martes, 10 de diciembre de 2013


EL NEGRITO EPAMINONDAS
(Cuento anónimo de la Guinea Española - África)
(Ilustración - Fuente: Internet)
Epaminondas es un negrito, hijo de una mujer negra tan pobre que, como no podía dar a su hijo más que el nombre, le puso el más largo que encontró en el santoral católico .
La madrina es otra mujer de raza negra, algo menos pobre que la madre; quiere mucho al negrito y le dice que vaya a visitarla con frecuencia para, con ese pretexto, hacerles a madre e hijo algún regalillo.
Un buen día regala al pequeño un riquísimo bizcocho, y le advierte:
-Llévalo bien sujeto para que no se te pierda.
-Bien, madrina – le contesta muy contento Epaminondas.
Y tanto y tanto aprieta la mano durante el camino que, cuando va a entregar el regalo a su madre, sólo quedan unas pocas migas.
-¿Qué me traes, Epaminondas?
-Un bizcocho, madre.
-¡Un bizcocho! ¡Válgale Dios! Pero, ¿qué manera tienes de llevar un bizcocho? ¿Quieres saber cómo se lleva? Lo envuelves muy bien en un papel de seda y después lo colocas en el ala del sombrero; lo pones allí y, muy despacito y caminando muy derecho para que no se te caiga, vienes tranquilamente a casa. ¿Has comprendido?
-Sí, madre.
A los pocos días Epaminondas vuelve a casa de su madrina, la que ahora le regala un buen pedazo de manteca para el desayuno del día siguiente.
Epaminondas toma la manteca, la envuelve con mucho cuidado en un papel de seda y la coloca sobre el ala del sombrero de paja que lo protege del sol; luego se lo pone en la cabeza y echa a andar muy despacio, y muy derecho, para su casa. Es un hermoso y caliente día del verano; el sol derrite la mantequilla, que va cayendo en aceitosas gotas por la cabeza y cuello del niño.
Y cuando Epaminondas llega a su casa y quiere entregar a su madre la manteca ya no queda nada y su cuello y su espalda parecen como untadas para el desayuno.
La madre se lleva las manos a la cabeza al verlo en este estado.
-¡Dios mío! ¿Pero cómo se te ha ocurrido traer así la manteca? Para conservarla bien debiste envolverla en hojas muy frescas y a lo largo del camino ir mojándola en todas las fuentes de agua que encontrases. Sólo así hubiera llegado a casa en buenas condiciones. ¿Lo has entendido?
-Sí, madre.
Y a la siguiente vez, la madrina regala a Epaminondas un lindo perrillo. El niño no lo piensa mucho; lo envuelve en grandes hojas de parra bien frescas, y por el camino lo va metiendo en todos los arroyuelos que encuentra, de manera que cuando llega a su casa el infeliz perrito está casi muerto de frío y tiembla como la hoja en el árbol.
-¡Dios me valga! –exclama la madre-. ¿Qué traes aquí Epaminondas, hijo?
-Un perro chiquito, madre.
-¿Esto es un cachorro? ¿Y es así como lo tratas? Un perrito se lleva con una cuerda atada al cuello, y tirando de él con cuidadito para que el  animal ande. ¿Has entendido?
-Sí, madre.
Y unos días después cuando vuelve a casa de la madrina, la buena mujer le regala un sabroso pan, recién sacado del horno, crujiente y dorado.
Epaminondas le ata una cuerda, lo pone en el suelo y vuelve a casa tirando de él, como le había dicho su madre que tenía que hacer con el perrito.
-¡Dios mío! –grita la madre-. ¿Qué me traes aquí, Epaminondas?
-Un pan que me ha regalado la madrina –contesta el niño orgulloso.
-¡Epaminondas, hijo, serás mi perdición! No volverás a casa de tu madrina ni te explicaré ya nada. Seré yo la que vaya a todas partes.
De este modo, al día siguiente la madre del pequeño se prepara para ir a casa de la madrina pero antes advierte al hijo:
-Epaminondas, hijo, ya has visto que acabo de hacer una hornada de seis pasteles y los he puesto sobre una tabla, delante de la puerta, para que se enfríen. Vigila que no se los coma el gato, y, si tienes que salir, mira bien cómo pisas por encima de ellos con cuidado.
-Sí, madre.
La madre se va y el negrito mira cómo se enfrían los pasteles, pero como de pronto quiere salir,  recuerda lo que le dijo la madre: “mira bien exactamente cómo pisas encima de ellos” –uno, dos, tres, cuatro, cinco,  va poniendo los pies sobre cada pastel, convirtiéndoles en una pasta.

La madre llega a poco... y nadie sabe todavía lo que allí pasó, pero el caso es que Epaminondas no podía sentarse sin decir ¡ay! ¡ay! al día siguiente.

martes, 12 de noviembre de 2013

RUMPELSTILTSKIN

(Cuento anónimo)
(Ilustraciones: Edward Gorey - Fuente: Internet)


Había una vez un pobre molinero que tenía una bellísima hija. Y sucedió que en cierta ocasión se encontró con el rey y como le gustaba hacerse el importante y hablar sin medir las consecuencias de sus mentiras, le dijo:

- Mi hija es tan hábil y sabe hilar tan bien, que convierte la hierba seca en oro.

- Eso es admirable, es una arte que me agrada - dijo el rey- Si realmente tu hija puede hacer lo que dices, llévala mañana a palacio y la pondremos a prueba.

Al día siguiente el molinero sin perder un segundo llevo a su hija al reino.  En cuanto llegó la muchacha ante la presencia del rey, éste la condujo a una habitación que estaba llena de hierba seca, le entregó una rueca, un carrete y le dijo:

-¡Ahora ponte a trabajar y si mañana temprano toda esta hierba seca no ha sido convertida en oro, morirás!.

Y dichas estas palabras, cerró él mismo la puerta y la dejó sola.
Allí quedó sentada la pobre hija del molinero y aunque le le tome la vida entera, no se le ocurría cómo hilar la hierba seca para convertirla en oro.
Cuanto más tiempo pasaba, más miedo tenía y por fin no pudo más y se echó a llorar desconsoladamente.

De repente, se abrió la puerta y entró un hombrecito.

-¡Buenas tardes señorita molinera! - le dijo- ¿Por qué está llorando?

- ¡Ay de mí! - respondió la muchacha - Tengo que hilar toda esta hierba seca de modo que se convierta en oro y no sé cómo hacerlo.

- ¿Qué me darás - dijo el hombrecito - si lo hago por ti?

- Mi collar- dijo la  muchacha.

El hombrecito aceptó el trato, tomó el collar, se sentó frente a la rueca y ...¡zas, zas, zas!, dio varias vueltas a la rueda y se llenó el primer carrete con hilo de oro. Enseguida tomó otro y ...¡zas, zas, zas!, con varias vueltas estuvo el segundo lleno. Y así continuó sin parar hasta la mañana, en que toda la hierba seca quedó hilada y todos los carreteles llenos de oro.

Al amanecer se presentó el rey. Y cuando vio todo aquel oro sintió un gran asombro y se alegró muchísimo: pero su corazón rebosó de codicia. Hizo que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que la primera, también  atestada de hierba seca, y le ordenó que la hilase en una noche si en algo amaba su vida. 
La muchacha no sabía cómo arreglárselas y ya se había echado a llorar cuando se abrió la puerta y apareció el hombrecito nuevamente.

- ¿Qué me darás - preguntó - si te convierto la hierba seca en oro?

- Mi sortija - contestó la muchacha.

El hombrecito tomó la sortija, volvió a sentarse en la rueca y al llegar la madrugada toda la hierba seca estaba convertida en reluciente oro.

Se alegró el rey a más no poder cuando  vio todo ese hilo convertido en oro, pero aún no tenía lo suficiente;  mandó que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que las anteriores también atestada de hierba seca y entonces dijo:

- Hilarás todo esto durante la noche  y si logras hacerlo serás mi esposa.

Tan pronto quedó sola, apareció el hombrecito por tercera vez y le dijo:

- ¿Qué me darás si nuevamente esta noche te convierto la hierba seca en oro?

- No me queda nada para darte - contestó la muchacha.

- Prométeme entonces - dijo el hombrecito - que, si llegas  a ser reina, me entregarás tu primer hijo.

La muchacha dudó un momento. "¿Quién sabe si llegaré a tener un hijo algún día, pero esta noche debo hilar este heno seco"-  dijo para si - Y no sabiendo cómo salir del paso, prometió al hombrecito lo que quería.
Entonces éste convirtió una vez más la hierba seca en oro.

Cuando el rey llegó por la mañana y lo encontró todo tal como lo había deseado, se casó enseguida con la muchacha. Así fue como la hermosa hija del molinero se convirtió en reina.

Un año más tarde la reina  dio a luz un hermoso niño, sin que se hubiera acordado más del hombrecito. Pero de repente una mañana lo vio entrar a su recamara:

- Vine a buscar lo que me prometiste - dijo.

¡La reina se quedó horrorizada! Entonces  le ofreció cuantas riquezas habían en el reino con tal de que le dejara al niño. Pero el hombrecito dijo:

- No, una criatura viviente es más preciosa para mí que los mayores tesoros de este mundo.

Comenzó entonces la reina a llorar, a rogarle y a lamentarse de tal modo que el hombrecito se compadeció de ella.

- Te daré tres días de plazo - le dijo- Si en ese tiempo consigues adivinar mi nombre te quedarás con el niño.

La reina se pasó la noche entera tratando de recordar todos los nombres que sabía y que había oído decir en su vida y como le parecieron pocos envió a un mensajero a recoger, de un extremo a otro del país, todos los nombre que pudiese recolectar.

Cuando el hombrecito llegó al día siguiente, la reina comenzó a nombrar: Gaspar, Melchor y Baltasar...y así fue recitando uno tras otro todos los nombres que sabía. Pero el hombrecito repetía sin parar:

- ¡No!, así no me llamo yo.

Al segundo día la reina mandó a averiguar los nombres de las personas que vivían en los alrededores del palacio y repitió al hombrecito los más curiosos y poco comunes:

- ¿Te llamas Arbilino, Patizueco, o quizas Trinobobo?

Pero él contestaba siempre:

- ¡No! así no me llamo yo.

Al tercer día regresó el mensajero de la reina y le dijo:

-No he podido encontrar un sólo nombre nuevo; pero al subir a una altísima montaña, más allá de lo más profundo del bosque, allá donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita diminuta. Delante de la puerta ardía una hoguera y, alrededor de ella un hombrecito ridículo brincaba sobre una sola pierna y cantaba:

Hoy tomo vino y mañana cerveza,
después al niño sin falta traerán,
nunca, se rompa o no la cabeza,
el nombre Rumpelstikin adivinarán.

¡Imagínese lo contenta que se puso la reina cuando oyó este nombre!
Poco después entró el hombrecito nuevamente y por última vez a la habitación de la reina y dijo:

- Y bien señora reina, ¿cómo me llamo yo?

- ¿Te llamas Conrado? - empezó ella.

- ¡No! así no me llamo yo.

- ¿Y Enrique?

- ¡No! así no me llamo yo - replicó el hombrecito con expresión triunfante.

Sonrió la reina y dijo:

- Pues...¿quizás te llamas... Rumpelstikin?

- ¡Te lo dijo una bruja! ¡Te lo dijo una bruja! - gritó el hombrecito y furioso dio en el suelo una patada tan fuerte que se hundió hasta la cintura.
Luego sujetándose al otro pie con ambas manos, tiró y tiró hasta que pudo salir; y entonces, sin dejar de protestar, se marchó corriendo y saltando sobre una sola pierna, mientras en palacio todos se reían de él por haber pasado en vano tantos trabajos.

Fin.


sábado, 12 de octubre de 2013

LA CENICIENTA
(Cuento de los hermanos Grimm)
(Ilustración - Fuente: 
http://www.blogodisea.com)

Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se acercaba su fin, llamó a su hija y le dijo:

- Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo no me apartaré de tu lado y te bendeciré.
Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena. Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto, llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se casó de nuevo.

La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre huérfana.

- No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que gane el pan que coma, que vaya a la cocina con la criada.

Le quitaron sus vestidos buenos, le pusieron una basquiña remendada y vieja y le dieron unos zuecos.

- ¡Qué sucia está la orgullosa princesa! - decían riéndose, y la mandaron ir a la cocina: tenía que trabajar allí desde la mañana hasta la noche, levantarse temprano, traer agua, encender lumbre, fregar los pisos, coser y lavar; sus hermanas le hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella y le vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla. Por la noche, cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía acostarse pues no tenía cama y la pasaba recostada al lado del fuego.
Como siempre estaba llena de polvo y cenizas le llamaban la Cenicienta.

Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus hijastras lo que querían que les trajese.

- Un bonito vestido - dijo una.

- Una buena sortija, - añadió la segunda.

- Y tú, Cenicienta ¿qué quieres?- le dijo.

- Padre, tráeme la primera rama que encuentres en el camino.

Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de perlas y piedras preciosas, y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con su sombrero en una rama de zarza y la cortó. Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció. Corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que, regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso árbol.

La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y oraba y siempre iba a descansar en él un pajarito y cuando la joven sentía algún deseo, en el acto le concedía el pajarito lo que ella deseaba.

Celebró por entonces, el rey de aquel lugar, unas grandes fiestas que debían durar tres días, e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera la que más le agradase por esposa. 
Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas fiestas, llamaron a la Cenicienta y le dijeron:

-Péinanos, límpianos los zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una fiesta al palacio del Rey.

La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra que se lo permitiese.

- Cenicienta -le dijo- estás llena de polvo y cenizas y ¿quieres ir así a una fiesta en el palacio? No tienes vestidos ni zapatos ¿y quieres bailar?

Pero como insistía en sus súplicas, le dijo por último:

- Se ha caído un plato de lentejas en las cenizas, si las recoges antes de dos horas, vendrás con nosotras.

La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo:

- Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, vengan todos y ayúdenme a recoger.
Entonces cantaron así:

Las buenas en el puchero, 
las malas en el caldero.

Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas y después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo, que acabaron por bajarse a la ceniza, y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi y los restantes pájaros comenzaron también a decir pi, pi y pusieron todos los granos buenos en el palto. Aún no había transcurrido una hora, y la estaba todo concluido y se marcharon volando. Llevó entonces las niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la boda, pero ésta le dijo:

- No, Cenicienta, no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras.

Mas viendo que lloraba, añadió:

- Si puedes recoger de entre las cenizas dos platos llenos de lentejas en una hora, irás con nosotras.

Creyendo en su interior que no podría hacerlo, vertió los dos platos de lentejas en la ceniza y se marchó, pero la joven salió entonces al jardín por la puerta trasera y volvió a decir:

- Tiernas plomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, vengan todos y ayúdenme a recoger.

Las buenas en el puchero, 
las malas en el caldero.

Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, después dos tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los pájaros del cielo que acabaron por bajarse a la
ceniza y las palomas picoteaban con sus piquitos diciendo pi, pi y los demás pájaros comenzaron a decir también pi, pi y  pusieron todas las lentejas buenas en el plato y aun no había transcurrido media hora, cuando ya estaba todo concluido y se marcharon volando. 
Llevó la niña llena de alegría el plato a su madrastra, creyendo que le permitiría ir a la fiesta, pero ésta le dijo:

- Todo es inútil, no puedes venir, porque no tienes vestido y no sabes bailar, se reirían de nosotras.
Le volvió entonces la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas.
En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre, debajo del árbol y comenzó a decir:

Arbolito pequeño, 
dame un vestido;
que sea de oro y palata, 
muy bien tejido.

El pájaro el dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos bordados de plata y seda. En seguida se puso el vestido y se marchó al palacio. Al entrar sus hermanas y madrastra no la reconocieron y pensaron que sería alguna princesa extrajera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro y ni se acordaban de la Cenicienta.
Salió a su encuentro el hijo del Rey, la tomó de la mano y bailó con ella, no permitiendo que bailara con nadie más, pues no la soltó de la mano en toda la noche y si se acercaban algún otro a invitarla le decía:

- Es mi pareja.

Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse el príncipe le dijo:

- Iré contigo y te acompañaré - pues deseaba saber quién era aquella joven, pero ella se despidió y saltó al palomar.
Entonces aguardó el hijo del Rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella extrajera había saltado al palomar. El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro y cuando llegaron a la casa de Cenicienta, la encontraron sentada en el hogar con sus sucios vestidos y un turbio candil ardía en la chimenea, pues la Cenicienta había entrado y salido muy ligera en el palomar y corrido hacia el sepulcro de su madre, donde se quitó los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se fue a sentar con su basquiña gris a la cocina.

Al día siguiente, cuando llegó la hora en que iba a comenzar la fiesta, se marcharon sus padres y hermanas, entonces corrió la Cenicienta junto al arbolito y dijo:

Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea de oro y plata,
muy bien tejido.

Entonces el pájaro le dio un vestido mucho más hermoso que el del día anterior y cuando se presentó en la boda con aquel traje, dejó a todos admirados de su extraordinaria belleza. El príncipe que la estaba aguardando le cogió la mano y bailó toda al noche con ella; cuando iba algún otro a invitarle decía:

- Es mi pareja.

Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del Rey la siguió para ver la casa en que entraba, más de pronto se metió en el jardín de detrás de la casa. Había en él un hermoso árbol muy grande, del cual colgaban hermosas peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por donde había ido, pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo:

- La doncella extrajera se me ha escapado; me parece que ha saltado el peral. 

El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mando a traer un hacha y derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa, estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como el día anterior, pues había saltado por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre donde dejó al pájaro su hermoso vestido y tomó su basquiña gris.
Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas fue también la Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito:

Arbolito pequeño,
dame un vestido;
que sea de oro y plata,
muy bien tejido.

Entonces el pájaro la dio un vestido que era mucho más hermoso y magnífico que los anteriores y los zapatos eran todos de oro y cuando se presentó en la boda con aquel vestido, nadie tenía palabras para expresar su asombro. El príncipe bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a invitarla decía:

- Es mi pareja.

Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta y el príncipe en acompañarla, más se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla, pero el hijo del Rey había mandado a untar toda la escalera del pegamento y se quedó pegado en un escalón el zapato izquierdo de la joven; lo levantó el príncipe y vio que era muy pequeño, bonito y todo de oro. 
Al día siguiente fue a ver al padre de Cenicienta y le dijo:

- He decidido que sea mi esposa a la que le venga bien este zapato de oro.

Se alegraron mucho las dos hermanas porque tenían los pies muy bonitos; la mayor entró con el zapato en su cuarto para probárselo. Su  madre estaba acompañándola pero la joven no se lo podía meter aquel zapato porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño. 
Al verlo le dijo  su madre, entregándole un cuchillo:

- Córtate los dedos, pues cuando seas reina no irás nunca a pie.

La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor y salió a reunirse con el hijo del Rey, que la subió a su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella, pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer del padrastro, en cuyo árbol habían dos palomas que comenzaron a cantar:

No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.

Se detuvo, le miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo, condujo a su casa la novia fingida y dijo que no era la que había perdido que se probase el zapato la otra hermana. Entró esta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón era demasiado grueso. Entonces su madre le entregó un cuchillo y le dijo:

- Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina no irás nunca a pie.

La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato y ocultado su dolor, salió a ver al hijo del Rey,  que la subió en su caballo como si fuera su novia y se marchó con ella. Cuando pasaron delante del árbol había dos palomas que comenzaron a decir:

No sigas más adelante,
detente a ver un instante,
que el zapato es muy pequeño
y esa novia no es su dueño.

Se detuvo, le miró los pies y vio correr la sangre, volvió su caballo y condujo a su casa a la novia fingida.

- Tampoco es esta la que busco -dijo-  ¿Tienen otra hija?

- No - contestó el marido - de mi primera mujer tuve una pobre chica, a la que llamamos Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscas.

El hijo del rey insistió en verla, pero la madre replicó:

- No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.

Se empeñó sin embargo el príncipe en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la cara y las manos y salió después a presencia del príncipe que le alargó el zapato de oro; se sentó en su banco y sacó el pie del pesado zueco y se puso el zapato que le venía perfectamente. 
Cuando se levantó y le vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado el él y dijo:

- Esta es mi verdadera novia.

La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su caballo y se marchó con ella y cuando pasaban por delante del árbol, cantaron las dos palomas blancas:

Sigue, príncipe, sigue adelante
sin para un solo instante,
pues ya encontraste el dueño
del zapatito pequeño.

Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron los hombros de la Cenicienta, una en el derecho y la otra en el izquierdo.
Cuando se realizó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda y las palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a la menor en el izquierdo, e modo que picaron a cada una en un ojo.
Al volver se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.

Fin

sábado, 7 de septiembre de 2013

LA LIEBRE Y EL GRAN GENIO DEL BOSQUE

(Cuento Africano)
(Ilustración: Adara Sánchez Anguiano
Fuente: Internet 
http://adarasanchez.tumblr.com/)

Un día salió la liebre para encontrarse con el Gran Genio del bosque y le dice:

- ¡Oh, Gran Genio! Usted que es quien controla a todos los habitantes del bosque, Usted que es el Señor de todos nosotros, quiero pedirle un favor.

- ¿Qué favor?- Preguntó el Gran Genio.

- Sólo una cosa: que usted me aumente la sabiduría de mi cerebro.

- ¿Y para qué quieres eso?

- Para que yo sea más inteligente que todos los otros animales del bosque.

El Gran Genio se queda pensando un momento y dice:

- Está bien, pero es necesario, que antes me muestre qué es usted capaz de hacer. Lleve esta calabaza lejos y llénela de pájaros pequeños; tome esta otra calabaza y llénela de leche de gama; lleve lejos también este palo y traiga una serpiente tan larga como él. 
Cuando usted regrese con la calabaza llena de pájaros pequeños, la otra calabaza llena de leche de gama  y con una serpiente tan larga como este palo, entonces veré qué puedo hacer por usted.

La liebre se marchó, y después de haber andado bastante, llegó a un estanque donde se sentó para descansar. Cuando el sol comenzaba a ponerse comenzaron a llegar toda clase de animales para beber agua del estanque. Pero los animales bebían y se marchaban, hasta que cuando el sol se ocultó se quedó él solo junto al estanque.

De repente, llegaron volando una bandada de pequeños pájaros que comenzaron a saltar, beber, cantar, jugar y revolotear.
La liebre se dice a sí misma:

- Hoy voy a ver de lo que yo soy capaz.

Y, comenzó a gritar para que los pájaros le oyeran:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡Esto no es verdad!... ¡Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡No, imposible!... No son tan numerosos como para eso.

Al oírle  los pájaros, fueron acercándose, intrigados por lo que la liebre decía, y entonces le preguntaron:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡Oh! ¡No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me ha dicho que todas ustedes pueden meterse dentro de esta calabaza y llenarla. Pero yo se eso es imposible. Ustedes no son suficientes como para llenarla.

- ¿Usted bromea liebre?- exclamaron los pájaros riendo mientras brincaban al rededor:

- ¿Claro que podemos llenar esa calabaza entera.

La liebre, sin moverse, decía,:

- No es verdad, no, no son capaces.

- Ah! ¡Espere un poco y verá usted!

Un primer pájaro entró en la calabaza, un segundo y un tercero le siguieron, y así sucesivamente hasta que la calabaza estuvo llena.

Entonces, la liebre la cerró con una tapa y la escondió en un rincón.
En ese momento una gama llegó para beber al estanque. Y la liebre comenzó de nuevo a hablar en voz alta:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡Esto no es verdad!... ¡Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡No, imposible!... No tiene tanta leche como para eso.

Al oírle  la gama, fue acercándose, intrigada por lo que la liebre decía, y le preguntó:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡Oh! ¡No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me ha dicho que usted podría llenar con su leche esta calabaza. Pero yo sé que es imposible: usted no tiene tanta leche como para eso.

- ¿Usted bromea liebre? ¿no lo dice en serio verdad?

Y la gama riendo le dijo:

- ¡Claro que puedo llenarla! Yo tengo leche suficiente para eso!

Pero la liebre insistía:

- ¡Imposible! ¡No puede!

- ¡Espere un poco y verá!, le contestó la gama.

Y poniéndose encima de la calabaza comenzó a verter su leche dentro de ella  hasta que la llenó.

- ¡Vaya! He perdido la apuesta, dijo la liebre. Mi primo el león tenía razón, el me decía que usted da más leche que la vaca. Voy a decírselo en seguida.

- ¿El león? - exclamó asustada la gama.

- Sí, el león... él está allí, muy cerca. ¡Espere! que voy a buscarle y vuelvo con él.

- ¡Adiós, adiós!- y la gama echó a correr templando de miedo, antes de que apareciera el temido león.

Feliz, la liebre cerró la calabaza llena de leche y contenta por haberse librado tan fácilmente de la gama, escondió la calabaza junto a la que estaba llena de pájaros pequeños.

Poco después, llegó una serpiente para apagar su sed. Y la liebre comenzó de nuevo a hablar en voz alta:

- No! ¡Nada!... ¡Imposible!... ¡ Esto no es verdad!... ¡ Cómo puede creer uno una cosa así!... ¡ No, imposible!... No puede ser tan larga como este palo.

Al oírle, la serpiente, fue acercándose, intrigada por lo que la liebre decía, y le preguntó:

- ¡Oiga, Liebre! ¿De qué habla usted?... ¿Qué es lo que le pasa?

- ¡ Oh! ¡ No, nada!... realmente es una cosa imposible...

- Pero ¡explíquese! ¿De qué se trata?

- Alguien me dijo que usted era tan larga como este palo. ¡Pero yo sé que no es tan larga!

- ¿Usted habla en broma liebre? -exclamó la serpiente.

Y la liebre seguía insistiendo:

- ¡No, de verdad, usted no es tan larga!

- ¿Cree usted eso? Pues ahora verá - Y la serpiente se puso toda estirada junto al palo.

Entonces, la liebre dio un salto, ató la serpiente al palo, un lazo a la cabeza y otro en la cola y la serpiente quedó inmovilizada atada al palo.

Entonces la liebre tomó la calabaza con los pájaros, la otra calabaza con la leche de gama y el palo con la serpiente y fue a encontrarse con el Gran Genio del bosque:

- ¡Oiga! Gran Genio!- le llamó.

- Aquí estoy, liebre. Le estaba esperando.

- Aquí traigo lo que me pidió: la calabaza con los pájaros, la otra calabaza con la leche de gama y el palo con la serpiente .

El Gran Genio, sorprendido, miró a la liebre y le dijo:

- En verdad, si yo aumentara su inteligencia, yo haría una gran tontería.

- ¿Y por qué? - preguntó la liebre.


- Usted ya es demasiado inteligente. Si aún lo fuera más, usted acabaría por convertirse en mi dueño y señor.