miércoles, 30 de diciembre de 2009

¡¡¡FELIZ PRIMER ANIVERSARIO PECOS Y PEQUITAS!!!

Ayer 19 de Diciembre comenzó esta aventura y estoy realmente feliz de que estos maravillosos cuentos lleguen a todos ustedes.
Gracias por compartir conmigo, gracias por entrar a este bolg, gracias por darse un tiempo para hacerle cariñito a su alma.
¡Que este año 2,010 sea un año lleno de Luz, lleno de amor y sobre todo llenito de cuentos...sigan soñando!!
Y cómo simpre digo antes de comenzar a contar, a narrar estas historias maravillosas:

"Los cuentos nos hacen soñar, imaginar, sentir...
Esta es una invitación para compartir historias que fueron creadas para ser escuchadas, pero sobre todo para que se queden en sus corazones"

¡¡GRACIAS!!

Isabel


Mahura, la muchacha que trabajaba demasiado

( Del libro “El Círculo de la Choza” cuentos populares Africanos, Ediciones Gaviota

Ilustración: "La noche estrellada" de Vincent Van Gogh Fuente: internet)

En aquellos tiempos, el Cielo vivía sobre la Tierra.

Sus hijas, las Nubes, se arremolinaban y se deslizaban a ras del suelo, envolviendo las ramas de las acacias. A su otra hija, la Lluvia, le encantaba rociar el mundo desde lo alto de las grandes palmeras y su mayor placer consistía en mezclarse con las alegres aguas de los ríos.

El Cielo y la Tierra vivían en perfecta armonía y, como buenos vecinos, se hacían muchos favores mutuamente. Por ejemplo, cuando la sequía hacía estragos, la Tierra pedía ayuda al Cielo para que regara los campos y los animales pudiera abrevar. Y entonces el Cielo enviaba a su hija la Lluvia…

Pero, un día, la Tierra tuvo una hija, Mahura. Era muy bella y muy inteligente y estaba muy unida a su madre. Mahura tenía muchas cualidades y un solo defecto: trabajaba demasiado.

Todas las noches, a la misma hora, Mahura sacaba su enorme mortero de la choza materna y se ponía a machacar, moler y triturar grandos de mijo, y raíces de yuca. Trituraba y trituraba sin parar, incansablemente. Le gustaba mucho su trabajo y lo hacía cantando alegres canciones.

Sólo había un problema: el mazo para triturar los granos era tan largo, tan largo, que cada vez que lo levantaba, daba un fuerte golpe en la frente del Cielo, golpe que al Cielo le dolía muchísimo, pues Mahura trabajaba sin descanso y tenía mucha fuerza.

-¡Ah! – se quejaba el Cielo.

-¡Oh! ¡Perdóname, Cielo! – se disculpaba ella.

Y seguía trabajando.

Cuando el Cielo ya había recibido varios golpes y no cesaba de quejarse, Mahura, muy tranquila y como la cosa más natural del mundo, le decía:

-Cielo, por favor, ¿no te importa retroceder un poco? No tengo bastante sitio para mi mazo.

Entonces el Cielo, refunfuñando y trotándose el chichón, los muchos chichones que tenía el la frente, retrocedía un poco.

Y Mahura continuaba su tarea. Pero cuanto más trabajaba, con más ardor lo hacía y el mazo subía y bajaba, a tan gran velocidad que volvía a alcanzar la frete del Cielo, que cada vez tenía más chichones, pues los golpes no paraban. ¡Uno, dos, tres, cuatro mazazos!.

-¡Ay! ¡Ay! - gritaba, adolorido el Cielo.

-¡Oh! ¡Cielo, perdóname una vez más! – exclamaba la bella muchacha sin dejar de trabajar-. Por favor, ¿quieres correrte un poco más? Si te quedas ahí, seguiré haciéndote daño sin querer.

Y el Cielo se iba cada vez más arriba, furioso.

Realmente, ¿qué podía hacer con una muchacha que trabaja con tanto ahínco?.

Así pasaban los días. Mahura no dejaba de machacar los granos, y cuanto más los trituraba, más largo se hacía el mazo. Era tan largo que siempre chocaba con la frente del Cielo.

Todas las noches surgía el mismo problema. El Cielo, a medida que pasaba el tiempo, tenía más chichones en la cabeza y se iba alejando un poco más, llevándose consigo a sus hijas, las Nubes, que estaban muy enfadadas, y su otra hija, la Lluvia, que no hacía más que llorar y llorar…

Siempre la misma escena.

¡El Cielo estaba completamente harto! ¡Ya no podía más! Tenía la frente hinchada y le dolía muchísimo. El mazo de Mahura le daba golpes y golpes sin cesar.

Una noche, su paciencia llegó al límite y decidió poner fin a aquella situación. Acababa de recibir tal cantidad de golpes, que se puso furiosísimo. Se dirigió a la Tierra y le gritó, lleno de ira:

-¡No puedo más, os abandono! ¡Ahí tienes, Tierra, a tu hija! ¡Quédate con ella! ¡Allí donde voy, palabra del Cielo, no me alcanzará mazo alguno jamás! ¡Adiós!.

Entonces el Cielo llamó a las miríadas de nubecitas y a la Lluvia, que se puso tristísima por tener que abandonar los ríos y las marismas, y se fue tan arriba, tan arriba, que a la Tierra le entró una enorme inquietud: ¿Y si el Cielo desaparecía?.

Mahura se quedó junto a su madre con su mazo, su mortero y su mijo, sin hacer nada por evitar la huida del Cielo, las Nubes y la Lluvia, que se alejaban más y más. Ya no tendría que pedir disculpas al Cielo cada vez que le golpeara en la frente y podría moler, tranquila, los granos con su larguísimo mazo.

Pasó el tiempo y Mahura estaba contenta, sola con su madre la Tierra y sin que nadie la molestara.

Pero, un día, echó de menos al Cielo. Ahora las Nubes las saludaban desde demasiado lejos y no podía mantener una conversación alguna con la bonita Lluvia, muy cansada por tener que caer desde tan alto.

Entonces Mahura, que estaba arrepentida de haber obligado al Cielo a irse tan lejos, quiso obtener su perdón.

En el agua del río encontró una enorme pepita de oro y en el fondo de una cueva recogió una bella piedrecita de plata. A la pepita le dio el nombre de Sol, y la piedrecita, el de Luna. Luego lanzó las dos con todas sus fuerzas muy alto, muy alto, en señal de reconciliación, para que el Cielo volviera a ser su amigo.

Si no creen esta historias, alcen la cabeza una noche de verano: descubrirán entonces que las estrellas, que tanto resplandecen en el firmamento, no son más que las cicatrices de los golpes que dio Mahura en la frente del Cielo con su largo mazo.

Además, ¿acaso no decimos que la Luna brilla como la plata y que es de oro el Sol?.

Sea como fuere, lo que sí es cierto es que el Cielo jamás volvió a la Tierra…

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Este cuento encierra algo muy especial y me gustaría compartirlo con todos ustedes.
Cuando lo leí por primera vez identifiqué en él a cada persona que pasó por mi vida, y gracias a ello pude aprender de cada uno y enriquecer así un poquito más mi vida. Porque al fin de cuentas, estamos aquí en este mundo maravilloso para aprender.
Así que gracias a todos por estár ahí por pasar por mi vida y quedarse siempre en mi corazón.
Esta es mi manera de desearles a todos una muy ¡¡Feliz Navidad!!
Con todo mi amor loco!!
kss millones,
Isabel

LOS SENTIMIENTOS

(Ilustración: Zime

Fuente: Internet)

Cuentan, que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.

Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura como siempre tan loca, les propuso:

-“¿Jugamos al escondite?”.

La intriga levantó la ceja intrigada y la curiosidad sin poder contenerse preguntó:

-“¿Al escondite...?, ¿y cómo es
eso?”.

-“Es un juego, - explicó la locura - en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden. Y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego”.

El entusiasmo bailó secundado por la euforia; la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.

Pero no todos quisieron participar.

La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué, si al final siempre la hallaban?. Y la soberbia opinó que era un juego muy tonto; en el fondo lo que le molestaba era que la idea no fuera suya. Y la cobardía..., la cobardía prefirió no arriesgarse.

- “1, 2, 3”, ... -comenzó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza, que como siempre se dejó caer sobre la primera piedra del camino. La fe, subió al cielo y la envidia, se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo logró subir a la copa del árbol más alto.

La generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino, ideal para la belleza; que si la rendija de un árbol, perfecto para la timidez; que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad; así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.

El egoísmo en cambio, encontró un sitio muy bueno; desde el principio lo encontró: ventilado, cómodo, ..., pero eso sí, sólo para él. La mentira se escondió en el fondo del océano; ¡mentira!, en realidad se escondió detrás del arco iris. Y la pasión y el deseo dentro de los volcanes. El olvido ..., se me olvidó dónde se escondió.

Pero bueno, eso no es lo importante. Cuando la locura contaba:

- “¡999.999!”, - el amor todavía no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado; hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

- “¡Un millón!”. - Contó la locura, y comenzó a buscar.

La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después se escuchó a la fe discutir con Dios en el cielo sobre zoología.

Y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, pues él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la belleza. Y con la 
duda resultó más fácil todavía pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos. El talento entre la hierba fresca. La angustia en una oscura cueva. La mentira detrás del arco iris; ¡mentira!, si ella estaba en el fondo del océano. Y hasta el olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas, y tomó una horquilla, y comenzó a
mover las ramas cuando de pronto un doloroso grito se escuchó;

- ¡Aaaay!.- Las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía que hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón ..., y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.