EL CIEGO
Y EL CAZADOR
(Cuento del África Occidental)
(Del libro “La
voz de los sueños y otros cuentos prodigiosos”)
(Ilustración: Adriana Karle - Fuente: Internet)
Había una vez un hombre ciego que vivía con su
hermana en una cabaña junto al bosque.
El ciego era un hombre muy inteligente. Aunque no podía
ver; parecía saber más sobre el mundo que quienes tienen una vista de lince. Todos
los días se sentaba a la puerta de su cabaña y charlaba con la gente que
pasaba.
Los que tenían problemas o querían saber algo acudían
a consultarle, porque el ciego siempre daba buenos consejos y acertaba en todas
sus respuestas.
- ¿Cómo puedes ser tan sabio? – le preguntaba la
gente con asombro.
El ciego siempre contestaba con una sonrisa:
-Porque veo con las orejas – decía.
Un día, la hermana del ciego se enamoró de un cazador
de otro poblado, y muy pronto decidieron celebrar la boda. La pareja se casó y,
tras el banquete, el cazador fue a vivir a la cabaña de su esposa.
Pero el cazador nunca tenía tiempo para estar con el
hermano de su mujer.
- ¿De qué sirve un hombre ciego? – solía decir.
Y su mujer le respondía:
-Esposo mío, mi hermano sabe más sobre el mundo que
la gente que ve.
- ¡Ja, ja, ja! – reía el cazador-. ¿Qué puede saber
del mundo un hombre que se ha pasado la vida en la oscuridad? ¡Ja, ja, ja, ja…!
Cada día, el cazador se adentraba en el bosque con
una lanza, flechas y trampas, y, cuando regresaba al poblado al caer la tarde,
el ciego siempre le decía:
-¿Por qué no me llevas mañana a cazar contigo?
Pero el cazador respondía que no con la cabeza.
-¿De qué sirve un hombre ciego?- repetía.
Así pasaron los días y las semanas y los meses, y
cada tarde el ciego le decía al marido de su hermana:
-¿Por qué no me llevas mañana a cazar contigo?
Y cada tarde el cazador le decía que no.
Pero una tarde, el hombre ciego lo encontró de muy
buen humor, porque el cazador había capturado una gacela enorme. Su mujer la
asó al fuego y, cuando acabaron de cenar, el cazador se volvió hacia el ciego y
le dijo:
- Está bien, mañana vendrás a cazar conmigo.
Así que a la mañana siguiente los dos hombres se
fueron juntos al bosque. El Cazador cargaba con la lanza, las flechas y las trampas,
y llevaba de la mano al ciego para
guiarlo por el sendero que serpenteaba entre los árboles.
Tras varias horas de camino, el ciego se detuvo de
pronto y tiró de la mano del cazador.
-¡Chsss!- dijo-. ¡Por aquí cerca hay un león!.
El cazador miró a su alrededor, pero no vio nada.
-Por aquí hay un león – insistió el ciego-, pero no
te preocupes. Tiene la barriga llena y duerme con un cachorrito a la sombra de
un árbol. No temas: no nos atacará.
Los dos hombres siguieron caminando, y poco después
el cazador comprobó que el ciego tenía razón: al margen del camino había un
gran león que dormía la siesta a la sombra de un árbol.
Cuando pasaron de largo, el cazador preguntó:
- ¿Cómo has sabido que por aquí había un león?
El hombre ciego respondió con una sonrisa:
- Porque veo con las orejas - dijo.
Al cabo de un rato, el ciego se detuvo otra vez y
tiró de nuevo de la mano del cazador.
- ¡Chsss! – dijo -. ¡Por aquí hay un elefante!
El cazador miró a su alrededor, pero no vio nada.
- Por aquí hay un elefante – insistió el ciego -,pero no
tenemos que preocuparnos…Se está bañando en una charca y no nos atacará.
Los dos hombres siguieron caminando por le sendero y
poco después bordearon una charca donde se bañaba un elefante enorme. El agua
le llegaba hasta las rodillas, y se echaba chorros de lodo en la espalda.
Cuando pasaron de largo, el cazador preguntó:
-¿Cómo has sabido que por aquí había un elefante?
Y el hombre ciego respondió con una sonrisa:
-Porque veo con las orejas- dijo.
Los dos hombres siguieron caminando hasta llegar a un
claro del bosque. Entonces el cazador dijo:
-Tenderemos las trampas aquí.
El cazador tendió una de las trampas y le enseñó al
ciego a preparar la otra. Cuando las dos trampas estuvieron montadas, el
cazador dijo:
-Mañana volveremos para ver que hemos capturado.
Los dos hombres regresaron al poblado y, al día
siguiente, se levantarnos temprano para adentrarse de nuevo en el bosque. El
cazador le tendió la mano al ciego para guiarle, pero el hombre ciego dijo:
- No es necesario: ahora ya conozco el camino.
Y echaron a andar. El ciego iba delante, pero ni una
sola vez tropezó con las raíces que sobresalían del suelo ni con las ramas ni
con los árboles caídos sobre el sendero. El ciego recordaba a la perfección
cómo era el camino: giraba cuando había que girar y esquivaba todos los baches
del terreno.
Los dos hombres caminaron durante varias horas hasta
llegar al claro del bosque donde el día anterior habían tendido las trampas. El
cazador vio en seguida que habían un pájaro atrapado en cada una de ellas. El pájaro de su trampa
era pequeño y tenía un plumaje sucio y gris, mientras que el de la trampa del
ciego era toda una belleza, con plumas de color carmesí, verde y dorado.
- Hemos atrapado un pájaro cada uno - le dijo el
cazador al ciego - Siéntate aquí mientras voy a sacarlos de las trampas.
El ciego obedeció, y se esperó sentado mientras el
cazador se dirigía a las trampas, diciéndose a sí mismo:
“Un hombre que no ve, no podrá distinguirlos”.
¿Y qué piensan que hizo?
Pues le dio al ciego el
pequeño pájaro gris y se quedó con el hermoso pájaro de plumas carmesíes,
verdes y doradas.
El ciego tomó el pajarito gris y se levantó, y luego
los dos hombres emprendieron el camino de vuelta al poblado.
Cuando llevaban un buen rato andando, el cazador
dijo:
-Si eres tan inteligente y puedes ver con las orejas,
respóndeme a una pregunta: ¿Por qué hay tanto odio y tanta ira y tantas guerras
en este mundo?
Y el ciego contestó:
- Porque el mundo está lleno de gente como tú, que se
queda con lo que no es suyo.
Al oír aquello, el cazador se sintió muy avergonzado.
Entonces cogió el pequeño pájaro gris de las manos
del ciego y le entregó el hermoso pájaro de plumas carmesíes, verdes y doradas.
Luego le rogó que lo disculpara:
- Perdóname- dijo.
Y siguieron caminando y caminando, y, al cabo de un
rato, el cazador dijo:
-Si eres tan inteligente y puedes ver con las orejas,
respóndeme a una pregunta:
¿Por qué hay tanto amor y tanta bondad y tanta
ternura en el mundo.
Y el ciego contestó:
-Porque el mundo está lleno de gente como tú, que
aprende de sus errores.
Siguieron caminando y caminando hasta que por fin
llegaron a casa.
Y, desde aquel día, cada vez que el cazador oía que
alguien le preguntaba al ciego:
“¿Cómo puedes ser tan sabio?”, pasaba el brazo
sobre el hombro del hermano de su esposa y respondía con una sonrisa:
- Porque ve con las orejas…y escucha con el corazón.