EL REY MOCHO
(Cuento de tradición
Oral Latinoamericana)
(Ilustración: Pinar Yegin
Fuente: Internet)
(http://blog.rumisu.com)
A nadie le gusta que le pongan
apodos. Pues al Rey de este cuento tampoco. Pero que no se los pusieran era muy
raro, pues tenía un defecto o más bien una carencia que era objeto de las
burlas de sus súbditos. Te cuento su historia.
A este Rey le faltaba una oreja.
Muy pocos en el pueblo lo sabían.
El peluquero
real, quién descubrió el secreto mientras le cortaba los cabellos al Rey, era el encargado de contar el secreto.
Pero pobre de él. El Rey no le dio tiempo de seguir regando la noticia, porque en cuanto se enteró
de lo que andaba contando por ahí, lo mandó a buscar y del boquisuelto del
peluquero nunca más se supo nada.
Sin embargo, la noticia, empezó
a divulgarse por aquel pueblo y pronto comenzaron a llamar a este soberano "El
Rey Mocho". Eso lo ponía furioso y pronto se encargó de eliminar a todo el que
supiera su defecto.
Con el tiempo el apodo y el secreto desaparecieron de las
bocas de las personas y las cosas siguieron su curso normal en aquel reinado.
Excepto, porque desde entonces el puesto de peluquero real siempre estaba
vacante.
El Rey decidió entonces cubrir muy bien su defecto usando una peluca. Pero cuando los cabellos comenzaban a crecer y salirse por debajo de la peluca era un verdadero problema y era entonces cuando mandaba a llamar a un peluquero.
El Rey decidió entonces cubrir muy bien su defecto usando una peluca. Pero cuando los cabellos comenzaban a crecer y salirse por debajo de la peluca era un verdadero problema y era entonces cuando mandaba a llamar a un peluquero.
Entonces, cada vez que su
Majestad se hacía cortar el pelo, le preguntaba al peluquero:
-Peluquero Real: ¿Hay algo que
me falte? – A lo que el ignorante empelado, tanteando la cabeza del soberano,
contestaba:
- Sí mi Rey, le falta una oreja.
El Rey se ponía colorado del
coraje y tenían que darle un tecito de flores de manzanilla para calmarlo. Pero
eso no impedía que, para poder conservar
su secreto bien guardado, con las mismas tijeras con que le habían recortado
los cabellos rales les cercenaban la cabeza a los peluqueros, logrando así
callarlos para siempre.
Lo peor que podría hacer alguno de estos infortunados
era preguntarle:
- ¿Cómo ha perdido la oreja real su majestad? - a ese además le arrancaba la
lengua por preguntón.
El problema era que el reino
empezó a quedarse sin peluqueros y los cabellos y barbas reales se estaban
poniendo indomables, se salía por debajo de la peluca, se metían en la sopa, aliados con el viento le estorbaban
en la boca y en los ojos al Rey cuando paseaba en la carroza y alguno que otro
piojo había decidido habitar en tan importante cabeza.
Los ministros
desesperados mandaron a buscar por todo el reino alguien capaz de solucionar el
problema. Pero todos los peluqueros habían desaparecido por propia mano del Rey.
Cuando prácticamente habían perdido
las esperanzas los mensajeros llegaron al último pueblo del reino. Este era una
pequeña villa al pie de un río donde habitaba el último maestro de peluqueros dueño de una
tijera de oro. Era un joven, quién heredó el arte de cortar el pelo de sus ancestros y que vivía en su cabaña solo y sin nadie con quien
hablar.
De inmediato el nuevo peluquero
con sus tijeras doradas fue llevado a la corte donde el Rey lo esperaba
ansioso. Las tijeras se movían hábiles y presurosas. Con cada tijeretazo el
momento esperado se acercaba. Los enredado cabellos caían al piso junto a los
pies del joven y del soberano. Llegando al instante preciso preguntó el Rey:
-¿Hay algo me que falte?
El viejo mirándolo a través del
espejo le contestó:
-Nada, Majestad, a usted no le
falta nada.
-¿Estás seguro? -, insistió.
-Nada, su Majestad, nada,-
Volvió a contestar el joven.
-¿No quieres saber siquiera cómo
perdí mi oreja?- continuó el Rey.
Y el peluquero agachando la
cabeza y haciendo una venia, respondió:
- No sé de qué me habla, mi
señor.
- Por tu discreción e
inteligencia voy a perdonarte la vida, – le dijo el agradecido Rey; - Pero con una condición:
Si alguna vez escucho que mi secreto se ha vuelto a descubrir, si alguna vez
alguien osa volver a llamarme Rey Mocho, te mandaré a buscar, no importa dónde
te escondas y morirás igual que el resto de peluqueros. - Lo amenazó, mostrándole una bodega
llena de cientos de calaveras y tijeras oxidadas.
El tiempo pasó y en el reino
todo transcurría en paz, menos para el peluquero que solo en su cabaña se
retorcía de angustia con el secreto guardado en el pecho.
Un día no pudo más,
la lengua le picaba y las ganas de hablar lo mataban. Así que se fue a lo más
profundo del monte donde nadie habitaba, cavó un hoyo y allí se escondió. Una
vez dentro soltó un grito muy fuerte en el que decía:
-¡El Rey es mocho!¡El Rey es
mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!
Con el corazón aliviado y el
pecho por fin libre de aquel secreto guardado por tanto tiempo y con la lengua
en paz, salió del hoyo como un hombre nuevo, teniendo la precaución de taparlo
muy bien antes de volver a su hogar.
El tiempo siguió pasando sin
mayores novedades. Hasta que un día, por esos lares llegó un campesino con sus
animales buscando un lugar donde pastar y tomar agua.
Cansado de la jornada se echó
bajo un árbol de caña que había en medio del monte. Para entretenerse decidió
cortarle una rama y hacerse una flauta. Cuando al rato la tuvo lista sopló
entusiasmado y para su asombro escuchó que de aquella flauta salía una voz que
cantaba:
- ¡El Rey es mocho!¡El Rey es mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!
Pensó que aquella caña tenía una
falla e intentó con otra, pero con cualquiera que cortara, el resultado era el
mismo. A un soplo de su boca la flauta cantaba:
- ¡El Rey es mocho!¡El Rey es mocho!¡Le falta una oreja, por eso usa una peluca muy vieja!¡Es mocho, es mocho!¡Mocho es el Rey!
Entonces el hombre se puso a fabricar muchas flautas de aquella caña y feliz bajó al pueblo a vender
las flautas que él creyó mágicas. Pronto, muchos niños y jóvenes paseaban por
las callejuelas del reino tocando los novedosos instrumentos y el secreto del Rey Mocho,
empezó a esparcirse por todo el reino.
Y claro, como era de esperase llegó a oídos…perdón a
oído del Rey quién furioso mandó a traer una de aquellas flautas. No lo podía
entender, cómo un instrumento hecho de caña podía cantar su secreto.
-¡Ajá!, en esto tiene algo que
ver el peluquero - pensó, y de inmediato
lo mandó traer.
El joven ante la amenazante
mirada del soberano confesó la verdad:
-Ya no podía más su Majestad, no
podría vivir sin contar lo que sabía, así que lo único que hice fue gritarlo en
un gran hoyo que cavé en lo profundo del monte. Por favor deje de matar y cercenar
cabezas mi querido Rey, - le imploró.- Un pequeño defecto no cambia la esencia
de las personas. Además, si la propia tierra, siendo tierra no pudo guardar un
secreto, qué espera de nosotros los humanos.
El Rey entendió la lección que
la naturaleza le estaba dando. Por eso los antiguos respetaban a la tierra, a
los cerros y a los ríos dadores de conocimiento, vida y frutos. Al sabio
anciano le fue perdonada la vida y hasta el final de sus días fue el peluquero
real.