LOS DOCE MESES
(INFORMANTE: Isabel Benítez Aranega (Algeciras, Cádiz)
(RECOGIDO POR: Encarnación Pérez)
(Ilustración: Laura Michell)
A la orilla de un río vivía una vez un hombre muy bien considerado que tenía dos hijas que eran como la noche y el día: la mayor, caprichosa, y la pequeña, comprensiva. Cuando ya eran unas señoritas, el padre les dijo:
-Ya sois bastante mayores y debéis casaros.
Encontraron novio y así lo hicieron. La hija mayor se casó con el propietario de la mejor tienda del pueblo y la menor con el zapatero del pueblo vecino, que no tenía más fortuna que su propio trabajo. Las dos tuvieron hijos, pero mientras una nadaba en la opulencia, la otra se las ingeniaba para dar de comer a su familia.
Un día, el zapatero, mientras perseguía a un venado por el monte, se alejó de su casa más de lo que esperaba y, cuando el sol se ocultó, no tuvo más remedio que buscar refugio. Después de andar un rato casi a oscuras, vio a lo lejos una luz y se dirigió hacia ella, llegando a una gran mansión.
-¡Eh, abrid!.- Dijo, pero nadie respondió. El hombre entonces se acercó a la puerta. Era enorme, de madera tallada. Llamó varias veces y viendo que no había señales de vida, la empujó y se decidió a entrar. ¡Nunca en su vida había visto tanta riqueza junta! Con una mezcla de miedo y respeto se dirigió a la cocina y, como estaba hambriento, cogió algunas frutas de manera que no se notara demasiado. Después, rendido por el cansancio, se durmió al calor de la chimenea.
Al instante llegaron los habitantes de la casa: los doce meses del año.
-¿Quién eres? –preguntó Enero, que era el más joven y atrevido. El hombre se despertó aturdido.
-So, soy Samuel, el zapatero. Se me ha hecho tarde y, con todos los respetos, me he tenido que refugiar en su casa.
-No me hagas reír –dijo Febrero-, ¿quieres que creas que no has venido a robarnos?
-No, no era esa mi intención.
- Dijo el zapatero.
-¡Basta! –interrumpió Marzo-. Creo todo lo que dice, pero tenga la amabilidad de levantarse de mi sillón.
El zapatero se levantó dando un salto y se puso de pie junto a la chimenea.
-Está bien –intervino Diciembre- ¿Dónde vives? ¿Qué tal te ha ido en el año?.-
Las barbas largas y blancas de Diciembre impresionaban al hombre.
-Pues... no puedo quejarme. Todos los meses han sido buenos, aunque mi problema es poder dar de comer a mi familia.
-Bien, bien –dijo Abril, el mes más alegre-. Desde hoy no volverás a preocuparte más por eso. Reconocemos tu franqueza y por ello te vamos a regalar esta porra y esta bolsa. Siempre que quieras comer dirás: “¡Porrita, componte!” y tendrás comida en abundancia. Cuando termine,s volverás a decir: ¡Porrita, descomponte!” y todo se recogerá. En cuanto a la bolsa, cuando quieras dinero sólo tendrás que meterla en tu bolsillo.-
El joven cogió sus regalos y se marchó muy agradecido. Camina que camina, de regreso a su casa, se paró bajo la sombra de un árbol y se dispuso a hacer uso del primer regalo.
-¡Porrita, componte!.-
Al instante apareció una mesa con todos los manjares que pudiera desear. Cuando hubo terminado, volvió a pronunciar:
-“¡Porrita, descomponte!”.- Y la mesa desapareció a la velocidad de un relámpago.
Entusiasmado con aquello, decidió comprobar la virtud de la bolsa. Se la metió en el bolsillo y al momento se le llenó de monedas de oro tan nuevas y brillantes que creía que estaba soñando. Recogió sus monedas, guardó la bolsa y, feliz y contento, se echó a descansar.
Un buen rato después despertó y, dando gracias al Cielo, emprendió el camino de regreso a su hogar. Contó a su familia lo que le había ocurrido y les hizo una demostración de cómo funcionaban los dos regalos. Su mujer y sus hijos no cabían en sí de alegría, pero el zapatero les advirtió que deberían tener mucha prudencia y no hacer comentarios a nadie.
Pasó el tiempo y la familia del zapatero se cambió de casa y vio cómo mejoraba su nivel de vida hasta convertirse en una de las más ricas del pueblo.
La hermana mayor, extrañada por aquel cambio tan afortunado, no paraba de preguntar de dónde les había venido tanta riqueza. Tanto insistió que el zapatero, que este le contó a su cuñado todo lo que le había ocurrido en aquella maravillosa mansión.
Luego la esposa, al escuchar toda esta historia, inmediatamente habló con su marido para que él fuera también a probar fortuna, pero él, que no era tan ambicioso, dijo que no quería ir, que ellos tenían ya bastante para vivir con holgura. Pero la mujer insistió tanto que el hombre no tuvo más remedio que salir en busca de la casa.
Siguiendo las instrucciones de su cuñado no le fue difícil encontrar la mansión de los doce meses del año. Sin molestarse en llamar empujó la puerta y, con las botas llenas de barro, entró en el comedor, comió todo lo que quiso y después se echó a dormir en la mejor cama que halló, sin preocuparse de cerrar la puerta siquiera.
Llegaron los doce meses del año y rápidamente, con desagrado, notaron el comportamiento de aquel hombre.
-¡Eh, buen hombre! ¡Despierte!.-
El hombre se despertó y les contestó de malos modos:
-¡Déjenme dormir! Mañana hablaremos.
-Bien –respondió Diciembre, maravillado por la actitud de aquel mortal.
A la mañana siguiente, el hombre se despertó muy temprano y aporreó las puertas de los dormitorios de los meses del año. Estos salieron de inmediato y le hicieron las mismas preguntas que al zapatero:
-¿Dónde vives? ¿Qué tal te ha ido en el año?
-El año no ha podido ser más malo. Yo tengo una tienda y casi no he vendido nada. Además, no me gusta que nadie se meta en mi vida, así que denme los regalos para marcharme cuanto antes.
Los meses, ante la exigencia de aquel hombre, le dieron los regalos.
-Bueno, hombre –le dijo Noviembre-. Puesto que ya conoces el don de estos regalos y ya sabes cómo manejarlos, toma tu porra y tu bolsa.
Él, impaciente por probar los objetos mágicos, no esperó a tener hambre y decidió ponerlos a funcionar inmediatamente. Y, qué sorpresa se llevó. Al pronunciar las palabras mágicas:
-“¡Porrita, componte!”-. La porra la emprendió a golpes con el hombre, que quedó magullado y lleno de moratones. Después de la paliza recibida probó suerte con la bolsa. La metió en su bolsillo y creyó morir del susto al ver salir tantas ranas y culebras.
El hombre estaba indignado, así que pensó castigar a su mujer por haberle obligado a meterse en aquella aventura. Así que, cuando llegó a su casa y escuchó:
-“¿Cómo te ha ido? ¿Traes los regalos?”-, El marido le respondió:
-Coge la porra y la bolsa y entra en la sala. Y después pronuncia las palabras mágicas-.
Si grande fue la paliza que recibió el marido, más grande fue la que tuvo que aguantar ella, sobre todo porque de tantos golpes no se acordaba de las palabras mágicas para mandar parar la porra.
Menos mal que el marido se compadeció de su mujer y no la dejó probar suerte con la bolsa.
La esposa se dio cuenta de lo que había hecho, se arrepintió y le pido perdón al marido.
Desde ese día la mujer nunca mas volvió a desear más de lo que tenía y agradeció todos los días de su vida el estar viva después de aquella paliza.
¿Y a tí? ¿Qué tal te ha ido en el año?