jueves, 23 de agosto de 2018

EL PALACIO DE LOS MONOS
(Del libro el pájaro Belverde -  cuentos populares)
(De Italo Calvino)
 (Ilustraciones-Fuente: Internet)




Una vez hubo un Rey que tenía dos hijos mellizos: Juan y Antonio.
Como no se sabía bien quién de los dos había nacido antes, y en la corte circulaban versiones distintas, el Rey no sabía cuál de ellos le sucedería en el reinado, y dijo:

- Para no perjudicar a nadie, vayan por el mundo a buscar esposa, y aquella que me haga el regalo más lindo y raro, su esposo heredará la Corona.

Los mellizos montaron a caballo y tomaron por caminos diversos.

Dos días después, Juan llegó a una gran ciudad. Conoció a la hija de un Marqués y le habló del asunto del regalo. Ella le dio una cajita sellada para llevar al Rey y festejaron el compromiso oficial.
El Rey guardó la cajita sin abrirla, esperando el regalo de la esposa de Antonio.

Antonio cabalgaba y cabalgaba y no encontraba nunca una ciudad. Se hallaba en un bosque tupido, sin sendero, que parecía no tener fin y debía abrirse paso cortando los ramajes con la espada, cuando de repente se le abrió delante un claro, y en el fondo de ese claro había un palacio todo de mármol, con los vidrios todos resplandecientes. Antonio golpeó, ¿y quién le abrió la puerta?, pues un mono. Era un mono con librea de mayordomo; le hizo una reverencia y con una gesto de la mano lo invitó a entrar. Otros dos monos lo ayudaron a bajar del caballo, tomaron el caballo de la rienda y lo llevaron a la caballerza. Él entró en el palacio y subió una escalera de mármol cubierta de alfombras y en la balaustrada estaban encaramados muchos monos, que silenciosamente lo reverenciaron. Antonio entró en una sala preparada para jugar a las cartas. Un mono lo invitó a sentarse, otros monos se le sentaron a los costados, y Antonio comenzó a jugar con ellos. A una cierta hora le preguntaron por señas si quería comer. Lo acompañaron al comedor y en la mesa servida atendían monas con delantal, y los invitados eran todos monos con sombreros emplumados. Después lo acompañaron con antorchas a un dormitorio y lo dejaron para que durmiera.

Antonio, aunque alarmado y estupefacto, estaba tan cansado que se durmió. Pero en lo más lindo del sueño, una voz lo despertó en la oscuridad, llamando: 

- ¡Antonio!

- ¿Quién me llama? – dijo él, encogiéndose en la cama.

-Antonio, ¿qué viniste a buscar hasta aquí?

- Vine a buscar una esposa que haga al Rey un regalo más lindo que el de la esposa de Juan, de modo que la Corona me toque a mí.

- Si consientes en casarte conmigo, Antonio – dijo la voz en la oscuridad -. Tendrás el regalo más lindo y la corona.

- Entonces ¡casémonos! – dijo Antonio, con un hilo de voz.

- Bien, mañana envía una carta a tu padre.

Al día siguiente Antonio escribió al padre una carta, diciéndole que estaba bien y que volvería con la esposa. Se la dio a un mono que, saltando de un árbol al otro, llegó hasta la ciudad real. El Rey, aunque sorprendido por tan insólito mensajero, se alegró mucho por las buenas noticias y lo alojó al mono en el palacio.

A la noche siguiente, Antonio fue nuevamente despertado por una voz en la oscuridad:

-¡Antonio! ¿Sigues teniendo el mismo sentimiento?

Y él contestó:

-Por supuesto.

Y la voz dijo:

- ¡Bien! Mañana envía otra carta a tu padre.

Al día siguiente Antonio volvió a escribir al padre que estaba bien, y mandó la carta con un mono. El Rey retuvo también a este mono en el palacio.

Así todas las noches la voz preguntaba a Antonio si no había cambiado de parecer y le recomendaba que escribiera a su padre, y todos los días partía un mono con una carta para el Rey. Esta historia siguió durante un mes y la ciudad real, mientras tanto, estaba llena de monos: monos sobre los árboles, monos sobre los techos, monos sobre los monumentos. Los zapateros golpeaban los clavos con un mono sobre el hombro, que repetía el gesto, los cirujanos operaban mientras los monos les robaban los cuchillos y el hilo para coser a los enfermos, las señoras iban a pasear con un mono sentado sobre la sombrilla. El Rey ya no sabía que más hacer con tanto mono.

Pasado un mes, la voz en la oscuridad finalmente dijo: 

- Mañana iremos juntos a ver al Rey y nos casaremos.

A la mañana siguiente, Antonio bajó y frente a la puerta había una hermosísima carroza con un mono por cochero sentado delante y dos monos lacayos agarrados detrás. Y dentro de la carroza, entre almohadones de terciopelo, toda enjoyada, con un estupendo tocado de plumas de avestruz, ¿Quién estaba?, Una mona. Antonio se sentó a su lado y la carroza partió.


Al llegar a la ciudad del Rey, la gente abría paso a esa carroza tan extraordinaria y todos se quedaron apabullados por la sorpresa de ver que el Príncipe Antonio había tomado por esposa a una mona.

Y todos miraban al Rey que estaba esperando al hijo en la escalera del Palacio, para ver qué cara ponía.  El Rey no por nada era Rey; ni si quiera parpadeó, como si casarse con una mona fuera la cosa más natural del mundo. Dijo solamente:

- La eligió, tendrá que casarse. - La palabra del Rey es siempre palabra de Rey.

Y recibió de las manos de la mona una cajita sellada como aquella de la cuñada.

Las cajitas se abrirían recién a la mañana siguiente, día de la boda.
La mona fue acompañada a su habitación y quiso que la dejaran sola.

Al día siguiente Antonio fue a buscar a la novia. Entró y la mona estaba frente al espejo probándose el traje de novia. Dijo:

- ¡Mira a ver si te gusto! – Y se dio vuelta. Antonio se quedó sin habla: 
de mona que era, al darse vuelta se había transformado en una encantadora muchacha, de cabellos cobrizos, alta y con un donaire que daba gusto verla. Se frotó los ojos porque no podía convencerse, pero ella dijo:

- ¡Sí, soy realmente tu novia! – y se echaron uno en los brazos del otro.

Afuera una gran muchedumbre se había reunido alrededor del palacio para ver al Príncipe Antonio que se casaba con la mona, y cuando en cambio vieron salir del brazo de tan hermosa criatura, quedaron boquiabiertos. A lo largo de todo el trayecto hacían cortejo todos los monos, sobre las ramos, sobre los techos y sobre los alfeizares de las ventanas. Cuando pasó la pareja real, cada mono dio una vuelta  sobre sí mismos y en esa vuelta todos quedaron transformados: quién en dama con traje de cola, quién en caballero con el sombrero emplumado y el espadín, quién en fraile, quién en campesino, quién en paje. Y todos fueron a engrosar el cortejo que seguía a la pareja que iba a desposarse.

El Rey abrió las cajitas de los regalos. Abrió aquella de la esposa de Juan y dentro había un pajarito vivo que volaba, y realmente era un milagro que hubiese podido estar encerrado ahí todo ese tiempo; el pajarito tenía en el pico una nuez, y dentro de la nuez había un moño de oro.

Abrió la cajita de la esposa de Antonio y también allí había un pajarito vivo y el pajarito tenía en el pico un lagarto, que realmente no se entendía cómo hacía para estar allí, y el lagarto tenía en la boca una avellana que no se sabía cómo había entrado, y una vez abierta la avellana, apareció, bien dobladito un tul bordado por cien manos con hilos de plata y oro.

El Rey ya estaba por proclamar a Antonio su heredero, y Juan ya tenía la cara larga, pero la esposa de Antonio dijo:

-Antonio no necesitas del reino de su padre, ya tiene el reino que le traigo como dote, y que él, al casarse conmigo, liberó del hechizo que nos  había hecho a todos monos.  – Y todo el pueblo de monos, que ahora eran otra vez seres humanos, aclamó a Antonio como Rey. 
Juan heredó le reino del padre y todos vivieron en paz y en concordia.

Fin.

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