LA BELLA Y LA BESTIA
(Cuento de Madame Leprince Beaumont)
(Ilustración: Mercedes Palacios)
(Fuente: Internet)
Había una vez un hombre muy rico que tenía
tres hijas. De pronto, de la noche a la mañana, perdió casi toda su fortuna. La
familia tuvo que vender su gran mansión y mudarse a una casita en el campo.
Las dos hijas mayores se pasaban el día
quejándose por tener que remendar sus vestidos y porque ya no podían ir a las
fiestas. En cambio la pequeña, a la que llamaban Bella por su dulce rostro y su
buen carácter, estaba siempre contenta.
Un día su padre se fue a la ciudad a ver si
encontraba trabajo. Cuando montó en su caballo, preguntó a sus hijas qué les
gustaría tener, si él ganaba suficiente dinero para traerles un regalo a cada
una. Sin apenas pensarlo, las dos hijas mayores gritaron:
-Para mí un vestido precioso.
-Y un collar de plata para mí.
Con su candorosa voz, Bella murmuró:
-Yo solamente quiero que vuelvas a casa
sano y salvo. Eso me basta.
Su padre insistió:
-¡Oh, Bella, debe de haber algo que te
apetezca!
-Bueno, una rosa con pétalos rojos para
ponérmela en el pelo. Pero como estamos en invierno, comprenderé que no puedas
encontrarme ninguna.
-Haré todo cuanto pueda por, complaceros a
las tres, hijas mías.
Diciendo esto emprendió la marcha a todo
galope.
En la ciudad, todo le fue mal. No encontró
trabajo en ninguna parte. Los únicos regalos que pudo comprar fueron frutas y
chocolate para sus dos hijas mayores, pero no consiguió la flor para Bella.
Cuando regresaba a casa, su caballo se hizo daño en una pata y tuvo que
desmontar.
De repente se desató una tormenta de nieve
y el desgraciado hombre se encontró perdido en medio de un oscuro bosque.
Entonces percibió, a través de la ventisca,
un gran muro y unas puertas con rejas de hierro forjado bien cerradas. Al fondo
del jardín, se veía una gran mansión con luces tenues en las ventanas.
-Si pudiera cobijarme aquí…
No había
terminado de hablar cuando las puertas se abrieron. El viento huracanado le
empujó por el sendero hacia las escaleras de la casa. La puerta de entrada se
abrió con un chirrido y apareció una mesa con unos candelabros y los manjares
más tentadores.
Miró atrás, a través de los remolinos de
nieve, y vio que las puertas enrejadas se habían cerrado y su caballo había
desaparecido.
Entró. La puerta chirrió de nuevo y se
cerró a sus espaldas.
Mientras examinaba nerviosamente la
estancia, una de las sillas se separó de la mesa, invitándole claramente a
sentarse. Pensaba…
“Bien, está visto que aquí soy bien
recibido. Intentaré disfrutar de todo esto.”
Tras haber comido y bebido todo lo que
quiso, se fijó en un gran sofá que había frente al fuego, con una manta de piel
extendida sobre el asiento. Una esquina de la manta aparecía levantada como
diciendo: “Ven y túmbate.” Y eso fue lo que hizo.
Cuando se dio cuenta, era ya por la mañana.
Se levantó, sintiéndose maravillosamente bien, y se sentó a la mesa, donde le
esperaba el desayuno. Una rosa con pétalos rojos, puesta en un jarrón de plata,
adornaba la mesa. Con gran sorpresa exclamó:
-¡Una rosa roja! ¡Qué suerte! Al fin Bella
tendrá su regalo.
Comió cuanto pudo, se levantó y tomó la
rosa de su jarroncito.
Entonces, un rugido terrible llenó la
estancia. El fuego de la chimenea pareció encogerse y las velas temblaron. La
puerta se abrió de golpe. El jardín nevado enmarcaba una espantosa visión.
¿Era un hombre o una bestia? Vestía ropas
de caballero, pero tenía garras peludas en vez de manos y su cabeza aparecía
cubierta por una enmarañada pelambrera. Mostrando sus terribles colmillos
gruñó:
-Ibas a robarme mi rosa ¿eh? ¿Es ésa la
clase de agradecimiento con que pagas mi hospitalidad?
El hombre casi se muere de miedo.
-Por favor, perdonadme, señor. Era para mi
hija Bella. Pero la devolveré al instante, no os preocupéis.
-Demasiado tarde. Ahora tienes que
llevártela… y enviarme a tu hija en su lugar.
-¡No! ¡No! ¡No!
-Entonces te devoraré.
-Prefiero que me comas a mí que a mi
maravillosa hija.
-Si me la envías, no tocaré un solo pelo de
su cabeza. Tienes mi palabra.
Ahora, decide.
El padre de la chica accedió al horrible
trato y la Bestia le entregó un anillo mágico. Cuando Bella diera tres vueltas
al anillo, se encontraría ya en la desolada mansión.
Fuera, en la nieve, esperaba el caballo,
sorprendentemente curado de su cojera, ensillado y listo para la marcha. La
vuelta a casa fue un calvario para aquel hombre, pero aún peor fue la llegada
cuando les contó a sus hijas lo que había sucedido. Bella le preguntó…
-¿Dijo que no me haría ningún daño, de
verdad, papá?
-Me dio su palabra, cariño.
-Entonces dame el anillo. Y por favor, no
os olvidéis de mí.
Se despidió con un beso, se puso el anillo
y le dio tres vueltas.
Al segundo, se encontró en la mansión de la
Bestia.
Nadie la recibió. No vio a la Bestia en
muchos días. En la casa todo era sencillo y agradable. Las puertas se abrían
solas, los candelabros flotaban escaleras arriba para iluminarle el camino de
su habitación, la comida aparecía servida en la mesa y, misteriosamente, era
recogida después…
Bella no tenía miedo en una casa tan
acogedora, pero se sentía tan sola que empezó a desear que la Bestia viniera y
le hablara, por muy horrible que fuera.
Un día, mientras ella paseaba por el
jardín, la Bestia salió de detrás de un árbol. Bella no pudo evitar un grito,
mientras se tapaba la cara con las manos. El extraño ser hablaba tratando de
ocultar la aspereza de su voz.
-¡No tengas miedo. Bella! Sólo he venido a
desearte buenos días y a preguntarte si estás bien en mi casa.
-Bueno… Preferiría estar en la mía. Pero
estoy bien cuidada, gracias.
-Bien. ¿Te importaría si paseo un rato
contigo?
Pasearon los dos por el jardín y a partir
de entonces la Bestia fue a menudo a hablar con Bella. Pero nunca se sentó a comer
con ella en la gran mesa.
Una noche, Bella le vio arrastrándose por
el césped, bajo el claro de luna. Impresionada, intuyó en seguida que iba a la
caza de comida. Cuando él levantó los ojos, la vio en la ventana. Se cubrió la
cara con las garras y lanzó un rugido de vergüenza.
A pesar de su fealdad. Bella se sentía tan
sola y él era tan amable con ella que empezó a desear verle.
Una tarde, mientras ella leía sentada junto
al fuego, se le acercó por detrás.
-Cásate conmigo, Bella.
Parecía tan esperanzado que Bella sintió
lástima.
-Realmente te aprecio mucho, Bestia, pero
no, no quiero casarme contigo. No te quiero.
La Bestia repitió a menudo su cortés oferta
de matrimonio. Pero ella siempre decía “no”, con suma delicadeza.
Un día, él la encontró llorando junto a una
fuente del jardín.
-¡Oh, Bestia! Me avergüenza llorar cuando
tú has sido tan amable conmigo. Pero el invierno se avecina. He estado aquí
cerca de un año. Siento nostalgia de mi casa. Echo muchísimo de menos a mi
padre.
Con alegría oyó que la Bestia le respondía:
-Puedes ir a casa durante siete días si me
prometes volver.
Bella se lo prometió al instante, dio tres
vueltas al anillo de su dedo y… de pronto apareció en la pequeña cocina de su
casa a la hora del almuerzo. La alegría fue tan grande como la sorpresa.
Total, que pasaron una maravillosa semana
juntos. Bella contó a su familia todas las cosas que le habían sucedido con su
extraño anfitrión y ellos le contaron a su vez todas las buenas nuevas. La
feliz semana pasó sin ninguna palabra o señal de la Bestia. Pensaba…”Quizá se
ha olvidado de mí. Me quedaré un poquito más.”
Pasó otra semana y, para su alivio, nada
ocurrió. La familia también respiró con tranquilidad. Pero una noche, mientras
se peinaba frente al espejo, su imagen se emborronó de repente y en su lugar
apareció la Bestia. Yacía bajo el claro de luna, cubierta casi completamente de
hojas. Bella, llena de compasión, exclamó:
-¡Oh, Bestia! Por favor, no te mueras.
Volveré, querida Bestia.
Al instante dio vuelta al anillo tres veces
y se encontró a su lado en el jardín. Acomodó la enorme cabeza de la Bestia
sobre su regazo y repitió:
-Bestia, no quiero que te mueras. Bella intentó
apartar las hojas de su rostro. Las lágrimas brotaban de sus ojos y rociaban la
cabeza de la Bestia.
De repente, una voz con timbre diferente se
dirigió a Bella.
-Mírame, Bella. Seca tus lágrimas.
Bella
bajó la vista y observó que estaba acariciando una cabeza de pelo dorado. La
Bestia había desaparecido y en su lugar se encontraba el más hermoso de los
seres humanos.
El joven tomó su cabeza entre las manos y
Bella preguntó: -¿Quién eres?
-Soy un príncipe. Una bruja me maldijo y me
convirtió en una bestia para siempre. Sólo el verdadero amor de una mujer me ha
librado de la maldición. Oh, Bella, estoy tan contento de que hayas regresado…
Y ahora, dime, ¿te casarás conmigo?
-Pues claro que sí, mi príncipe.
Desde aquel momento los dos vivieron llenos
de felicidad.
Fin.