domingo, 5 de agosto de 2012


LA CAÑA DE BAMBU
(Cuento Sufie) 
(Versión y Adaptación de Isabel Menéndez I.)
(Ilustración: Norberto Andrizzi - Fuente: Internet)

Cuentan que hace muchísimos años, existió un próspero reino al norte de la India. Su monarca era el hombre más rico de toda la región.
Poseía todas las riquezas del mundo:  oro, plata, piedras preciosas, joyas muy hermosas,  telares majestuosos y todos los objetos más bellos y valiosos  que alguien jamás haya  imaginado.
Este monarca había alcanzado una edad avanzada y no era  feliz.  Era un hombre amargado, triste, sin ilusiones, pero además tenía un pensamiento que no lo dejaba dormir  en paz.
Una mañana despertó con una idea, así que sin dudarlo un instante mando a llamar a uno de sus sirvientes y le dijo:
- Quiero que vayas a buscar al hombre sabio que vive en el bosque. – dijo el Rey autoritariamente.
- ¿Al hombre sabio? – preguntó el sirviente .
- ¡Sí, escuchaste bien, al hombre sabio!. El está desde hace mucho tiempo dedicado a la meditación profunda y solo podrás encontrarlo en el bosque – contestó el Rey.
- Pero su majestad, nadie sabe donde está, el bosque es muy grande y me puede tomar muchos días encontrarlo, tal vez semanas o incluso meses.
- ¡Que lo traigas! ¡Es una orden!. – gritó el Rey.
- Si su majestad. – contestó el sirviente tímidamente y salio del gran salón.
El sirviente tomó una gran alforja, allí metió algunos alimentos, agua y subiéndose al caballo salió rápidamente en busca del hombre sabio.
Paso varias semanas recorriendo el bosque, adentrándose cada vez más, hasta que una mañana por fin  pudo encontrar la austera cabaña del sabio. 
Bajó del caballo y toco la puerta de la cabaña, pero no el sabio no respondió. El sirviente entonces comenzó a buscarlo por las cercanías. De pronto lo encontró, estaba sentado sobre una gran piedra junto al río. El sabio meditaba con los ojos cerrados y el sirviente no quería interrumpirlo, pero tenía que cumplir una orden  así que aclarando la voz dijo:
- ¡Hombre piadoso, tu rey desea verte!.
En ese momento el sabio abrió los ojos y sin moverse contestó con voz calma:
- ¿Mi rey?, aunque no reconozca otro rey que mi verdadero yo interior iré a verlo, debe ser muy importante sobre todo si pudiste llegar hasta aquí.– dijo el sabio y se levanto con mucha calma.
Aquella tarde partieron rumbo al palacio.  Cuando llegaron el Rey estaba esperándolos  en el gran salón.
- ¿Su majestad deseaba verme? – dijo el hombre sabio al entrar.
- ¡Oh!, gran hombre sabio por fin!, estaba esperándote desde hace semanas. Necesito pedirte un favor.
- Bueno dígame, ¿que es tan urgente?. – contestó el sabio.
- Necesito que tomes esta caña de bambú y que recorras todo mi reino con ella. Te diré lo que debes hacer. Viajarás sin descanso de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de aldea en aldea. Cuando encuentres a una persona que consideres la más tonta, deberás entregarle esta caña de bambú.
- Señor - dijo el sabio asombrado ante el pedido - habré de hacer lo que me dices por complacerte. Si es tan importante para usted. Me pondré en camino enseguida.
Así que el hombre sabio  cogió la caña de bambú que le dio el monarca y partió raudo.
Viajo sin descanso por todos los caminos, por todos los pueblos, de aldea en aldea. En esos lugares conoció a muchas personas amables, generosas, un poco egoístas, alegres, tristes, honradas, risueñas, pero nunca conoció a una persona tonta.
Después de varios meses de viajar y buscar por todos los rincones  del reino decidió volver al palacio a contarle a rey lo que encontró en su viaje, todo, menos  lo que le pidió.
Cuando llegó vio que todos los sirvientes del palacio estaban tristes y preocupados.
Al preguntar se enteró que el monarca había enfermado de gravedad, así que el sabio corrió a sus aposentos. De camino se encontró con los médicos del palacio, quienes le explicaron que el Rey estaba en la antesala de la muerte y que solo estaban esperando el fatal desenlace.
El sabio con tristeza entró en la habitación, se aproximó al lecho del Rey y pudo escuchar con voz quebrada pero audible, lo que decía el monarca:
- Hombre sabio volviste, que bien.
- Si su majestad aquí estoy. –dijo el sabio con pena, entonces el Rey continuo con voz de lamento:
- Pero mira que desafortunado soy, qué desafortunado!, Toda mi vida acumulando enormes riquezas, ¿no se que haré ahora para llevarlas conmigo?. Tengo oro, joyas preciosas, diamantes, rubíes, pero no las quiero dejar, no las quiero dejar!!, ¿cómo me las llevo?, dime hombre sabio, dime.
En ese momento el hombre sabio tomó la caña de bambú y se la entregó al Rey.