miércoles, 8 de julio de 2009

EL RONCADOR

(Del libro: Cuentos Populares Suizos -
Ed. Molino, Barcelona – 1948)

(Ilustración: Sandra Conejeros - fuente: Internet)


Ocurría esto en aquellos tiempos en los que todavía había ladrones en los bosques. Por ello, la historia que voy a explicarles aquí es una historia de ladrones.

¡No se asusten, pero agudicen sus oídos!:


Una vez vivían bajo un mismo techo tres hermanos. El tercero de ellos, sin embargo, era como la quinta rueda en un carro, pues tenía un defecto, podría decirse un gran defecto. Por las noches roncaba tan fuerte que se le podía oír desde toda la casa.

Algunas veces temblaban incluso las paredes bajo los extraordinarios sonidos, y si alguien pasaba por delante de la casa, en la oscuridad, se sentía invadido por el temor. Pero, ¡desgraciado del que tuviera que dormir en la misma casa! Éste si que lo pasaba mal. Ya podía taparse cuanto quisiera las orejas; en toda la noche no le era posible pegar un ojo.


Por la noche, los dos hermanos se levantaban por turnos para darle con el codo al roncador. Entonces reinaba silencio por breves instantes. Rezongando, indignado, se tendía el hermano roncador sobre la otra oreja; pero no tardaba en empezar de nuevo el concierto.


Después de haber obligado siete veces a sus hermanos a deslizarse de debajo de las calientes mantas, todavía a la mañana siguiente el hermano roncador les reprendía. Le habían despertado de los más bellos sueños, los que se repetían cada noche, con su princesa amada, pero que nunca podía abrazar por las constantes interrupciones de sus hermanos así que protestaba,por que de esto ya estaba harto.

Una mañana, al levantarse, dijo resueltamente y breve:


- Voy a salir al amplio mundo y me buscaré una cama en la que pueda dormir en paz y soñar sin ser interrumpido.


Al oír estas palabras, los dos hermanos se frotaron las manos de placer y, en su alegría, le regalaron el único caballo que poseían.

Le hicieron adiós con la mano hasta que desapareció por el recodo de la carretera. Luego sacrificaron un lechoncito y celebraron una gran fiesta.


El roncador, por su parte, se alejó de allí dejando trotar a su corcel. Cuando se hizo de noche, llegó el jinete a un bosque. Sabía que había ladrones por las cercanías, y que nadie estaba seguro allí de su vida. Por ello, se dirigió directamente a la posada situada 
en el borde del bosque, muy cerca de la carretera.

Mientras estaba en ella cenando, vio cómo el posadero atrancaba bien todas las ventanas, y la posadera echaba tres pestillos de hierro detrás de la puerta.

- Pueden asaltarnos por la noche - aclaró el posadero -; ¡pero no se asuste por ello! Nuestras ventanas cierran bien y la puerta es de la más gruesa encina.


Luego, tomó una luz y acompañó al huésped a una habitación en la planta baja. La cama era blanda y caliente. El huésped se revolvió tres veces en ella sintiéndose satisfecho. Luego dio comienzo con el más bello de los conciertos. Nunca en su vida, había roncado tan maravillosamente como en esta noche.

La posadera sin embargo, se levantó, aterrada, de un salto, al oír el estruendo, pero el posadero, por el contrario, se frotó las manos de satisfacción, y rió:

- ¡Ahora sí que pueden venir todos los ladrones que quieran!.

Por la medianoche golpearon efectivamente a las puertas y las ventanas.

- ¡Abran! - ordenaron los ladrones -. Sabemos que tienen un huésped. ¡Saquen su caballo y su bolsa!

- ¡Sí, sí! - exclamó el posadero -. Hoy si que se equivocaron.


Se levantó de la cama, abrió una rendija en la ventana y gritó hacia la noche:


- ¡Márchense al momento, si no quieren que suelte a los osos salvajes sobre ustedes!.


Los ladrones se detuvieron asombrados. Cierto, allí dentro se oía rugir de una manera amenazadora. Seguramente debía tratarse de un domador de osos. El más joven de los siete ladrones puso pies en polvorosa. Al segundo y al tercero les temblaban las piernas. Permanecieron inmóviles todavía unos instantes, para luego alejarse también corriendo de allí, pero tropezaron y se hicieron sangre en la nariz.

Entonces aullaron los dos ladrones como salvajes. El terror se apoderó de los demás. Incluso el jefe temblaba por todos sus miembros, y, cuando los gruñidos de dentro de la casa se hicieron cada vez más fuertes, y a intervalos se oyera todavía un aullido como de un lobo, se les puso a todos la piel de gallina, pues les parecía como si un animal salvaje trepara ya por sus pantorrillas. ¡Qué espanto!... Ser devorados con la piel y los cabellos no es, en verdad, nada agradable.

Uno tras otro empezaron los ladrones a correr y, finalmente, también el más viejo de todos, y los siete corrieron hasta que no pudieron respirar. Luego cayeron desplomados, rendidos y ninguno resolló ya más.


El roncador, por su parte, durmió de un tirón toda la noche. Nadie le molestó lo más mínimo. Soñó con un castillo y una bella mujer, su princesa, y no se despertó hasta que el sol estaba ya muy alto en el cielo.

El posadero y su mujer le saludaron como a héroe y salvador, le sirvieron café tanto como quiso, y le untaron el pan con miel y mantequilla, sin que le cobraran ni un céntimo. Le dijeron que había librado a toda la comarca de la peor de las calamidades y que era un don maravilloso poder roncar tan fuertemente; una cosa así no le era dada a todo el mundo.


Orgulloso el roncador montó sobre su caballo. Los posaderos le desearon mucha suerte y un buen viaje, y no se cansaban de mostrarle su agradecimiento. El jinete levantaba cada vez más alta su cabeza. Empezó a silbar una canción, pues se sentía de un humor maravilloso; había dormido largamente y había comido bien y, por ello, se sentía ahora magníficamente. Su caballito trotaba bien, había olfateado avena. Pronto dejaron el bosque a sus espaldas. El mundo era claro y hermoso.


Hacia el anochecer nuestro héroe galopó en dirección hacia un castillo señorial.

Junto a la puerta había un soldado que permanecía sin mover un solo miembro. Tenía los ojos fuertemente cerrados, pero se mantenía rígidamente erguido, como si fuera un palo.

- ¡Camarada! - le gritó el roncador -. ¿Vigilas tú, o sueñas?


- Vigilo - contestó el soldado, irguiéndose todavía más; pero no por ello abrió los ojos.


- ¡Pobre centinela! - dijo entonces el roncador -. Tú no has dormido esta noche, tal vez desde hace ya bastantes noches.- ¡Oh, yo conozco bien esto! Ven, cambiemos nuestros vestidos. ¡Yo haré un poco de guardia por ti, para que tú puedas dormir una noche sin ser molestado!


Al oír estas palabras, abrió el soldado los ojos. En un instante estuvieron cambiados los vestidos.


- ¡Pero ten cuidado! - le aconsejó el soldado al roncador -. Hay ladrones por las cercanías. La pequeña hija de nuestro señor está enormemente aterrada. No puede pegar un ojo. Cada noche viene siete veces hasta el portal y pregunta: "Vigilas tú, o sueñas?". El temor la ha hecho adelgazar espantosamente. Al que la pueda librar de su gran temor, antes de que se vuelva transparente, el caballero quiere dársela por esposa.


- ¡Hermano, ve a dormir! No hay nada más bello en el mundo que dormir sin ser molestado. Yo me encargaré de estos ladrones. Vendrán una vez, pero ya no volverán más - aseguró el roncador -. ¡Tráeme tan sólo un cubo lleno de pintura negra y una brocha!


El soldado le trajo lo solicitado. luego se tendió en el establo del castillo sobre la paja y durmió toda la noche. El roncador, por su parte, pintó con grandes y negras letras de pintura sobre el muro: "¡Cuidado con los animales salvajes!" Después cerró el portal, se sentó erguido contra el muro por dentro y se disponía a dormirse, cuando apareció la noble doncella. Era tan delicada que el roncador se sintió movido a compasión por ella. Se levantó y se acercó a la muchacha. ¡Cómo se asustó la pobre! Creía ya tener ante sí a uno de los ladrones, cuando divisó al desconocido. Pero su bondadoso rostro la tranquilizó.


- Yo soy el nuevo centinela - dijo el roncador -. Desde hoy no perturbará, noble doncella, ya ningún ladrón su tranquilidad.


La condujo hasta delante del portal y le enseñó lo que allí había escrito. La doncella lo leyó, y puso un rostro tan asombrado, que nuestro hombre rió alegremente. Esto la tranquilizó y se dirigió a descansar.

Al cabo de una hora sin embargo, fue arrancada de improviso de su sueño.
¿Qué era esto? Por todo el palacio se oía un gruñir, como de una docena de osos, y todo ello unido a un silbar, aullar, ruido de flautas y de ensordecedoras trompetas.

La noble doncella se dirigió temblorosa hacia la ventana. A la luz de la luna no vio más que al centinela dormido; pero de repente la muchacha se echó a reír a carcajadas. ¡El soldado roncaba! Roncaba muy fuerte y ella pensó en la inscripción en el muro y le costó trabajo esperar el día, tanta era su alegría.


A la mañana siguiente se dirigió apresuradamente hacia su padre.


- ¿Lo has oído? ¡Es maravilloso! ¡Prepara al momento mi boda! ¡Por fin he encontrado al hombre indicado! Nunca más volveré yo a asustarme.


El noble caballero, señor del castillo, dispuso una gran y fastuosa boda. Desde aquella hora, la noble mujer durmió cada noche doce horas enteras. Tan pronto como el roncador empezaba su concierto, cerraba ella los ojos y se sentía completamente segura. Sus pálidas mejillas recuperaron de nuevo su color. Cada día se hacía más redonda y más hermosa, y era tan feliz como el pez en el agua, pues nunca más se vieron ladrones en las cercanías.


-Querido esposo - decía la noble mujer cada mañana a su marido al despertar -, tú eres el más maravilloso roncador del mundo entero. Tu concierto es más hermoso que el sonido de violines y del arpa.
Y mientras le acariciaba sus mejillas, se reía mirando en sus bondadosos ojos.


Así vivieron los dos sin temor y preocupaciones, el roncador durmiendo apaciblemente sin ser molestado con alguien que lo amaba tal y como era y la noble mujer muy segura y protegida con su dulce roncador hasta su bienaventurado fin.

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