jueves, 5 de abril de 2018

GIRICOCCOLA
(Cuento popular italiano)
(del libro: "Cuentos populares Italianos" de Ítalo Calvino)
(Ilustración - fuente: Internet)




Un mercader que tenía tres hijas debía partir en viaje de negocios.

- Antes de partir- dijo a las hijas- les haré un regalo, porque quiero dejarlas contentas. Díganme qué desean. 

Las muchachas lo pensaron y dijeron que quería oro, plata y seda para hilar. El padre compró oro, plata y seda y después partió recordándoles que se porten bien.
La menor de las tres hermanas, que se llamaba Giricoccola. Después del almuerzo las tres se pusieron  a hilar frene a la ventana, y la gente que pasaba alzaba la vista para mirarlas, las estudiaba un poco, y finalmente todos los ojos quedaban fijos en la más pequeña. Cayó la tarde y la Luna surcó el cielo; miró la ventana y dijo:

- La del oro es bella,
La de la plata es más bella,
Mas nadie supera a la de la seda. 
buenos noches, bellas y feas.

Cuando las hermanas oyeron esto temblaron de furia  y decidieron cambiar de hilo. Al día siguiente le dieron la plata a Giricoccola y después del almuerzo se pusieron a hilar frente a la ventana. Al caer la tarde pasó la Luna, y dijo: 

- La del oro es bella, 
La de la seda es más bella,
Mas nadie supera a la de la plata.
Buenas noches, bellas y feas.

Las hermanas furibundas, hicieron tantos desaires a Giricoccola que había que tener la paciencia de esa pobre muchacha para soportarlas. Y a la tarde del día siguiente, cuando se pusieron a hilar frente a la ventana,  le dieron el oro para ver qué decía esta vez la luna. Pero la Luna, en cuando pasó, dijo:

- La que hila la plata es bella,
la de la seda estás bella,
Mas nadie supera a la que hila el oro.
Buenas noches, bellas y feas.

Las hermanas ya no podían aguantar siquiera la presencia de Girococcola: la apresaron y la encerraron en el granero. La pobre muchacha lloraba en su encierro, cuando la Luna abrió el ventanuco con un rayo.

-Ven- le dijo, congiéndola de la mano y llevándosela consigo.
A la tarde siguiente las dos hermanas hilaban solas frente a la ventana. 
Al caer la noche, surgió la Luna y dijo:

- La que hila el oro es bella,
La de la plata es más bella,
Mas nadie supera a la que está en mi casa.
Buenas noches, bellas y feas.

En cuanto oyeron esto, las hermanas fueron corridos al granero: 
Giricoccola no estaba. Mandaron llamar a una astróloga para que adivinase dónde se encontraba la hermana. La astróloga dijo que Giricoccola se encontraba en la casa de la Luna y que nunca había estado tan cómoda. 

- ¿Pero qué podemos hacer para quitarle la vida? -preguntaron las hermanas.

-Dejádmelo a mí-dijo la astróloga. Se vistió de gitana y fue a pregonar sus mercancías bajo la ventana de la Luna.

Giricoccola se asomó, y la astróloga  le dijo:

- ¿Quieres un pasador?¡Mira qué lindos, los vendo baratos!

Como a Giricoccola le gustaban mucho esos pasadores, hizo entrar a la astróloga.

-Espera que te ponga uno en el pelo - dijo la astróloga, y se lo abrochó en la cabeza, transformándola de inmediato en  una estatua. 

La astróloga se apresuró a escapar para contárselo a las hermanas.
Cuando la Luna  regresó a la casa después de su vuelta alrededor del mundo, encontró a la muchacha convertida en estatua.

-Vaya, ¿lo ves?- le dijo-, te advertí que no abrieras a nadie y no me hiciste caso. merecerías que te dejara así.

Peor al fin tuvo compasión de ella y le desprendió el pasador del pelo:
Giricoccola volvió a la vida y prometió que no volvería a abrir la puerta a nadie.
Al poco tiempo las hermanas volvieron a consultar a la astróloga para saber si Giricoccola seguía muerta. La astróloga consultó sus libros mágicos y dijo que, aunque no se explicaba cómo, la muchacha había recobrado la vida y la salud. Las hermanas volvieron a suplicarle que la matara, y la astróloga regresó a la ventana de Giricoccola con una cajita de peines. Cuando vio los peines, la muchacha no pudo contenerse e hizo pasar a la mujer. Pero en cuanto tuvo un peine en la cabeza volvió a ser una estatua, y la astróloga fue a contárselo a las hermanas.

La Luna volvió a casa, y al verla otra vez convertida en estatua, se irrito y le cantó las cuarenta. Pero en cuanto se desahogó, volvió a perdonarla y le quitó el peine de la cabeza; la muchacha resucitó.

-Pero si esto vuelve a suceder - le dijo-, te dejo muerta.

Y Giricoccola renovó su promesa.

¡Pero ni las hermanas ni la astróloga iban a rendirse! la mujer volvió con una camisa recamada, la más hermosa que se hubiera visto jamás. A Girococcola le gustó tanto que quiso probársela, y en cuanto se la hubo puesto se convirtió en estatua. La Luna ya estaba harta. 

Esta vez, estatua y todo, la vendió por tres céntimos a un deshollinador.
El deshollinador recorría la ciudad con la hermosa estatua sujeta al albardón de su asno. Una vez la vio el hijo del Rey y se enamoró.
Pagó su peso en oro, la llevó a su cuarto y se pasaba las horas adorándola; y cuando salía cerraba el cuarto con llave, porque quería ser el único en deleitarse con el espectáculo. Pero sus hermanas, que tenían que asistir a un gran baile, querían hacerse una camisa igual a la de la estatua, de modo que cuando el príncipe se ausentó, entraron  con una llave falsa para quitarle la camisa.

En cuanto la desprendieron de la camisa, Giricoccola recobró al vida y se movió. Las hermanas casi mueren del susto, pero Giricoccola les contó su historia. 
Entonces la escondieron detrás de una puerta y aguardaron a que volviera el príncipe. El hijo del Rey se desesperó al no ver su estatua,  pero entonces Giricoccola salió de su escondite y se lo contó todo. 

El joven la llevó de inmediato ante sus padres y la presentó como su novia. Pronto se celebraron las bodas. Las hermanas de Giricoccola se enteraron a través de la astróloga y se murieron  de rabia.

Fin.