pronto se les acercó un ganso.
-¿Adónde vas, Ganso? -le preguntó el Toro.
-Voy buscando un refugio para el invierno -contestó el Ganso.
-Pues síguenos.
Y el ganso caminó con ellos. Anduvieron un ratito y tropezaron con un gallo.
-¿Adónde vas Gallo? -le preguntó el Toro.
-Busco un refugio para invernar -contestó el Gallo.
-Pues todos buscamos lo mismo. Síguenos -repuso el Toro.
Y juntos los cinco siguieron el camino, hablando entre sí.
-¿Qué haremos? El invierno está empezando y ya se sienten los vientos fríos. ¿Dónde encontraremos un albergue para todos?
Entonces el Toro les propuso:
- Que les parece si entre todos construimos una cabaña, porque si no, es seguro que nos helaremos en la primera noche fría. Si trabajamos todos, pronto la veremos hecha.
Pero el Cordero repuso:
-Yo tengo un abrigo muy calentito. ¡Miren qué lana! Podré invernar sin necesidad de una cabaña.
El Cerdo dijo a su vez:
-A mí el frío no me preocupa; me esconderé entre la tierra y no necesitaré otro refugio.
El Ganso dijo:
-Pues yo me sentaré entre las ramas de un abeto, un ala me servirá de cama y la otra de manta, y no habrá frío capaz de molestarme; no necesito, pues, trabajar en la cabaña.
El Gallo exclamó:
-¿Acaso no tengo yo también alas para preservarme contra el frío? Podré invernar muy bien al descubierto.
El Toro, viendo que no podía contar con la ayuda de sus compañeros y que tendría que trabajar solo, les dijo:
-Pues bien, como quieran; yo me haré una casita bien caliente que me resguardará; pero ya que la hago yo solo, no vengan luego a pedirme amparo.
Y poniendo en práctica su idea, construyó una cabaña y se estableció en ella.
Pronto llegó el invierno, y cada día que pasaba el frío se hacía más intenso. Entonces el Cordero fue a pedir albergue al Toro, diciéndole:
-Déjame entrar, amigo Toro, para calentarme un poquito.
-No, Cordero; tú tienes un buen abrigo en tu lana y puedes invernar al descubierto. No me supliques más, porque no te dejaré entrar.
-Pues si no me dejas entrar -contestó el Cordero- daré un topetazo con toda mi fuerza y derribaré una viga de tu cabaña y pasarás frío como yo.
El Toro reflexionó un rato y se dijo: «Lo dejaré entrar, porque si no, será peor para mí».
Y dejó entrar al Cordero. Al poco rato el Cerdo, que estaba helado de frío, vino a su vez a pedir albergue al Toro.
-Déjame entrar, amigo, tengo frío.
-No. Tú puedes esconderte entre la tierra y de ese modo invernar sin tener frío.
-Pues si no me dejas entrar hozaré con mi hocico el pie de los postes que sostienen tu cabaña y se caerá.
No hubo más remedio que dejar entrar al Cerdo. Luego vinieron el Ganso y el Gallo a pedir protección.
-Déjanos entrar, buen Toro; tenemos mucho frío.
-No, amigos míos; tiene cada uno un par de alas que les sirven de cama y de manta para pasar el invierno calentitos.
-Si no me dejas entrar -dijo el Ganso- arrancaré todo el musgo que tapa las rendijas de las paredes y ya verás el frío que va a hacer en tu cabaña.
-¿No me dejas entrar? -exclamó el Gallo-. Pues me subiré sobre la cabaña y con las patas echaré abajo toda la tierra que cubre el techo.
El Toro no pudo hacer otra cosa sino dar alojamiento al Ganso y al Gallo. Se reunieron, pues, los cinco compañeros, y el Gallo, cuando se hubo calentado, empezó a cantar sus canciones.
Una zorra que andaba cerca, al oírlo cantar al gallo, se le abrió un apetito enorme y sintió deseos de darse un banquete con su carne; pero se quedó pensando en el modo de cazarlo. Entonces fue rápidamente a buscar  a sus amigos. Cuando encontró al oso y al lobo les dijo:
-Queridos amigos: he encontrado una cabaña en la que hay un excelente botín para los tres. Para ti, Oso, un toro; para ti, Lobo, un cordero, y para mí, un gallo.
-Muy bien, amigo -le contestaron ambos-. No olvidaremos nunca tus buenos servicios; llévanos pronto adonde sea para matarlos y comérnoslos.
La Zorra los condujo a la cabaña y el Oso dijo al Lobo:
-Ve tú delante.
Pero éste repuso:
-No. Tú eres más fuerte que yo. Ve tú delante.
El Oso se dejó convencer y se dirigió hacia la entrada de la cabaña; pero apenas había entrado en ella, el Toro embistió y lo clavó con sus cuernos a la pared; el Cordero le dio un fuerte topetazo en el vientre que le hizo caer al suelo; el Cerdo empezó a arrancarle los pelos uno por uno; el Ganso le picoteaba los ojos y no lo dejaba defenderse, y mientras tanto, el Gallo, sentado en una viga, gritaba a grito pelado:
-¡Déjamelo a mí! ¡Déjamelo a mí!
El Lobo y la Zorra, al oír aquel grito guerrero, se asustaron y echaron a correr. El Oso, con gran dificultad, se libró de sus enemigos, y alcanzando al Lobo y a la zorra les contó sus desdichas:
-¡Si supieran lo que me ha ocurrido! En mi vida he pasado un susto semejante! Apenas entré en la cabaña se me echó encima una mujer con un gran tenedor y me clavó a la pared; acudió luego una gran muchedumbre, que empezó a darme golpes, pinchazos y hasta picotazos en los ojos; pero el más terrible de todos era uno que estaba sentado en lo más alto y que no dejaba de gritar: «¡Dejádmelo a mí!». Si ése me llega a coger por su cuenta, seguramente que me ahorca.

viernes, 17 de octubre de 2014

EL LEON FIEL

(Cuento Congolés)

(Ilustraciones: Gabi Torres)

(Fuente: http://blogsdelagente.com/ilustraciones/2009/03/30/leo) 



Había una vez un jefe de una tribu que era muy cruel con sus súbditos, a los que exigía una obediencia ciega.
Por ello le hacían ofrendas de sus bienes más preciado y al llegar la noche, aunque están muy cansados, bailaban para él.
Un día, uno de sus súbditos se rebeló: ya no quería someterse a tantas órdenes y decidió irse a la sabana.

- Serás presa fácil de los animales salvajes – le dijeron sus amigos.

- Un hombre inteligente siempre consigue hallar una solución. Prefiero morir antes que continuar viviendo sin libertad.

Decidió no escuchar más los consejos de sus amigos, tomó la lanza y dejó la aldea. Enfadado como estaba, se marchó en el acto y vivió algunos días en la sabana, alimentándose de lo que cazaba y pagando su sed con el agua del río.

Un día, la hierba empezó a ondularse y de los arbustos salió un león enorme.
El hombre agarró su lanza y esperó a que el león se moviera.
Cuál no sería su sorpresa cuando la fiera no lo atacó, sino que se paró y, gimiendo, le tendió la pata. Entonces el hombre se percató de que el animal estaba herido y que se le había clavado una larga espina.

“El león es un poderoso enemigo –pensó el hombre-, pero ayudar a un enemigo caído es una prueba de nobleza. Debo superar mi miedo”

Dominó el terror que sentía y se aproximó lentamente, paso a paso.
Dejó la lanza sobre la hierba, se arrodilló delante del león y le sacó delicadamente la espina. A continuación, vendó la herida con un trozo de tela que arrancó de su propia camisa.

El león, que valoró que el hombre lo hubiera ayudado, rugió como muestra de agradecimiento y ya no lo abandonó.
Una vez que estuvo curado, cazó junto a su salvador y la amistad entre el hombre y el animal se fue haciendo cada día más y más grande.

Al cabo de algunos meses, el hombre y el león decidieron regresar a la aldea. Los habitantes, aterrorizados por la fiera, se escondieron en los alrededores, pero el hombre les dijo que no tenían nada que temer. El león no haría daño a la gente buena, solo estaba ahí para castigar al tirano.

El jefe de la tribu, al percibir que había llegado su hora, huyó a todo correr y no regresó nunca más a la aldea. 
Desde ese día, todos vivieron con honestidad y justicia. El león protegía la aldea de los invasores y cazaba en compañía de su amigo, los animales necesarios para alimentar a su gente.