jueves, 19 de septiembre de 2019

LOS TRES ENANITOS DEL BOSQUE
(Cuento popular recopilado por los hermanos Grimm)
(Del libro: Todos los cuentos de los hermanos Grimm)
(Iustración: Anne Andersor Fuente: Inernet)



Éranse un hombre que había perdido a su mujer, y una mujer a quien se le había muerto el marido. El hombre tenía una hija, y la mujer, otra. Las muchachas se conocían y salían de paseo juntas; de vuelta solían pasar un rato en casa de la mujer, madre de la joven. Un día, ésta dijo a la hija del viudo:
-Di a tu padre que me gustaría casarme con él. Entonces, tú te lavarías todas las mañanas con leche y beberías vino; en cambio, mi hija se lavaría con agua, y agua solamente bebería.

De vuelta a su casa, la niña repitió a su padre lo que le había dicho la mujer. Dijo el hombre:

-¿Qué debo hacer? El matrimonio es un gozo, pero también un tormento.

Al fin, no sabiendo qué partido tomar, quitose un zapato y dijo:

-Coge este zapato, que tiene un agujero en la suela. Llévalo al desván, cuélgalo del clavo grande y échale agua dentro. Si retiene el agua, me casaré con la mujer; pero si el agua se sale, no me casaré.

Cumplió la muchacha lo que le había mandado su padre; pero el agua hinchó el cuero y cerró el agujero, y la bota quedó llena hasta el borde. La niña fue a contar a su padre lo ocurrido. Subió éste al desván, y viendo que su hija había dicho la verdad, se dirigió a casa de la viuda para pedirla en matrimonio. Y se celebró la boda.

A la mañana siguiente, al levantarse las dos muchachas, la hija del hombre encontró preparada leche para lavarse y vino para beber, mientras que la otra no tenía sino agua para lavarse y para beber. Al día siguiente encontraron agua para lavarse y agua para beber, tanto la hija de la mujer como la del hombre. Y a la tercera mañana, la hija del hombre encontró agua para lavarse y para beber, y la hija de la mujer, leche para lavarse y vino para beber; y así continuaron las cosas en adelante a partir de ese día para la hija del hombre. 


La mujer odiaba a su hijastra mortalmente e ideaba todas las tretas para tratarla peor cada día. Además, sentía envidia de ella porque era hermosa y amable, mientras que su hija era fea y repugnante. 
Un día de invierno, en que estaban nevados el monte y el valle, la mujer confeccionó un vestido de papel y, llamando a su hijastra, le dijo:

-Toma, ponte este vestido y vete al bosque a llenarme este cesto de fresas, que hoy me apetece comerlas.

-¡Santo Dios! -exclamó la muchacha-. Pero si en invierno no hay fresas; la tierra está helada y la nieve lo cubre todo. ¿Y por qué debo ir vestida de papel? Afuera hace un frío que hiela el aliento; el viento se entrará por el papel, y los espinos me lo desgarrarán.

-¿Habrase visto descaro? -exclamó la madrastra-. ¡Sal enseguida y no vuelvas si no traes el cesto lleno de fresas!

Y le dio un mendrugo de pan seco, diciéndole:

-Es tu comida de todo el día.

Pensaba la mala bruja: "Se va a morir de frío y hambre, y jamás volveré a verla."

La niña, que era obediente, se puso el vestido de papel y salió al campo con la cestita. Hasta donde alcanzaba la vista todo era nieve; no asomaba ni una brizna de hierba. 

Al llegar al bosque descubrió una casita con tres enanitos que miraban por la ventana. Les dio los buenos días y llamó discretamente a la puerta. Ellos la invitaron a entrar, y la muchacha se sentó en el banco, al lado del fuego, para calentarse y comer su desayuno. Los hombrecillos suplicaron:

-¡Danos un poco!

-Con mucho gusto -respondió ella- y, partiendo su mendrugo de pan, les ofreció la mitad.

Preguntáronle entonces los enanitos:

-¿Qué buscas en el bosque, con tanto frío y con este vestido tan delgado?

-¡Ay! -respondió ella-, tengo que llenar este cesto de fresas, y no puedo volver a casa hasta que lo haya conseguido.

Terminado su pedazo de pan, los enanitos le dieron una escoba, y le dijeron:

-Ve a barrer la nieve de la puerta trasera.

Al quedarse solos, los hombrecillos celebraron consejo:

-¿Qué podríamos regalarle, puesto que es tan buena y juiciosa y ha repartido su pan con nosotros? 

Dijo el primero:

-Pues yo le concedo que sea más bella cada día.

El segundo:

-Pues yo, que le caiga una moneda de oro de la boca por cada palabra que pronuncie.

Y el tercero:

-Yo haré que venga un rey y la tome por esposa.

Mientras tanto, la muchacha, cumpliendo el encargo de los enanitos, barría la nieve acumulada detrás de la casa. Y, ¿qué creen que encontró? 

Pues unas magníficas fresas maduras, rojas, que asomaban por entre la nieve. Muy contenta, llenó la cestita y, después de dar las gracias a los enanitos y estrecharles la mano, dirigiose a su casa, para llevar a su madrastra lo que le había encargado. 
Al entrar y decir "buenas noches," cayéronle de la boca dos monedas de oro. Púsose entonces a contar lo que le había sucedido en el bosque, y he aquí que a cada palabra le iban cayendo monedas de la boca, de manera que al poco rato todo el suelo estaba lleno de ellas.

-¡Qué petulancia! -exclamó la hermanastra-. ¡Tirar así el dinero!

Mas por dentro sentía una gran envidia, y quiso también salir al bosque a buscar fresas. Su madre se oponía:

-No, hijita, hace muy mal tiempo y podrías enfriarte.

Mas como ella insistiera y no la dejara en paz, cedió al fin, le cosió un espléndido abrigo de pieles y, después de proveerla de bollos con mantequilla y pasteles, la dejó marchar.

La muchacha se fue al bosque, encaminándose directamente a la casita. Vio a los tres enanitos asomados a la ventana, pero ella no los saludó y, sin preocuparse de ellos ni dirigirles la palabra siquiera, penetró en la habitación, se acomodó junto a la lumbre y empezó a comerse sus bollos y pasteles.

-Danos un poco -pidiéronle los enanitos-; pero ella respondió:

-No tengo bastante para mí, ¿cómo voy a repartirlo con ustedes? Terminado que hubo de comer, dijéronle los enanitos:

-Ahí tienes una escoba, ve a barrer afuera, frente a la puerta de atrás.

-Barran ustedes -replicó ella-, que yo no soy su criada.

Viendo que no hacían ademán de regalarle nada, salió afuera, y entonces los enanitos celebraron un nuevo consejo:

-¿Qué le daremos, ya que es tan grosera y tiene un corazón tan codicioso que no quiere desprenderse de nada?

Dijo el primero:

-Yo haré que cada día se vuelva más fea.

Y el segundo:

-Pues yo, que a cada palabra que pronuncie le salte un sapo de la boca.

Y el tercero:

-Yo la condeno a morir de mala muerte.

La muchacha estuvo buscando fresas afuera, pero no halló ninguna y regresó malhumorada a su casa. Al abrir la boca para contar a su madre lo que le había ocurrido en el bosque, he aquí que a cada palabra le saltaba un sapo, por lo que todos se apartaron de ella asqueados. Ello no hizo más que aumentar el odio de la madrastra, quien sólo pensaba en los medios para atormentar a la hija de su marido, cuya belleza era mayor cada día.


Finalmente, cogió un caldero y lo puso al fuego, para cocer lino. Una vez cocido, lo colgó del hombro de su hijastra, dio a ésta un hacha y le mandó que fuese al río helado, abriera un agujero en el hielo y aclarase el lino. La muchacha, obediente, dirigiose al río y se puso a golpear el hielo para agujerearlo. En eso estaba cuando pasó por allí una espléndida carroza en la que viajaba el Rey. Éste mandó detener el coche y preguntó:

-Hija mía, ¿quién eres y qué haces?

-Soy una pobre muchacha y estoy aclarando este lino.

El Rey, compadecido y viéndola tan hermosa, le dijo:

-¿Quieres venirte conmigo?

-¡Oh sí, con toda mi alma! -respondió ella, contenta de librarse de su madrastra y su hermanastra.

Montó, pues, en la carroza, al lado del Rey, y, una vez en la Corte, celebrose la boda con gran pompa y esplendor, tal como los enanitos del bosque habían dispuesto para la muchacha.

Al año, la joven reina dio a luz un hijo, y la madrastra, a cuyos oídos habían llegado las noticias de la suerte de la niña, encaminose al palacio acompañada de su hija, con el pretexto de hacerle una visita.

Como fuera que el Rey había salido y nadie se hallaba presente, la malvada mujer agarró a la Reina por la cabeza mientras su hija la cogía por los pies, y, sacándola de la cama, la arrojaron por la ventana a un río que pasaba por debajo. 

Luego, la vieja metió a su horrible hija en la cama y la cubrió hasta la cabeza con las sábanas. Al regresar el Rey e intentar hablar con su esposa, detúvole la vieja:

-¡Silencio, silencio! Ahora no; está con un gran sudor, déjela tranquila por hoy.

El Rey, no recelando nada malo, se retiró. Volvió al día siguiente y se puso a hablar a su esposa. Al responderle la otra, a cada palabra le saltaba un sapo, cuando antes lo que caían siempre eran monedas de oro. Al preguntar el Rey qué significaba aquello, la madrastra dijo que era debido a lo mucho que había sudado, y que pronto le pasaría.

Aquella noche, empero, el pinche de cocina vio un pato que entraba nadando por el sumidero y que decía:

"Rey, ¿qué estás haciendo?
¿Velas o estás durmiendo?"

Y, no recibiendo respuesta alguna, prosiguió:

"¿Y qué hace mi gente?"

A lo que respondió el pinche de cocina:

"Duerme profundamente."

Siguió el otro preguntando:

"¿Y qué hace mi hijito?"

Contestó el cocinero:

"Está en su cuna dormidito."

Tomando entonces la figura de la Reina, subió a su habitación y le dio de mamar; luego le mulló la camita y, recobrando su anterior forma de pato, marchose nuevamente nadando por el sumidero. Las dos noches siguientes volvió a presentarse el pato, y a la tercera dijo al pinche de cocina:

-Ve a decir al Rey que coja la espada, salga al umbral y la blanda por tres veces encima de mi cabeza.

Así lo hizo el criado, y el Rey, saliendo armado con su espada, la blandió por tres veces sobre aquel espíritu, y he aquí que a la tercera levantose ante él su esposa, bella, viva y sana como antes.

El Rey sintió en su corazón una gran alegría; pero guardó a la Reina oculta en un aposento hasta el domingo, día señalado para el bautizo de su hijo. Ya celebrada la ceremonia, preguntó:

-¿Qué se merece una persona que saca a otra de la cama y la arroja al agua?

-Pues, cuando menos -respondió la vieja-, que la metan en un tonel erizado de clavos puntiagudos y, desde la cima del monte, lo echen a rodar hasta el río.

A lo que replicó el Rey:

-Has pronunciado tu propia sentencia -y, mandando traer un tonel como ella había dicho, hizo meter en él a la vieja y a su hija, y, después de clavar el fondo, lo hizo soltar por la ladera, por la que bajó rodando y dando tumbos hasta el río.



Fin.

viernes, 23 de agosto de 2019

GARBANCITO Y EL BUEY
(Cuento popular) 
(Del libro El pájaro Belverde de Ítalo Calvino)
(Ilustración: Emanuele Luzzati Fuente: Internet)





Había un hojalatero que no tenía hijos. Un día su mujer estaba sola en la casa y hacía hervir unos garbanzos. Pasó una mendiga y pidió una escudilla de garbanzos como limosna.
—No es que a nosotros nos sobren los garbanzos —dijo la mujer del hojalatero—, pero donde comen dos también comen tres: aquí tiene una escudilla y apenas los garbanzos estén cocidos, le doy un cucharón lleno.
—¡Por fin encontré un alma bondadosa! —dijo la mendiga—. Mire: yo soy un hada y quiero premiarla por su generosidad. ¡Pídame lo que quiera!
—¿Qué puedo pedirle? —dijo la mujer—. El único disgusto que tengo es el de no tener hijos.
—Si no es más que eso —dijo el hada, golpeando las manos—, ¡que los garbanzos en la olla se le vuelvan hijos!

El fuego se apagó, y de la olla, como garbanzos que hierven, saltaron afuera cien niños, pequeños como granitos de garbanzos y empezaron a gritar: 
—¡Mamá, tengo hambre! ¡Mamá, tengo sed! ¡Mamá, álzame en brazos!—, y a desparramarse por los cajones, las hornallas, los tarros. La mujer, asustada, se agarró la cabeza: 
—¿Y cómo hago ahora para sacarle el hambre a todas estas criaturas? ¡Pobre de mí! ¡Lindo premio que me dio! ¡Si antes, sin hijos, estaba triste, ahora que tengo cien estoy desesperada!
—Yo creí hacerla feliz —dijo el hada—, pero si no es así, ¡que sus hijitos vuelvan a ser garbanzos! —y golpeó otra vez las manos.
Las vocecitas no se oyeron más y en lugar de los hijitos había sólo muchos garbanzos desparramados por la cocina. La mujer, ayudada por el hada, los recogió y volvió a ponerlos en la olla; eran noventa y nueve.
—¡Qué raro! —dijo el hada—, hubiera jurado que eran cien.
Después el hada comió su escudilla de sopa, saludo y se fue.
Al quedarse a solas, la mujer sintió nuevamente una gran tristeza; sintió ganas de llorar y decía: 
—¡Oh, si por lo menos me hubiera quedado uno; ahora me ayudaría, y podría llevarle de comer a su padre al taller.
Entonces oyó una vocecita que decía: 
—¡Mamá, no llores, aún estoy yo!—. Era uno de los hijitos, que se había escondido detrás del asa de la jarra.
La mujer sintió una gran alegría: 
—¡Oh, querido, sal afuera! ¿cómo te llamas?
—Garbancito —dijo el niño deslizándose por la jarra y poniéndose de pie sobre la mesa.
—Muy bien mi Garbancito —dijo la mujer—, ahora tienes que ir al taller a llevarle de comer a papá—. Preparó el canasto y lo puso sobre la cabeza de Garbancito.
Garbancito comenzó a andar y se veía sólo el canasto que parecía caminar solo. Preguntó cuál era el camino a un par de personas y todas se asustaban porque creían que era un canasto que hablaba. Llegó al taller y llamó: 
—¡Papá, papá, ven: te traigo de comer!
Su padre pensó: “¿Quién me llama? ¡Yo no he tenido nunca hijos!” Salió y vio el canasto y debajo del canasto salía una vocecita: 
—Papá, levanta el canasto y me verás. Soy tu hijo Garbancito, nacido esta mañana.
Lo levantó y vio a Garbancito. 
—¡Muy bien, Garbancito! —dijo el padre, que era tachero—, ahora vienes conmigo, porque debo ir a recorrer las casa de los campesinos, para ver si tienen algo roto que yo pueda arreglar.
Y el papá se puso en el bolsillo a Garbancito y se encaminaron. Por el camino no hacían más que charlar y la gente veía al hombre que parecía hablar solo, y parecía estar loco.
Preguntaba en las casas: 
—¿Tienen algo para soldar?
—Sí, tendríamos algo —le contestaron—, pero a usted no se lo damos porque está loco.
—¿Cómo loco? Yo soy más cuerdo que todos ustedes. ¿Qué están diciendo?
—Decimos que por la calle no hace más que hablar solo.
—Pero no hablo solo. Conversaba con mi hijo.
—¿Y dónde tiene a ese hijo?
—En el bolsillo.
—¿No ve que tenemos razón? Está loco.
—Bueh, se lo muestro —y sacó del bolsillo a Garbancito montado en uno de sus dedos.
—¡Oh, qué lindo hijito! Póngalo a trabajar con nosotros, haremos que vigile al buey.
—¿Te quedarías Garbancito?
—Yo sí.
—Entonces te dejo aquí y pasaré a buscarte esta noche.
A Garbancito lo montaron sobre el cuerno de un buey y parecía que el buey estaba solo allí, en medio del campo. Pasaron dos ladrones y viendo el buey sin custodia lo quisieron robar. Pero Garbancito se puso a gritar:
—¡Patrón! ¡Venga, patrón!
Corrió el campesino y los ladrones le preguntaron: 
—Diga, señor, ¿de dónde sale esa voz?
—Ah —dijo el patrón—. Es Garbancito. ¿No lo ven? Está ahí, sobre un cuerno del buey.
Los ladrones miraron a Garbancito y dijeron al campesino: 
—Si nos lo presta por unos días, lo haremos rico— y el campesino lo dejó ir con los ladrones.

Con Garbancito en el bolsillo, los ladrones fueron a la caballeriza del Rey, para robar caballos. La caballeriza estaba cerrada, pero Garbancito pasó por el agujero de la cerradura, abrió, fue a desatar los caballos y pudo escaparse con ellos, escondido en la oreja de un caballo. Los ladrones estaban afuera esperándolo, montaron los caballos y galoparon hacia la casa.
Una vez llegados dijeron a Garbancito: 
—¡Oye, estamos cansados y vamos a dormir! ¡Dale de comer a los caballos!
Garbancito comenzó a ponerles los morrales a los caballos, pero se caía de sueño y terminó por quedarse dormido dentro de un morral. El caballo no se dio cuenta y se comió a Garbancito junto con la cebada.
Los ladrones, cuando vieron que no volvía, bajaron a buscarlo en la caballeriza. 
—Garbancito, ¿dónde estás?
—Estoy aquí —respondió una vocecita—, estoy en la panza de un caballo.
—¿Qué caballo?
—El que está aquí.
Los ladrones destriparon un caballo, pero a Gargancito no lo encontraron.
—No es éste.
—¿En qué caballo estás?
—En éste —y los ladrones destriparon otro.
De ese modo continuaron destripando un caballo después de otro, hasta que los mataron a todos, pero a Garbancito no lo encontraron. Se habían cansado y dijeron: 
—¡Lástima! ¡Lo perdimos! ¡Y pensar que nos venía tan bien! ¡Además perdimos todos los caballos!—. Tomaron las carroñas, las tiraron en un prado y fueron a dormir.
Pasó un lobo hambriento, vio a los caballos destripados y se hizo una comilona. Garbancito seguía aún escondido en la panza de un caballo, y el lobo se lo tragó. Así que se quedó en la panza del lobo y cuando el lobo volvió a tener hambre y se acercó a una cabra atada en un campo, Garbancito, desde allá adentro, se puso a gritar: 
-¡Al lobo! ¡Al lobo!, hasta que llegó el dueño de la cabra e hizo escapar al lobo.
El lobo dijo: “¿Qué me pasa que me salen estas voces? Debo tener la panza llena de aire”, e intentó sacar afuera el aire.
“Bien, ya debería habérseme ido”, pensó. “Iré a comerme una oveja.”
Pero cuando estuvo cerca del redil de la oveja, Garbancito, desde aquella panza, comenzó a gritar: 
—¡Al lobo! ¡Al lobo!—, hasta despertar al dueño de la oveja.
El lobo estaba preocupado. “Aún tengo ese aire en la barriga que me hace hacer esos ruidos”, y volvió a intentar sacarlo afuera. Disparó aire una vez, dos veces, a la tercera salió también Garbancito y corrio a esconderse en una mata. El lobo, sintiéndose liberado, volvió hacia el redil.
Pasaron tres ladrones y se pusieron a contar el dinero robado. Uno de los ladrones comenzó a contar: 
—Uno dos tres cuatro cinco…—. Y Garbancito, desde la mata, le hacía burla: 
—Uno dos tres cuatro cinco…
—¿Así que no te quieres callar? —dijo el ladrón a uno de los compañeros—. Ahora te mato.
Y lo mató. Y al otro: 
—Si te interesa terminar como él, ya sabes cómo hacer… —Y recomienza. —Uno dos tres cuatro cinco…
—Y Garbancito repite: 
—Uno dos tres cuatro cinco…
—No soy yo el que habla —dijo el otro ladrón—, te juro, no soy yo…
—¡Quieres hacerte el vivo conmigo! ¡Yo te mato! —Y lo mató. 
—Ahora estoy solo —dijo para sí—, puedo contar el dinero en paz y guardármelo todo para mí. Uno dos tres cuatro cinco…
Y Garbancito: 
—Uno dos tres cuatro cinco…
Al ladrón se le pusieron los pelos de punta: 
—Aquí hay alguien escondido. Es mejor que me escape. —Escapó, y dejó allí el dinero.
Garbancito con la bolsa del dinero sobre la cabeza volvió a su casa y golpeó la puerta. Su madre abrió y vio sólo la bolsa del dinero.
—¡Es Garbancito! —dijo. Levantó la bolsa, debajo estaba su hijo y lo abrazó.

Fin.

domingo, 21 de julio de 2019

"ISSUNBOUSHI"
(Cuento popular japonés)
( Ilustración - Fuente: https://writinginmargins.weebly.com/home/issun-boshi-analysis)
(Buddha's crystal and other fairy stories 1908)
Hace mucho, mucho tiempo, en un pueblo de Japón, nació un niño muy pequeño.
Su estatura era igual al del dedo meñique de un adulto.
A pesar de ello sus padres estaban muy contentos porque pensaban que él era un regalo de los dioses.  Le pusieron de nombre "Issunboushi"(*1)
El pequeño Issunboushi comía mucho pero a pesar del paso de los    años no crecía nada. Se convirtió en un joven fuerte pero pequeñito.
Un día comenzó a subir un enorme árbol y cuando llegó a la cima,  por primera vez pudo ver a lo lejos un río y una montaña.
Esa noche le preguntó a su padre: 
- Padre, ¿Hasta dónde corre el río?
El padre le contestó: 
- Hasta el otro lado de la montaña.
Issunboushi, más intrigado  preguntó: 
-¿Y qué hay al otro lado de la montaña, padre?
Y el padre dijo: 
- Al otro lado de la montaña está la ciudad de Kyoto (*2), la capital. Allí hay mucha gente y templos.
Al escuchar eso, Issunboushi se iba imaginando la ciudad llena de gente, las calles, los templos, y le dieron una ganas incontrolables de conocer la gran ciudad. Entonces exclamó: 
-¡Voy a ir a Kyoto!
El padre preguntó sorprendido: 
-¿Qué?
Issunboushi repitió: 
- ¡Voy a ir a Kyoto y me convertiré en un gran samurai! (*3)
Sus padres al escucharlo trataron de convencerlo para que desistiera de su idea, pero al ver que estaba firme en su resolución  no les quedó más remedio de ayudarlo a hacer su equipaje.
Prepararon un tazón, a manera de bote, para que pueda ir río abajo, unos palillos de remo y una aguja para que la utilice como espada.
Así Issunboushi partió hacia la ciudad. A lo largo del trayecto estaba expuesto a muchos peligros pero él se dijo: "¡Venceré sin falta! ¡Voy a realizar mi sueño!"
Unos días después llegó a la ciudad. Allí buscó un castillo en donde poder ejercitarse para convertirse en samurai. Encontró uno muy grande y se entrevistó con su dueño, un señor feudal, el cual se rió al escuchar las pretensiones de Issunboushi, pero accedió a su solicitud al ver la determinación de éste.
Allí vivía una princesa llamada Haruhime, hija de aquel señor feudal.
Por esos días unos demonios estaban causando alboroto y cometiendo fechorías por toda la ciudad.
Un día Issunboushi escuchó la noticia de que la princesa iría al templo de Kiyomizu (*4) Para ello el padre de ella, sabiendo lo que sucedía con los demonios, eligió a sus guardias más fuertes para acompañarla. Issunboushi se ofreció a ir con ellos.
En el camino al templo se encontraron con un demonio.
Todos huyeron pero Issunboushi permaneció al lado de la princesa para salvarla. 
Cuando el demonio amenazó a la princesa Issunboushi se paró delante de ella y gritó al demonio: 
-¡Tu contrincante soy yo! 
Este al verlo empezó a reirse y de un bocado se lo comió.
En ese momento el demonio empezó a padecer de dolores de vientre mas espantosos mientras  gritaba: 
- ¡No, no lo hagas, no sigas!
Issunboushi estaba hincando con su espada de aguja el vientre del demonio mientras le gritaba: 
-¡Ya no harás cosas malas y todos ustedes se irán de aquí!
El demonio adolorido contestó:
-¡Nunca más lo haremos!-  y en ese momento de un escupitajo lo echo fuera de su vientre.
El demonio huyó llorando muy adolorido llevándose a los otros demonios con él.
La princesa Haruhime se acercó a Issunboushi y le dijo: 
-¡Muchas gracias por todo. Te debo la vida!
Y cuando se agachó para tomar a Issunboushi entre sus manos,  vio un objeto que el demonio había dejado. Entonces tomó el objeto y le dijo a Issunboushi:
-Esto es un Uchidenokozuchi (*5), un mazo mágico. Con ésto podrás realizar tus deseos. ¿Qué deseas?
Issunboushi contestó: 
-Deseo una constitución física fuerte, para poder convertirme en samurai.
Ella agitó el "Uchidenokozuchi" y dijo: 
- ¡Ten una constitución fuerte!
En ese momento Issunboushi empezó a crecer mucho.
Quedó muy contento porque ya tenía una constitución fuerte y podía convertirse en un imponente samurai.
Se esforzó mucho y pudo realizar su sueño.
Issunboushi y Haruhime se casaron e invitaron a sus padres a la ciudad y vivieron felices para siempre.
Fin.

(*1 Issunboushi: "sun": unidad de longitud equivalente a 3.3 cm.
Issun: 1 sun
boushi : niño
Issunboushi : nino de 3.3 cm de estatura

(*2) “Kyoto”: Ciudad de Japón fundada en el siglo octavo. Centro cultural, artístico y religioso. Kyoto fue la capital de Japón entre los años 794 y el 1869.

(*3) “Samurai”::Individuo perteneciente a la clase de los guerreros en la organizacion feudal japonesa anterior a 1868.

(*4) “Kyyumizu”: Templo muy conocido de la ciudad de Kyoto.

(*5)” Uchidenokozuchi”: Mazo

jueves, 30 de mayo de 2019

EL REY QUE PERDIÓ SU CORONA
(Cuento popular)
(Ilustración - Fuente: Internet)




Esta es la historia de un Rey que tenia una corona muy bonita. Le gustaba muchísimo y siempre la llevaba puesta para que todo el mundo supiera que él era el Rey.

Sólo se la quitaba para dormir, la dejaba en su mesita de noche y se la ponía de nuevo, rápidamente cada mañana. 

Pero un día, por la mañana al despertar, fue a coger su corona pero... ¡la corona no estaba! Empezó a buscarla por toda su habitación, debajo del colchón entre sus libros en el escritorio, en los armarios... y es que su habitación estaba tan desordenada que era imposible encontrar nada. 

El Rey fue por su castillo buscándola pero no la encontró. Le preguntó a todos los criados que trabajaban en el castillo y ninguno sabía donde estaba. 

Decidió entonces salir a buscarla por los jardines de su palacio. Cuando llegó al estanque y le preguntó a un pato que había allí:

-Señor PATO ¿usted ha visto mi corona?

Y el Señor Pato se quedó un momento pensando y al final dijo...

-No, no la he visto. Pero yo he estado todo el día aquí bañándome en el estanque, a lo mejor si le preguntas al zorro que él va por los caminos...

Y el Rey se fue a preguntarle al ZORRO:

-Señor Zorro ¿usted ha visto mi corona? La estoy buscando por todo el castillo y no sé dónde está.

Y el Zorro le contestó:

-No, yo no he visto la corona, pero es que yo sólo voy por los caminos, a lo mejor podría usted preguntarle a la Pajarita que va siempre volando por el aire y quizá desde allí la haya visto.

De modo que el Rey en cuanto vio a la pajarita le preguntó:

-Señora Pajarita ¿usted ha visto mi corona?

-No, no la he visto. Pero ya había escuchado el rumor y la he estado buscando por todo su reino, aunque no la he encontrado.

El Rey se quedó entonces muy triste, pero la pajarita le dijo:

-Debería coger usted un barco y salir fuera de reino para buscarla.

Aquello al Rey le pareció una estupenda idea y salió contento en busca de su corona. 

En el puerto cogió un barco de vela y se hizo a la mar en busca de su corona. 
Se guiaba por el sol hasta que se hizo de noche que, como ya no había sol, debía guiarse siguiendo una estrella. Siguió buscando y buscando hasta que.. ¡Una nube tapó la estrella! Entonces el Rey se quedó parado porque no sabía hacia donde ir. 

Mientras tanto, esa nube se hacía más y más grande hasta que se formó una gran tormenta. El Rey estaba en su barco rodeado de rayos y truenos, el agua le salpicaba... y vino una ola muy grande que le rompió las vela.

El Rey ahora ya no podía avanzar más, se quedó allí flotando,  mientras pensaba que se había perdido igual que su corona... 

¡Bien! Apareció un barco mercante a rescatarlo. Le contó su historia  al capitán. Le dijo que era un rey que viajaba en busca de su corona. 

El capitán del barco le dijo que iban hacia un país en el que vivía una mujer mágica que era muy buena y quizá ella podría ayudarle a encontrar su corona. 

Cuando el Rey llegó al puerto del nuevo país enseguida cogió el camino que le llevaba a la casa de aquella mujer mágica. 
Al llegar a casa de la mujer mágica, llamó a la puerta y entró pensando que no había nadie. 

El Rey estaba un poquito asustado porque no había ido nunca a la casa de una mujer mágica y no sabia lo que se podría encontrar... Entonces de pronto apareció la sabia  mujer, que era muy guapa y le preguntó al Rey en qué podía ayudarle. El Rey le contó su problema:

-He recorrido un largo camino porque estoy buscando mi corana, he de encontrarla porque es muy importante para mí, sin ella no parezco un Rey y no podré gobernar. ¿Podría ayudarme a recuperarla?

-Pues no sé donde esta su corona, pero yo tengo una caja mágica donde guardo todas las cosas importantes. Puedes buscar en ella a ver si la encuentras.

El Rey muy contento miro en la caja pero ahí no aparecía su corona por ningún lado. 

Entonces muy triste se puso a llorar.

La mujer preocupada le preguntó: 

-¿Por qué lloras?

Y respondió el Rey entre lágrimas:

-Porque sin mi corona ya no voy a poder ser Rey...

La mujer sacó su pañuelo y mientras le secaba las lágrimas le explicó que más importante de un rey no era su corona, por eso no estaba en si caja mágica, sino que reinase con bondad.

- Pero, y entonces mi  corona…

- Las coronas no son las que reinan, son las personas...- le dijo aquella mágica mujer ofreciéndole de nuevo la caja mágica para que mirase de nuevo en ella.

¿Y saben lo que encontró el Rey?.. Una gorra... y entonces pensó: Bueno, habrá que modernizarse.


FIN