(Del libro: "Las mil y una noches" - Anónimo)
(Ilustración - Fuente: Internet)
Esta es la historia de un pescador muy viejo y muy
pobre que tenía la costumbre de echar su red solo cuatro veces por día.
Una mañana salió hacia la playa. Al llegar dejó su
cesta en el suelo, echo la red, y se sentó a esperar con esa larga paciencia
que tienen los pescadores.
Cuando quiso recoger la red apenas si pudo hacerlo,
por el enorme peso que tenía. Pero al abrirla para ver qué había pescado solo
encontró adentro un burro muerto.
Primero se puso triste, pero después se dijo:
-Tengo que probar de nuevo, tal vez ahora tenga
mejor suerte.
Echó la red por segunda vez y al rato trató de
recogerla, pero estaba más pesada todavía. Despacio y con muchísimo esfuerzo
pudo sacarla, contento, pensando que esta vez sí estaría repleta de peces.
Con una tristeza muy grande encontró una jarra llena
de barro y arena. Y entonces dijo:
- Ya van dos, pero tal vez ahora tenga mejor suerte.
Tiró la jarra, limpió la red, y volvió al mar por
tercera vez. Echó la red, y otra vez esperó con esa paciencia que tienen los
pescadores. Pero cuando la retiró en lugar de estar replete de peces, estaba
llena de cacharros viejos y botellas rotas.
Se sentó en la arena para descansar un rato y para
dejar que se escapara la mala suerte que lo perseguía esa mañana.
Miró pasar las nubes, invocó el nombre de Alá, y
tiró la red por cuarta vez, la última que le permitía su costumbre.
Esperó con la más larga de las paciencias de los
pescadores que llegara la hora de retirarla. Y cuando llegó la hora tiró y
tiró, hasta que consiguió subirla a tierra. Al abrirla encontró una botella de
cobre dorado, de largo cuello, y con la boca sellada con una tapón de plomo.
-Ahora sí se acabó mi mala suerte – dijo el
pescador- No será un pez pero este cobre vale varias monedas de oro. Vamos a
ver qué tiene adentro.
Tomando un cuchillo forcejeó con el tapón hasta sacarlo.
Sacudió la botella para ver que tenía, pero no salió nada, salvo una columna de
humo que subió y subió hasta llegar a las nubes.
Después el humo se agitó y comenzó a tomar forma, y
quedó convertido en un inmenso genio, tan grande, que la cabeza le llegaba hasta
las nubes.
Ante la espantosa aparición los dientes del pescador
comenzaron a castañear haciendo un ruido que llegaba hasta no sé donde de
lejos.
-Pescador - dijo el genio con voz de trueno - te voy a
matar, pero te dejaré elegir la muerte que prefieras.
- ¿Pero señor genio, te rescaté del fondo del mar,
te subí a tierra y te saque de la botella?¿Y ahora me vas a matar?
- Antes de matarte te voy a contar mi historia. Podrás
entenderme y así morir contento.
-Bueno- dijo el pescador-, quiero escuchar la
historia, pero lo que no entiendo es cómo voy a hacer para morir contento.
- Cuando me encerraron en esta botella y me
arrojaron en lo más profundo del mar me dije a mí mismo: ”Haré rico para siempre
a quién me libere”, y durante cien años me dije: “el que me libere tendrá todos
los tesoros de la tierra”.
-¿Y na, na, nadie vino a sal, sal, salvarte?-
preguntó tartamudeando el pescador.
-Nadie. Y pasaron cuatrocientos años más, y entonces
pensé: “Le concederé tres deseos al que me deje en libertad”, pero tampoco
nadie me sacó.
Y después pasaron otros cuatrocientos años y un día
me entró una rabia tan tremenda que juré: “Ahora, al que me libere, lo mataré.
- Y yo tenía que sacarte…….- dijo el pescador
desilusionado.
- Pero dejaré que elija la forma en que quiera
morir”. Continuo el genio.
- Y justo ahora vine a salvarte……- volvió a decir el
pescador.
- Sí, y por eso te dejo elegir la muerte que más te
guste.
- Es que no me gusta ninguna - dijo el pescador con una voz que apenas
le salía.
-Yo tengo la obligación de matarte, me lo juré a mi
mismo.
-Yo te salve la vida….
-Ya sé, y por eso tengo que matarte.- dijo el genio
- Pero no entiendo ¿¿por que?? - dijo el pescador.
- Ay, los pescadores no entienden nunca, nunca,
nunca. Porque tengo que matarte y listo, se acabó.
El pescador miró para atrás y para adelante, para
arriba y para abajo, para la izquierda y para la derecha, pero no vio nada que
pudiera salvarlo.
Entonces miró para adentro. Hizo dar vueltas ideas
de todos los colores, hasta que apareció una color verde, que podía servirle.
-¿Seguro que me vas a matar? - Preguntó al genio como
si estuviese dudando todavía.
- No cabe ninguna duda.
- Bueno, pero como a un hombre que va a morir no se
le miente, vas a contarme un secreto.
- Sí, sí, rápido no perdamos mas tiempo. - dijo el
genio con impaciencia.
-¿Cómo estabas en esa botella?, si no cabe ni
siquiera el dedo chico de tu mano, no puede ser que estuvieses todo entero.
-¿Que?- bramó el genio- ¿que yo no puedo entrar en
esa botella?. Lo que pasa es que un pescador no puede entender los poderes que
tenemos los genios.
El pescador vio que iba por buen camino con esa idea
color verde. Ahora tenía que tratar de no equivocarse, y dijo con tono de
sospecha:
-Bah, seguramente es alguna trampa. Ya se sabe que
los genios pueden hacer muchas trampas. Pero eso no quiere decir que las cosas
sean ciertas.
-¡Qué pescador ignorante!- dijo el genio con
desprecio - el poder de los genios no tiene límites. Eso lo sabe cualquiera que
no sea un pescador ignorante.
La paciencia de los genios no suele ser tan larga
como la de los pescadores, y menos después de mil años de encierro en una
botella.
-Puede ser, todo pude ser…. - dijo el pescador - pero yo
no lo creeré hasta que lo vea con mis propios ojos.
-Bah, ojos de pescador…¡Qué pueden ver los ojos del
pescador!¡Estamos perdiendo demasiado tiempo!.
-Claro, ya sé que hay cosas que no se pueden hacer,
cosas demasiado difíciles, por no decir imposibles…
-¿Que estás diciendo??- rugió el genio - Sólo un
tonto puede dudar de mi poder…mírame y entenderás pescador ignorante!.
Y para terminar la discusión el inmenso genio
comenzó a diluirse como humo, después se concentró y se metió dentro de la
botella gritando:
- ¿Ves que si entro?
El pescador dio un salto, alzó el tapón del suelo, y
cerró la botella con todas sus fuerzas.
Entonces se sentó en la arena, dejó que le volviera
poco a poco esa larga paciencia que solo tienen los pescadores y descansó,
mirando el mar y arrullado por el sonido de sus olas.
A penas se sintió mejor alzó la botella con el genio
encerrado, revoleó el brazo una y otra vez, y la arrojó con una fuerza como
para que perdiera en el horizonte y se hundiera en lo más hondo del mar.