lunes, 6 de mayo de 2013


EL REY MOCHO

(Cuento de tradición Oral Latinoamericana)
(Ilustración: Pinar Yegin  
Fuente: Internet)
(http://blog.rumisu.com)


A nadie le gusta que le pongan apodos. Pues al Rey de este cuento tampoco. Pero que no se los pusieran era muy raro, pues tenía un defecto o más bien una carencia que era objeto de las burlas de sus súbditos. Te cuento su historia.

A este Rey le faltaba una oreja. Muy pocos en el pueblo lo sabían. 
El peluquero real, quién descubrió el secreto mientras le cortaba los cabellos al Rey, era el encargado de contar el secreto. 
Pero pobre de él. El Rey no le dio tiempo de seguir regando la noticia, porque en cuanto se enteró de lo que andaba contando por ahí, lo mandó a buscar y del boquisuelto del peluquero nunca más se supo nada.

Sin embargo, la noticia, empezó a divulgarse por aquel pueblo y pronto comenzaron a llamar a este soberano "El Rey Mocho". Eso lo ponía furioso y pronto se encargó de eliminar a todo el que supiera su defecto. 

Con el tiempo el apodo y el secreto desaparecieron de las bocas de las personas y las cosas siguieron su curso normal en aquel reinado. Excepto, porque desde entonces el puesto de peluquero real siempre estaba vacante.

El Rey decidió entonces cubrir muy bien su defecto usando una peluca. Pero cuando los cabellos comenzaban a crecer y salirse por debajo de la peluca era un verdadero problema y era entonces cuando mandaba a llamar a un peluquero.

Entonces, cada vez que su Majestad se hacía cortar el pelo, le preguntaba al peluquero:

-Peluquero Real: ¿Hay algo que me falte? – A lo que el ignorante empelado, tanteando la cabeza del soberano, contestaba:

- Sí mi Rey, le falta una oreja.

El Rey se ponía colorado del coraje y tenían que darle un tecito de flores de manzanilla para calmarlo. Pero eso no impedía que, para poder conservar su secreto bien guardado, con las mismas tijeras con que le habían recortado los cabellos rales les cercenaban la cabeza a los peluqueros, logrando así callarlos para siempre. 

Lo peor que podría hacer alguno de estos infortunados era preguntarle:

- ¿Cómo ha perdido la oreja real su majestad? - a ese además le arrancaba la lengua por preguntón.

El problema era que el reino empezó a quedarse sin peluqueros y los cabellos y barbas reales se estaban poniendo indomables, se salía por debajo de la peluca, se metían en la sopa, aliados con el viento le estorbaban en la boca y en los ojos al Rey cuando paseaba en la carroza y alguno que otro piojo había decidido habitar en tan importante cabeza. 
Los ministros desesperados mandaron a buscar por todo el reino alguien capaz de solucionar el problema. Pero todos los peluqueros habían desaparecido por propia  mano del Rey. 

Cuando prácticamente habían perdido las esperanzas los mensajeros llegaron al último pueblo del reino. Este era una pequeña villa al pie de un río donde habitaba el último maestro de peluqueros dueño de una tijera de oro. Era un joven, quién heredó el arte de cortar el pelo de sus ancestros y  que vivía en su cabaña solo y sin nadie con quien hablar.

De inmediato el nuevo peluquero con sus tijeras doradas fue llevado a la corte donde el Rey lo esperaba ansioso. Las tijeras se movían hábiles y presurosas. Con cada tijeretazo el momento esperado se acercaba. Los enredado cabellos caían al piso junto a los pies del joven y del soberano. Llegando al instante preciso preguntó el Rey:

-¿Hay algo me que falte?

El viejo mirándolo a través del espejo le contestó:

-Nada, Majestad, a usted no le falta nada.

-¿Estás seguro? -, insistió.

-Nada, su Majestad, nada,- Volvió a contestar el joven.

-¿No quieres saber siquiera cómo perdí mi oreja?- continuó el Rey.
Y el peluquero agachando la cabeza y haciendo una venia, respondió:

- No sé de qué me habla, mi señor.

- Por tu discreción e inteligencia voy a perdonarte la vida, – le dijo  el agradecido Rey; - Pero con una condición: Si alguna vez escucho que mi secreto se ha vuelto a descubrir, si alguna vez alguien osa volver a llamarme Rey Mocho, te mandaré a buscar, no importa dónde te escondas y morirás igual que el resto de peluqueros. - Lo amenazó, mostrándole una bodega llena de cientos de calaveras y tijeras oxidadas.

El tiempo pasó y en el reino todo transcurría en paz, menos para el peluquero que solo en su cabaña se retorcía de angustia con el secreto guardado en el pecho. 

Un día no pudo más, la lengua le picaba y las ganas de hablar lo mataban. Así que se fue a lo más profundo del monte donde nadie habitaba, cavó un hoyo y allí se escondió. Una vez dentro soltó un grito muy fuerte en el que decía:

-¡El Rey es mocho!¡El Rey es mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!

Con el corazón aliviado y el pecho por fin libre de aquel secreto guardado por tanto tiempo y con la lengua en paz, salió del hoyo como un hombre nuevo, teniendo la precaución de taparlo muy bien antes de volver a su hogar.

El tiempo siguió pasando sin mayores novedades. Hasta que un día, por esos lares llegó un campesino con sus animales buscando un lugar donde pastar y tomar agua.
Cansado de la jornada se echó bajo un árbol de caña  que había en medio del monte. Para entretenerse decidió cortarle una rama y hacerse una flauta. Cuando al rato la tuvo lista sopló entusiasmado y para su asombro escuchó que de aquella flauta salía una voz que cantaba:

-¡El Rey es mocho!¡El Rey es mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!

Pensó que aquella caña tenía una falla e intentó con otra, pero con cualquiera que cortara, el resultado era el mismo. A un soplo de su boca la flauta cantaba:

-¡El Rey es mocho!¡El Rey es mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!

Entonces el hombre se puso a fabricar muchas flautas de aquella caña y feliz bajó al pueblo a vender las flautas que él creyó mágicas. Pronto, muchos niños y jóvenes paseaban por las callejuelas del reino tocando los novedosos instrumentos y el secreto del Rey Mocho, empezó a esparcirse por todo el reino.

Y claro, como era de esperase llegó a oídos…perdón a oído del Rey quién furioso mandó a traer una de aquellas flautas. No lo podía entender, cómo un instrumento hecho de caña podía cantar su secreto.

-¡Ajá!, en esto tiene algo que ver el peluquero -  pensó, y de inmediato lo mandó traer.

El joven ante la amenazante mirada del soberano confesó la verdad:

-Ya no podía más su Majestad, no podría vivir sin contar lo que sabía, así que lo único que hice fue gritarlo en un gran hoyo que cavé en lo profundo del monte. Por favor deje de matar y cercenar cabezas mi querido Rey, - le imploró.- Un pequeño defecto no cambia la esencia de las personas. Además, si la propia tierra, siendo tierra no pudo guardar un secreto, qué espera de nosotros los humanos.

El Rey entendió la lección que la naturaleza le estaba dando. Por eso los antiguos respetaban a la tierra, a los cerros y a los ríos dadores de conocimiento, vida y frutos. Al sabio anciano le fue perdonada la vida y hasta el final de sus días fue el peluquero real.


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