LAS TRES CABRAS
(Adaptación del cuento clásico de Noruega)
(Ilustraciones - Fuente: Internet)
Había una
vez tres cabras macho de la misma familia: una pequeña e inexperta cabritilla,
su padre de mediana edad y mediano tamaño, y el abuelo que era una cabra grande
y muy lista que lo sabía todo.
Las tres
cabras se querían mucho, se protegían, y siempre iban de aquí para allá en
grupo, muy juntitas para no perderse por el monte y defenderse en caso de
apuros.
Un día, a
primera hora de la mañana, salieron a comer hierba al mismo lugar de siempre,
pero cuando llegaron al prado descubrieron que el pasto fresco había
desaparecido. Husmearon a fondo el terreno pero nada… ¡No había ni una sola
brizna de hierba verde y crujiente que llevarse a la boca!
El abuelo
miró al horizonte pensativo. Su familia necesitaba comer y como jefe del clan
tenía que encontrar una solución al grave problema.
Un par de
minutos después, dio con ella: no quedaba más remedio que atravesar el puente
de piedra sobre el río para llegar a las colinas que estaban al otro lado de la
orilla.
–
¡Tenemos que intentarlo! Jamás he estado allí, ni siquiera cuando era un
chaval, pero recuerdo muy bien las historias que contaban mis antepasados sobre
lo abundante y riquísima que es la hierba en ese lugar.
Si el
abuelo pensaba que era lo mejor, no había más que decir. Sin rechistar, las dos
cabras le siguieron hasta al puente. Desgraciadamente, ninguna se imaginaba
que estaba custodiado por un horrible y malvado trol que no dejaba
pasar a nadie.
La más
pequeña y alocada estaba ansiosa y quiso ser la primera en cruzar. Cuando había
recorrido casi la mitad, apareció ante ella el espantoso monstruo ¡La
pobre se dio un susto que a punto estuvo de caerse al río!
– ¡¿A
dónde crees que vas?!
– Voy al
otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso
nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que
pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
A la
cabrita le temblaba hasta el hocico, pero fue capaz de improvisar algo
ocurrente para que el trol no la atacara.
– ¡Señor,
espere un momento! Soy demasiado pequeña para saciar su apetito y no le serviré
de mucho. Detrás de mí viene una cabra que es bastante más grande que yo ¡Le
aseguro que si me deja pasar y aguarda unos segundos, podrá comprobarlo!
El ogro
tenía tanta hambre que pensó que no podía perder la oportunidad de darse un
banquete mejor.
– ¡Está
bien, cruza! ¡Ya veremos si me dices la verdad!
La
cabrita siguió su camino y se puso a salvo.
Mientras
tanto su padre, la cabra mediana, llegó al puente. Comenzó a cruzarlo
tranquilamente pero a mitad de trayecto el trol apareció ante sus narices.
– ¡¿A
dónde crees que vas?!
– Voy al
otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso
nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que
pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
La cabra
mediana, paralizada por el miedo, intentó hablar pausadamente para que el
monstruo no notara su nerviosismo.
– Sé que
estás deseando zamparme, pero si me dejas cruzar verás que detrás de mí viene
una cabra mucho más grande que yo ¡Créeme cuando te digo que merece la pena
esperar!
El trol
estaba empezando a perder la paciencia.
– ¡Está
bien! ¿Por qué comerte a ti cuando puedo llenarme la tripa con una cabra el
doble de grande que tú? Espero que sea cierto lo que dices ¡Pasa antes de que
me arrepienta!
La cabra
mediana aceleró el paso sin echar la vista atrás y alcanzó la otra orilla.
La cabra
mayor cruzaba el puente con ese garbo y seguridad que dan los años cuando, a
medio camino, le asaltó el trol. Por la cara de pocos amigos que tenía
parecía dispuesto a capturarla para saciar su apetito.
– ¡¿A
dónde crees que vas?!
– Voy al
otro lado del río en busca de hierba fresca para comer.
– ¡De eso
nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que
pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
¡Esta vez
el trol no sabía con quien se la estaba jugando! La cabra, valiente como
ninguna, se estiró, infló el pecho y con voz profunda le dijo:
– ¿Me
estás amenazando? ¡No me hagas reír! ¡Tú eres el que debe tener miedo de mí!
El trol
sonrió con chulería y le replicó en tono burlón:
– Sé que
no vas a comerme, cabra estúpida, porque vosotras las cabras sólo tragáis
hierba a todas horas ¡Menudo asco! ¡Debéis tener los dientes verdes de tanto
mascar clorofila!
La cabra
se enfureció. Apretando las mandíbulas de la rabia que le entró, miró
fijamente a los ojos saltones del trol y le gritó:
– ¡No, no
voy a comerte, pero sí voy a mandarte muy lejos de aquí para que dejes de
molestar!
Antes de
que pudiera reaccionar, saltó sobre él y le pisoteó con sus finas pero fuertes
patas. Después, lo levantó con los cuernos y lo lanzo al aire. El trol salió
disparado como un dardo, cayó al agua, y como no sabía nadar la corriente se lo
llevó a tierras lejanas para siempre.
El abuelo
cabra se quedó mirando al infinito hasta asegurarse de que desaparecía de su
vista. Después, muy digno, se atusó las barbas y continuó con paso firme sobre
el puente.
Al
reencontrarse con su hijo y su nieto, los tres se abrazaron. Se habían salvado
gracias al ingenio y a la complicidad que existía entre ellos. Muy felices, se
fueron canturreando y dando saltitos hacia las verdes colinas para atiborrarse
de la hierba deliciosa que las cubría.
Fin.