LA PRINCESA Y EL GUISANTE
(Cuento:
Hans Christian Andersen)
(Ilustración: Elena Florenty
Fuente: internet)
Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que fuese una princesa de verdad. En su busqueda recorrió todo el mundo, mas siempre había algún pero. Princesas habían y muchas, mas nunca lograba asegurarse de que lo fueran de veras; cada vez encontraba algo que le parecía sospechoso. Así que regresó a su casa muy triste, pues estaba empeñado en encontrar a una princesa auténtica.
Una tarde estalló una terrible tempestad; sin interrupción, los rayos y los truenos no paraban de sonar e iluminar el cielo, y llovía a cántaros; era un tiempo espantoso. En esos momentos llamaron a la puerta de la ciudad, y el anciano Rey acudió a abrir.
Una princesa estaba en la puerta; pero ¡santo Dios, cómo la habían puesto la lluvia y el mal tiempo! El agua le chorreaba por el cabello y los vestidos, se le metía por los zapatos y le salía por los tacones; pero ella afirmaba que era una princesa verdadera.
Por supuesto, la reina creía que fueran una princesa verdadera, nadie que fuera una princesa podría tocar al puerta de un castillo vestida como pordiosera y toda mojada.
-"Pronto lo sabremos". - pensó la vieja Reina, y, sin decir palabra, se fue al dormitorio, levantó la cama y puso un guisante sobre la tela metálica; luego amontonó encima veinte colchones, y encima de éstos, otros tantos edredones.
En esta cama debía dormir la princesa.
Pero la reina tenía un secreto, un secreto que sólo ella sabía sobre las verdaderas princesas.
A la mañana siguiente, el sol brillaba maravillosamente, los pajaritos cantaban alegres canciones y el cielo estaba muy despejado. Cuando todos en el castillo se levantaron fueron a tomar desayuno. De pronto se apareció la princesa y la reina le preguntó:
- Querida princesa, ¿que tal dormiste esta noche?.
- ¡Oh, muy mal! - exclamó -. No he pegado un ojo en toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! ¡Era algo tan duro, que tengo el cuerpo lleno de moretones! ¡Horrible!.
Entonces la reina vio que era una princesa de verdad, puesto que, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones, había sentido el guisante. Nadie, sino una verdadera princesa, podía ser tan sensible.
El príncipe la tomó por esposa, pues se había convencido de que se casaba con una princesa hecha y derecha; y el guisante pasó al museo, donde puede verse todavía, si nadie se lo ha llevado.