Los cuentos nos hacen soñar, imaginar y sentir. Esta es una invitación para compartir historias que fueron creadas para ser escuchadas, pero sobre todo, para que se queden en tu corazón.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Mahura, la muchacha que trabajaba demasiado
( Del libro “El Círculo de la Choza” cuentos populares Africanos, Ediciones Gaviota
Ilustración: "La noche estrellada" de Vincent Van Gogh Fuente: internet)
En aquellos tiempos, el Cielo vivía sobre la Tierra.
Sus hijas, las Nubes, se arremolinaban y se deslizaban a ras del suelo, envolviendo las ramas de las acacias. A su otra hija, la Lluvia, le encantaba rociar el mundo desde lo alto de las grandes palmeras y su mayor placer consistía en mezclarse con las alegres aguas de los ríos.
El Cielo y la Tierra vivían en perfecta armonía y, como buenos vecinos, se hacían muchos favores mutuamente. Por ejemplo, cuando la sequía hacía estragos, la Tierra pedía ayuda al Cielo para que regara los campos y los animales pudiera abrevar. Y entonces el Cielo enviaba a su hija la Lluvia…
Pero, un día, la Tierra tuvo una hija, Mahura. Era muy bella y muy inteligente y estaba muy unida a su madre. Mahura tenía muchas cualidades y un solo defecto: trabajaba demasiado.
Todas las noches, a la misma hora, Mahura sacaba su enorme mortero de la choza materna y se ponía a machacar, moler y triturar grandos de mijo, y raíces de yuca. Trituraba y trituraba sin parar, incansablemente. Le gustaba mucho su trabajo y lo hacía cantando alegres canciones.
Sólo había un problema: el mazo para triturar los granos era tan largo, tan largo, que cada vez que lo levantaba, daba un fuerte golpe en la frente del Cielo, golpe que al Cielo le dolía muchísimo, pues Mahura trabajaba sin descanso y tenía mucha fuerza.
-¡Ah! – se quejaba el Cielo.
-¡Oh! ¡Perdóname, Cielo! – se disculpaba ella.
Y seguía trabajando.
Cuando el Cielo ya había recibido varios golpes y no cesaba de quejarse, Mahura, muy tranquila y como la cosa más natural del mundo, le decía:
-Cielo, por favor, ¿no te importa retroceder un poco? No tengo bastante sitio para mi mazo.
Entonces el Cielo, refunfuñando y trotándose el chichón, los muchos chichones que tenía el la frente, retrocedía un poco.
Y Mahura continuaba su tarea. Pero cuanto más trabajaba, con más ardor lo hacía y el mazo subía y bajaba, a tan gran velocidad que volvía a alcanzar la frete del Cielo, que cada vez tenía más chichones, pues los golpes no paraban. ¡Uno, dos, tres, cuatro mazazos!.
-¡Ay! ¡Ay! - gritaba, adolorido el Cielo.
-¡Oh! ¡Cielo, perdóname una vez más! – exclamaba la bella muchacha sin dejar de trabajar-. Por favor, ¿quieres correrte un poco más? Si te quedas ahí, seguiré haciéndote daño sin querer.
Y el Cielo se iba cada vez más arriba, furioso.
Realmente, ¿qué podía hacer con una muchacha que trabaja con tanto ahínco?.
Así pasaban los días. Mahura no dejaba de machacar los granos, y cuanto más los trituraba, más largo se hacía el mazo. Era tan largo que siempre chocaba con la frente del Cielo.
Todas las noches surgía el mismo problema. El Cielo, a medida que pasaba el tiempo, tenía más chichones en la cabeza y se iba alejando un poco más, llevándose consigo a sus hijas, las Nubes, que estaban muy enfadadas, y su otra hija, la Lluvia, que no hacía más que llorar y llorar…
Siempre la misma escena.
¡El Cielo estaba completamente harto! ¡Ya no podía más! Tenía la frente hinchada y le dolía muchísimo. El mazo de Mahura le daba golpes y golpes sin cesar.
Una noche, su paciencia llegó al límite y decidió poner fin a aquella situación. Acababa de recibir tal cantidad de golpes, que se puso furiosísimo. Se dirigió a la Tierra y le gritó, lleno de ira:
-¡No puedo más, os abandono! ¡Ahí tienes, Tierra, a tu hija! ¡Quédate con ella! ¡Allí donde voy, palabra del Cielo, no me alcanzará mazo alguno jamás! ¡Adiós!.
Entonces el Cielo llamó a las miríadas de nubecitas y a la Lluvia, que se puso tristísima por tener que abandonar los ríos y las marismas, y se fue tan arriba, tan arriba, que a la Tierra le entró una enorme inquietud: ¿Y si el Cielo desaparecía?.
Mahura se quedó junto a su madre con su mazo, su mortero y su mijo, sin hacer nada por evitar la huida del Cielo, las Nubes y la Lluvia, que se alejaban más y más. Ya no tendría que pedir disculpas al Cielo cada vez que le golpeara en la frente y podría moler, tranquila, los granos con su larguísimo mazo.
Pasó el tiempo y Mahura estaba contenta, sola con su madre la Tierra y sin que nadie la molestara.
Pero, un día, echó de menos al Cielo. Ahora las Nubes las saludaban desde demasiado lejos y no podía mantener una conversación alguna con la bonita Lluvia, muy cansada por tener que caer desde tan alto.
Entonces Mahura, que estaba arrepentida de haber obligado al Cielo a irse tan lejos, quiso obtener su perdón.
En el agua del río encontró una enorme pepita de oro y en el fondo de una cueva recogió una bella piedrecita de plata. A la pepita le dio el nombre de Sol, y la piedrecita, el de Luna. Luego lanzó las dos con todas sus fuerzas muy alto, muy alto, en señal de reconciliación, para que el Cielo volviera a ser su amigo.
Si no creen esta historias, alcen la cabeza una noche de verano: descubrirán entonces que las estrellas, que tanto resplandecen en el firmamento, no son más que las cicatrices de los golpes que dio Mahura en la frente del Cielo con su largo mazo.
Además, ¿acaso no decimos que la Luna brilla como la plata y que es de oro el Sol?.
Sea como fuere, lo que sí es cierto es que el Cielo jamás volvió a la Tierra…
miércoles, 9 de diciembre de 2009
LOS SENTIMIENTOS
(Ilustración: Zime
Fuente: Internet)
Cuentan, que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres.
Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura como siempre tan loca, les propuso:
-“¿Jugamos al escondite?”.
La intriga levantó la ceja intrigada y la curiosidad sin poder contenerse preguntó:
-“¿Al escondite...?, ¿y cómo es eso?”.
-“Es un juego, - explicó la locura - en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, mientras ustedes se esconden. Y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego”.
El entusiasmo bailó secundado por la euforia; la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar.
La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué, si al final siempre la hallaban?. Y la soberbia opinó que era un juego muy tonto; en el fondo lo que le molestaba era que la idea no fuera suya. Y la cobardía..., la cobardía prefirió no arriesgarse.
- “1, 2, 3”, ... -comenzó a contar la locura.
La primera en esconderse fue la pereza, que como siempre se dejó caer sobre la primera piedra del camino. La fe, subió al cielo y la envidia, se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo logró subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse; cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino, ideal para la belleza; que si la rendija de un árbol, perfecto para la timidez; que si el vuelo de la mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad; así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo en cambio, encontró un sitio muy bueno; desde el principio lo encontró: ventilado, cómodo, ..., pero eso sí, sólo para él. La mentira se escondió en el fondo del océano; ¡mentira!, en realidad se escondió detrás del arco iris. Y la pasión y el deseo dentro de los volcanes. El olvido ..., se me olvidó dónde se escondió.
Pero bueno, eso no es lo importante. Cuando la locura contaba:
- “¡999.999!”, - el amor todavía no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado; hasta que divisó un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
- “¡Un millón!”. - Contó la locura, y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después se escuchó a la fe discutir con Dios en el cielo sobre zoología.
Y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, pues él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la belleza. Y con la
duda resultó más fácil todavía pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos. El talento entre la hierba fresca. La angustia en una oscura cueva. La mentira detrás del arco iris; ¡mentira!, si ella estaba en el fondo del océano. Y hasta el olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.
Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas, y tomó una horquilla, y comenzó a
mover las ramas cuando de pronto un doloroso grito se escuchó;
- ¡Aaaay!.- Las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía que hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón ..., y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.
domingo, 1 de noviembre de 2009
El Anillo
(cuento sufi)
(Imagen - fuente: Internet)
Cuentan que cierta vez un joven fue a buscar a su maestro muy preocupado para pedirle un consejo:
-Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerza para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?.
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después..., - y haciendo una pausa agregó- si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
-Encantado, maestro - titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien - asintió el maestro, que se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y se lo dio al muchacho diciendo:
- Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete antes y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cachorro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entonces, el joven entró en la habitación y dijo:
-Maestro, lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro, y luego de pensarlo un poco le dijo:
- Lo que debemos saber primero es el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar hasta el pueblo y fue directamente donde el joyero.
El joyero examinó el anillo a luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya , no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¿58 monedas?! -exclamó el joven-.
-Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas de oro, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. “Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?”.
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
miércoles, 7 de octubre de 2009
EN BUSCA DE UN HOMBRE HONRADO
(Cuento tradicional Chino)
(Ilustración: Patricia Metola
Fuente: Internet)
Había una vez un hombre muy pobre a quien arrestaron por robar una pipa vieja.
Una vez en la cárcel, tanto los jueces como los carceleros se olvidaron de él y pasaron muchos años sin que se le juzgara y le dieran una condena justa. De manera que empezó a pensar en cómo podría salir de allí. Como por la fuerza no podía escapar, pensó en algún truco astuto que le permitiera recuperar la libertad. Así que un día llamó al carcelero y le dijo que le llevara ante el rey.
- ¿Y para qué quieres tú ver al rey? - le preguntó el carcelero.
- Porque tengo un tesoro muy valioso para él - respondió el preso.
Entonces lo llevaron hasta la sala del trono.
- ¿Cuál es ese tesoro tan importante que tienes para mí? - dijo el rey.
En ese momento, el preso sacó un pañuelo de su bolsillo, lo abrió y mostró al monarca una semilla.
- Su majestad, esta semilla es muy especial. Si la planta una persona honrada, que nunca haya robado ni mentido, crecerá de ella un peral en el que madurarán peras de oro. Si no es así, el peral sólo ofrecerá las peras de siempre. Así que se la ofrezco a usted, que seguramente nunca habrá robado ni engañado a nadie - explicó el preso mientras hacía una reverencia.
- ¡Vaya! - exclamó el rey,- que recordó que una vez cuando era pequeño había robado una moneda de oro a su madre.
- Bien, que la plante vuestro canciller, entonces - dijo el preso.
- ¡Vaya! - exclamó también el canciller, -que se dejaba corromper fácilmente.
- Que lo intente entonces el comandante del ejército real - propuso el preso.
- Pero yo no sirvo para jardinero - se excusó el comandante, que solía reducir la paga de sus soldados para engrosar las monedas de su bolsillo.
- Entonces que lo haga el juez - sugirió el preso.
Pero tampoco el juez quiso plantar la semilla, porque sus veredictos solían depender de los sobornos que recibía.
Ante tantas negativas, el preso se puso a reír y dijo:
- Todos ustedes, aunque tengan cargos importantes, roban, mienten y engañan y no por eso estan en la cárcel. Y yo, que robé tan sólo una pipa vieja, debo seguir encerrado cuando ya pagué mi pena estando más tiempo del que debo.
El rey también se rió y, ante tal argumento, ordenó que dejaran al preso en libertad.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
LA PRINCESA Y EL GUISANTE
(Cuento:
Hans Christian Andersen)
(Ilustración: Elena Florenty
Fuente: internet)
Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que fuese una princesa de verdad. En su busqueda recorrió todo el mundo, mas siempre había algún pero. Princesas habían y muchas, mas nunca lograba asegurarse de que lo fueran de veras; cada vez encontraba algo que le parecía sospechoso. Así que regresó a su casa muy triste, pues estaba empeñado en encontrar a una princesa auténtica.
Una tarde estalló una terrible tempestad; sin interrupción, los rayos y los truenos no paraban de sonar e iluminar el cielo, y llovía a cántaros; era un tiempo espantoso. En esos momentos llamaron a la puerta de la ciudad, y el anciano Rey acudió a abrir.
Por supuesto, la reina creía que fueran una princesa verdadera, nadie que fuera una princesa podría tocar al puerta de un castillo vestida como pordiosera y toda mojada.
jueves, 13 de agosto de 2009
EL ANCIANO Y EL NIÑO Y EL BURRO
(Cuento de la India)
(Imagen - Fuente: Iternet)
Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro de pueblo en pueblo.
Un día llegaron a una aldea caminando junto al burro y, al pasar por ella, un grupo de muchachos se rió de ellos, gritando:
-¡Miren que par de tontos! Tienen un burro y, en lugar de montarlo, van los dos andando a su lado. Por lo menos, el viejo podría subirse al burro.
Entonces el anciano se subió al burro y prosiguieron la marcha. Llegaron a otro pueblo y, al pasar por el mismo, algunas personas se llenaron de indignación cuando vieron al viejo sobre el burro y al niño caminando al lado. Entonces dijeron:
-¡Parece mentira! ¡Qué desfachatez! El viejo sentado en el burro y pobre niño caminando.
Al salir del pueblo, el anciano y el niño intercambiaron sus puestos.
Siguieron haciendo camino hasta llegar a otra aldea. Cuando las personas los vieron, exclamaron escandalizados:
-¡Esto es verdaderamente intolerable! ¿Habrán visto algo semejante?. El muchacho montado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.
-¡Qué vergüenza!. Exclamaban.
Puestas así las cosas, el viejo y el niño compartieron el burro. El fiel animal llevaba ahora el cuerpo de ambos sobre sus lomos. Cruzaron junto a un grupo de campesinos y éstos comenzaron a vociferar:
-¡Sinvergüenzas! ¿Es que no tienen corazón? ¡Van a reventar al pobre animal!
El anciano y el niño optaron por cargar al burro sobre sus hombros. De este modo llegaron al siguiente pueblo. La gente se apiñó alrededor de ellos. Entre las carcajadas, los pueblerinos se burlaban gritando:
-Nunca hemos visto gente tan boba. Tienen un burro y, en lugar de montarse sobre él, lo llevan a cuestas.
-!Esto sí que es bueno! ¡Qué par de tontos!
De repente, el burro se tropezó, se precipitó en un barranco y se murió.
martes, 28 de julio de 2009
LA ARAÑA BASNEMPÖRO
(Del libro: El misterio de las islas de Pachacamac y otros relatos 2004)
(Ilustración: Daniela Violi
Fuente: Internet)
¿Alguna vez vieron entre las ramas de los árboles escondida una hermosa tela de araña?,
¿Vieron su perfección, su brillo, como si fueran los hilos hechos de plata?
Pues esa obra de arte, tan perfecta, tan delicada y hermosa le pertenece a un solo ser que habita en escondida entre las plantas en la selva peruana: La araña.
Es tan hábil en su trabajo que el hombre envidia su maestría.
Dicen que los antepasados Cashinahuas se vestían con hojas de plantas porque no sabían hilar ni tejer.
Y dicen también que el la selva del Perú, hacia los alrededores del Ucayali Central, vivía una araña llamada Basnempöro y ella, al ver a los Cashinahuas cubiertos con hojas, se compadeció de ellos y decidió ayudarlos.
Se le ocurrió una idea mágica: transformarse en mujer, ir a vivir con los Cashinahuas y tejer e hilar para ellos, ya que mucha falta les hacía.
Tan pronto Basnempöro, la araña convertida en mujer se instaló en la aldea, corrió la noticia de que había llegado una mujer que practicaba y sabía muy bien el arte del tejer e hilar.
Los pobladores comenzaron a llevarle sus montoncitos de algodón, que Basnempöro convertía en vestidos, mantos y telas para los más diversos usos.
Un día, una Cashinahua le llevó cuatro enormes canastas llenas de algodón, y le encargó que le fabricara una hamaca, un pantalón, una blusa y una falda.
Cuatro días después, la mujer fue a la casa de Basnempöro, la araña convertida en mujer, para recoger sus cosas.
Cuál no sería su sorpresa al darse cuenta de que éstas no estaban terminadas.
-¡Qué barbaridad!-dijo la mujer, poniéndose las manos en las caderas- ¿Dónde está mi hamaca, mi blusa, mil falda y mi pantalón? - dijo muy enfadada.
-Bueno, la verdad es que…..-Trató de contestar Basnempöro.
-Devuélveme el algodón que te dí.- dijo la mujer.
-Eso es imposible, buena mujer – Respondió Basnempöro- Me tragué el algodón para…
-¿¡Se ha tragado mi algodón!?,¡Se ha tragado mi algodón! – Interrumpió la mujer gritando- ¡Es una ladrona!.
La desagradecida mujer no quiso escuchar la explicación de Basnempöro: Ella en primer lugar necesitaba tragarse el algodón para que una vez digerido saliera convertido en hilo; recuerden que es una araña; y recién entonces podía empezar a tejer. La mujer le había dejado tanto algodón, que Basnempöro no había tenido tiempo de convertirlo todo en hilo. Pero la dueña de las cuatro canastas de algodón estaba furiosa y fue de casa en casa contándole a la gente que Basnempöro, la araña convertida en mujer, le había robado su algodón.
Los rumores corren como el viento, siempre dan vuelta y regresan: La araña se enteró de lo que se decía de ella por boca de una amiga y se enojó muchísimo. Apuró su trabajo, terminó la hamaca y las demás prendas, y llamó a la mujer que la había difamado.
-Aquí tienes tus cosas- le dijo- Y también este ovillo de hilo que ha sobrado. Recoge todo y vete. Sé que has estado hablando mal de mí. No quiero saber nada contigo ni con tu pueblo.
La mujer, muy avergonzada, se marchó sin decir palabra.
Al día siguiente, Basnempöro, la araña convertida en mujer, fue a casa de su única amiga y le dijo:
-Me he cansado de vivir aquí. Cuando vine, lo hice con la intención de ayudarlos. Pero no han sabido apreciar mi buena voluntad. Así que nunca volveré a trabajar para ustedes. Como tú has sido mi amiga, te voy a enseñar los secretos del arte de hilar y tejer. Por tu cuenta podrás transmitirlos a los demás.
Así lo hizo, y enseguida desapareció y volvió a la espesa selva y una vez allí adoptó su forma original.
Dicen que a partir de entonces, gracias a las enseñanzas que dejó Basnempöro, la araña convertida en mujer, las mujeres Cashinahuas aprendieron el arte de hilar y tejer y lo hacían con gran habilidad, aunque quizá jamás logren la perfección y delicadeza de la tela de araña.