EL GALLO Y EL SULTAN
(Cuento
popular de Hungría)
(Ilustración: Nathaly Bonilla - Fuente: Internet)
Érase una vez una mujer muy pobre
que no tenía a nadie más en el mundo que a un gallito flaco. Se hallaba cierto
día el gallito escarbando la tierra, cuando su pico tropezó con una monedita de
oro. En aquel momento pasaba por allí un hombre muy grueso, con la cabeza
cubierta con un turbante de color carmesí, muy empenachado, vistiendo unos
amplísimos pantalones y calzando unas babuchas rojas de punta alzada y corva.
Era nada menos que el Sultán de Turquía, quién al ver brillar en el polvo la
monedita que había descubierto el gallito, se detuvo ante él y le dijo con aire
autoritario:
- ¡Gallo, dame esa moneda!
- ¡No! – respondió el gallito -
¡Se la daré a mi ama, que es pobre y la necesita más que tú!.
Pero el Sultán, sin hacerle caso,
se agachó y le quitó la monedita, alejándose de allí.
El gallito estuvo a punto de
echarse a llorar, pero se contuvo, y extendiendo las alas e irguiendo la
cresta, apretó el pico y echó a correr tras el Sultán. Cuando vio que éste
trasponía la verja del jardín de Palacio, se encaramó a ella de un salto y se
puso a chillar hasta casi desgañitarse:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi
monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
Fue tanto lo que alborotó el
gallito, que el Sultán tuvo que taparse los oídos con las manos y atravesar el
jardín a toda prisa, no deteniéndose hasta que llegó a la habitación más
escondida de su grandioso y monumental palacio.
Pero el gallito, agitando de nuevo
sus alas, voló hasta posarse en el alféizar de la ventana, y siguió chillando:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi
monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
El Sultán, sumamente enojado,
llamó a sus esclavos y les ordenó:
- ¡Atrapadme a ese maldito gallo y
tiradlo al pozo de agua!.
Los esclavos cumplieron
diligentemente la orden de su señor.
Pero el gallito, sin perder la
serenidad al caer en el agua, sacudió enérgicamente su cresta y pronunció las
siguientes palabras mágicas:
“Sorbe el agua, buchecito.
Buchecito, sorbe el agua,
Toda el agua, hasta el final.”
Y, abriendo el pico,
¡Glup!,¡Glup!, ¡Glup!, se sorbió toda el agua del pozo. Luego, agitando las
alas con todas sus fuerzas, fue a posarse de nuevo en el alféizar de la ventana
del Sultán.
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi
monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
El enojo del Sultán se convirtió
ahora en cólera, volviendo a llamar a sus esclavos les ordenó:
-¡Atrapadme a ese molesto gallo y
tiradlo al fuego!
Los esclavos se apresuraron a
cumplir la orden de su señor y arrojaron al gallito a una hoguera; pero él, sin
perder la serenidad ni por un momento, mientras iba por el aire de cabeza al
fuego recitó su fórmula mágica:
“Saca el agua, buchecito.
Buchecito, saca el agua,
Toda el agua, hasta el final.”
Y al instante derramó sobre la
hoguera toda el agua del pozo. Cuando las llamas se apagaron, el gallito agitó
las alas y, de un vuelo, volvió al alféizar de la ventana del Sultán para
seguir gritando a más no poder:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi
monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
Al Sultán le dio un ataque de ira
y ordenó a sus esclavos:
-¡Meted a ese maldito gallo en una
colmena, para que las abejas lo hagan callar de una vez con sus aguijones!.
Los esclavos se apoderaron del
gallo y lo metieron en una gran colmena; pero él, sin asustarse, recitó las
palabras mágicas:
“Traga las abejas, buchecito.
Buchecito, traga las abejas
De una en una, hasta el final.”
Cuando se hubo tragado todas las abejas,
el gallito batió sus alas de nuevo y volvió a ponerse en el alféizar de la
venta del Sultán, para seguir diciendo:
- ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi
monedita! ¡Cocorocó! ¡Sultán devuélveme mi monedita!.
De la ira que le entró al Sultán
se puso tan carmesí como su turbante y estuvo un buen rato sin poder pronunciar
una palabra.
Cuando por fin consiguió hablar
gritó:
-¡Traedme aquí a ese gallo!
Los esclavos hicieron lo que su
señor les ordenaba, y el Sultán no sabiendo ya qué hacer, asó al gallito por el
cuello y se lo metió en el bolsillo de sus amplísimos pantalones.
- ¡Ahí te vas a quedar para siempre!
– exclamó- ¡Nunca más volverás a salir de tu encierro!
Pero el gallito se puso a cantar
desde su escondite:
“Saca las abejitas, buchecito,
Buchecito, saca las abejitas
De una en una hasta el final.”
Una vez dicho esto dejó abierto el
pico y las abejas fueron saliendo una tras otra, invadieron los amplísimos
pantalones del Sultán y, enfurecidas al no verse al aire libre, empezaron a picarle
en las piernas. El Sultán aullaba de dolor y se agitaba como si estuviera
atacado por el baile de San Vito. Finalmente, no pudiendo resistir más, ordenó
a sus esclavos, con un último alarido.
-¡Devolvedle su monedita a ese
maldito gallo, y que se marche de aquí en seguida para que me deje en paz de
una buena vez!.
Uno de los esclavos tomó un cuchillo
y con él practicó una abertura de los bombachos de su señor. Acto seguido
salieron por ella el gallito y el enjambre de abejas. El sultán dio un suspiro
de alivio, y los esclavos entregaron su monedita de oro al gallito que,
corriendo y volando, se apresuró a llevársela a su dueña. Ésta pudo adquirir
con la monedita muchas cosas que necesitaba y siguió viviendo más contenta que
nunca en compañía de su querido gallito.