EL
GATO CON BOTAS
(Cuento
popular europeo)
(Ilustraciones
– Fuente : Internet)
Érase una vez un molinero que tenía tres
hijos. El hombre era muy pobre y casi no tenía bienes para dejarles en
herencia. Al hijo mayor le legó su viejo molino, al mediano un asno y al
pequeño, un gato.
El menor de los chicos se lamentaba ante
sus hermanos por lo poco que le había correspondido.
– Vosotros habéis tenido más suerte que yo.
El molino muele trigo para hacer panes y tortas y el asno ayuda en las faenas
del campo, pero ¿qué puedo hacer yo con un simple gato?
El gato escuchó las quejas de su nuevo amo
y acercándose a él le dijo:
– No te equivoques conmigo. Creo que puedo
serte más útil de lo que piensas y muy pronto te lo demostraré. Dame una bolsa,
un abrigo elegante y unas botas de mi talla, que yo me encargo de todo.
El joven le regaló lo que le pedía porque
al fin y al cabo no era mucho y el gato puso en marcha su plan. Como todo
minino que se precie, era muy hábil cazando y no le costó mucho esfuerzo
atrapar un par de conejos que metió en el saquito. El abrigo nuevo y las botas
de terciopelo le proporcionaban un porte distinguido, así que muy seguro de sí
mismo se dirigió al palacio real y consiguió ser recibido por el rey.
– Majestad, mi amo el Marqués de Carabás le
envía estos conejos – mintió el gato.
– ¡Oh, muchas gracias! – respondió el
monarca – Dile a tu dueño que le agradezco mucho este obsequio.
El gato regresó a casa satisfecho y partir
de entonces, cada semana acudió al palacio a entregarle presentes al rey de
parte del supuesto Marqués de Carabás. Le llevaba un saco de patatas, unas
suculentas perdices, flores para embellecer los lujosos salones reales… El rey
se sentía halagado con tantas atenciones e intrigado por saber quién era ese
Marqués de Carabás que tantos regalos le enviaba mediante su espabilado gato.
Un día, estando el gato con su amo en el
bosque, vio que la carroza real pasaba por el camino que bordeaba el río.
– ¡Rápido, rápido! – le dijo el gato al
joven – ¡Quítate la ropa, tírate al agua y finge que no sabes nadar y te estás
ahogando!
El hijo del molinero no entendía nada pero
pensó que no tenía nada que perder y se lanzó al río ¡El agua estaba helada!
Mientras tanto, el astuto gato escondió las prendas del chico y cuando la
carroza estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a gritar.
– ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo el Marqués de
Carabás no sabe nadar! ¡Ayúdenme!
El rey mandó parar al cochero y sus criados
rescataron al muchacho ¡Era lo menos que podía hacer por ese hombre tan
detallista que le había colmado de regalos!
Cuando estuvo a salvo, el gato mintió de
nuevo.
– ¡Sus ropas no están! ¡Con toda esta
confusión han debido de robarlas unos ladrones!
– No te preocupes – dijo el rey al gato –
Le cubriremos con una manta para que no pase frío y ahora mismo envío a mis
criados a por ropa digna de un caballero como él.
Dicho y hecho. Los criados le trajeron
elegantes prendas de seda y unos cómodos zapatos de piel que al hijo del
molinero le hicieron sentirse como un verdadero señor. El gato, con voz
pomposa, habló con seguridad una vez más.
– Mi amo y yo quisiéramos agradecerles todo
lo que acaban de hacer por nosotros. Por favor, vengan a conocer nuestras
tierras y nuestro hogar.
– Será un placer. Mi hija nos acompañará –
afirmó el rey señalando a una preciosa muchacha que asomaba su cabeza de rubia
cabellera por la ventana de la carroza.
El falso Marqués de Carabás se giró para
mirarla. Como era de esperar, se quedó prendado de ella en cuanto la vio,
clavando su mirada sobre sus bellos ojos verdes. La joven, ruborizada, le
correspondió con una dulce sonrisa que mostraba unos dientes tan blancos
como perlas marinas.
– Si le parece bien, mi amo irá con ustedes
en el carruaje. Mientras, yo me adelantaré para comprobar que todo esté en
orden en nuestras propiedades.
El amo subió a la carroza de manera
obediente, dejándose llevar por la inventiva del gato. Mientras, éste echó a
correr y llegó a unas ricas y extensas tierras que evidentemente no eran de su
dueño, sino de un ogro que vivía en la comarca. Por allí se encontró a unos cuantos
campesinos que labraban la tierra. Con cara seria y gesto autoritario les dijo:
– Cuando veáis al rey tenéis que decirle
que estos terrenos son del Marqués de Carabás ¿entendido? A cambio os daré una
recompensa.
Los campesinos aceptaron y cuando pasó el
rey por allí y les preguntó a quién pertenecían esos campos tan bien cuidados,
le dijeron que eran de su buen amo el Marqués de Carabás.
El gato, mientras tanto, ya había llegado
al castillo. Tenía que conseguir que el ogro desapareciera para que su amo
pudiera quedarse como dueño y señor de todo. Llamó a la puerta y se presentó
como un viajero de paso que venía a presentarle sus respetos. Se sorprendió de
que, a pesar de ser un ogro, tuviera un castillo tan elegante.
– Señor ogro – le dijo el gato – Es
conocido en todo el reino que usted tiene poderes. Me han contado que posee la
habilidad de convertirse en lo que quiera.
– Has oído bien – contestó el gigante
– Ahora verás de lo que soy capaz.
Y como por arte de magia, el ogro se
convirtió en un león. El gato se hizo el sorprendido y aplaudió para halagarle.
– ¡Increíble! ¡Nunca había visto nada
igual! Me pregunto si es capaz de convertirse usted en un animal pequeño, por
ejemplo, un ratoncito.
– ¿Acaso dudas de mis poderes? ¡Observa con
atención! – Y el ogro, orgulloso de mostrarle todo lo que podía hacer, se
transformó en un ratón.
¡Sí! ¡Lo había conseguido! El ogro ya era
una presa fácil para él. De un salto se abalanzó sobre el animalillo y se lo
zampó sin que al pobre le diera tiempo ni a pestañear.
Como había planeado, ya no había ogro y el
castillo se había quedado sin dueño, así que cuando llamaron a la puerta, el
gato salió a recibir a su amo, al rey y a la princesa.
– Sea bienvenido a su casa, señor Marqués
de Carabás. Es un honor para nosotros tener aquí a su alteza y a su hermosa
hija. Pasen al salón de invitados. La cena está servida – exclamó solemnemente
el gato al tiempo que hacía una reverencia.
Todos entraron y disfrutaron de una
maravillosa velada a la luz de las velas. Al término, el rey, impresionado por
lo educado que era el Marqués de Carabás y deslumbrado por todas sus riquezas y
posesiones, dio su consentimiento para que se casara con la princesa.
Y así es como termina la historia del hijo
del molinero, que alcanzó la dicha más completa gracias a un simple pero
ingenioso gato que en herencia le dejó su padre.
Fin.